A los diez años escribí mi primer relato del Oeste: "El infalible Farrow". Durante los cinco años siguientes escribí otros veinticuatro, siendo el último "La mano inolvidable". Había cumplido quince años y pensé que ya iba siendo hora de tomarme en serio la Literatura.
Recuerdo con mucho cariño aquellos años y aquellos
textos, repletos de tiros, pistoleros y duelos a muerte, de buenos y malos, de
extensas llanuras y estrechos desfiladeros, de sucias cantinas y lujosos
salones, de cazadores de recompensas y sheriffs heroicos, de vaqueros
camorristas y caciques despiadados, de cacerías salvajes y disparos de todos los
calibres...vistos y escritos por un niño que creía en la infalible puntería del
Colt del héroe solitario.
Aquí están algunos de aquellos relatos, tal y
como los escribí, con sus errores sintácticos variados...¡y hasta con algunas
faltas de ortografía!
EL PISTOLERO DEL AVE MARIA
-¡Que yo seré el hombre que
mató a Harry Shanto en Denver!
Harry Shanto avanzó hacia
Garnet y se quedó plantado frente a él, mientras brillaba la mirada gris de sus
ojos cobrizos.
Kit Garnet no parecía
dispuesto a abandonar su actitud. Quería la fama de matar a un famoso
pistolero, y su insensata juventud le empujaba a jugarse la vida solo para
demostrar que era más rápido con el revólver que el hombre de negro.
-Te irás, pero a la
tumba.¡Saca tu revólver, Harry Shanto!
Los dos hombres, frente a
frente, con las miradas clavadas en el contrario, con los músculos en tensión y
las manos cerca de las cartucheras de las armas. Garnet llevaba dos Colts del
45 y Shanto uno del 38, en la izquierda.
-Lárgate-escupió.
-¡Maldito, maldito! -gritó,
y sus manos, que se habían quedado paralizadas acariciando las culatas de sus
revólveres, volvieron a moverse en un acto suicida.
Sonó un disparo. Solo uno.
En la frente de Garnet se había alojado la bala del 38 del revólver del hombre
de negro, y el joven ya estaba muerto antes de desplomarse sobre el suelo del
saloon de Spencer.
-Ave María -susurró Harry
Shanto, y se apoyó lentamente en la barra del saloon.
-Mire amigo, los hermanos
de Kit Garnet están en el pueblo, y probablemente le estarán esperando. Aquí,
en Denver, no hay mejor espectáculo que un duelo a tiros en la calle principal.
Harry Shanto dejó un
billete de veinte dólares sobre la mesa de Carson. Desenfundó su revólver del
38 y movió varias veces el tambor, colocando una bala en el único hueco del
arma.
-Siempre igual, -susurró,
–siempre la misma historia. -¿Y el sheriff?
Sabía la respuesta a esa
pregunta, pero aún así quiso saber qué le diría el viejo doctor.
-El sheriff esperará a que
le liquiden, amigo. Alegará defensa propia y se quitará un muerto de encima.
-Supongo que no vendrá a
pedir protección –dijo con voz grave.
-¿Protección? ¿Qué es eso?
Shanto se quedó mirando fijamente
al sheriff. Torció la boca con una mueca a modo de sonrisa.
-No quiero matar a nadie ni
que me maten a mí. Supongo que algo tendrá que hacer usted al respecto.
El sheriff ni siquiera miró
a Shanto. Miraba por la ventana a la gente que se apostaba en las aceras,
esperando el comienzo del espectáculo
-Lárguese cuanto antes. No
creo que los Garnet vengan solos. Este asunto no me concierne, es algo privado
entre perros sarnosos.
-Yo no huyo de nadie, si
quieren ajustar cuentas les esperaré...y en cuanto a este asunto, creo que sí
te concierne, cobarde hijo de perra.
El sheriff se volvió como
un resorte, pero cuando lo hizo ya tenía en el cuello el cañón del revólver del
hombre de negro. Se quedó lívido como la cera, al igual que su ayudante.
-Tranquilos, no va a pasar
nada. Tengo algo que hacer y vosotros parece que no.
Salió despacio de la
oficina y se dirigió al saloon de Spencer.
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Harry Shanto entró en el
saloon de Luke Spencer y se acodó en un rincón de la barra. Sentía un punzante
dolor en la espalda y tenía la boca seca como el esparto.
-Whisky, -murmuró.
Había mucha gente en el
saloon y la llegada del hombre de negro hizo que todos callasen y le mirasen
atónitos. El hombrecillo del piano dejó de tocar y la cantante siguió
desgranando la canción “Sweet Alabama” cada vez más bajo. Spencer se dirigió
con cara de asombro a atender al pistolero.
-¿Está loco, amigo? ¡Lárguese
antes de que vengan los Garnet o será hombre muerto!
Shanto apuró de un sorbo el
whisky que le puso Spencer.
-¿Cuántos son? –dijo
pausadamente.
-Dos, Matt, el padre y
Lenny, el hermano -contestó Spencer, -pero es posible que Sam Reynols venga con
ellos.
-¿Sam Reynolds, de Arizona?
-El mismo, el que mató a
Delawere en Tucson. Está aquí y se dice que los Garnet han alquilado su
revólver.
-De algo hay que morir
–susurró Harry Shanto.
El gran reloj que lucía la
pared del fondo del saloon entonó parsimoniosamente once campanadas. Los ojos
de todos los presentes estaban puestos en el pistolero vestido de negro, que
aparentemente no tenía prisa en abandonar Denver y así intentar salvar el
pellejo. Matt Garnet era un ganadero que se había hecho a sí mismo, un tipo
duro, y Lenny, su otro hijo, alguien tan pendenciero como su hermano Kit.
Dos horas después, Harry
Shanto seguía allí, esperando, como si esperar fuera una forma de vida.
Matt Garnet empujó los batientes del saloon y sus ojos se clavaron en
el único hombre situado en la barra.
-¿Tú eres Harry Shanto, el que mató a “Fast” Corbett en Wichita? ¿El
que ha matado a mi hijo?
-Él me provocó y usted lo sabe. No quería matarlo pero me obligó: era
su vida o la mía.
Garnet se situó en la barra, en el otro extremo de donde estaba el
pistolero de negro. Se quitó el sombrero, se limpió el sudor del rostro con el
pañuelo que llevaba anudado al cuello y murmuró:
-Es igual, has matado a mi hijo y vas a pagar por ello.
-Supongo que eso es cosa de la Ley, no de usted –contestó Shanto sin
inmutarse.
-¿La Ley? Sí, efectivamente, pero ahora la Ley soy yo. Y te condeno a
muerte. El verdugo esta ahí afuera, esperándote.
Harry Shanto bebió un trago de whisky. Sabía de antemano quién le
estaba esperando en la calle, estaba claro que Garnet había contratado a Sam
Reynolds, de Arizona, para vengar a su hijo. Se aseguraba su propia vida y la
de su otro hijo, así como la muerte del hombre que mató a Kit.
-¿El verdugo es Sam
Reynolds, el tipo que mató a Delawere en Tucson? Ha debido costarle un buen
puñado de dólares.
Garnet no contestó. Shanto
apuró su whisky, se ajustó la funda del revólver y salió a la calle.
Aquello era ya un
espectáculo. La calle desierta, la gente escondida tras las ventanas de casas y
establecimientos y los más osados, tras los postigos de las aceras. A unos
cincuenta metros del saloon de Spencer, un hombre alto, de grueso bigote y
largos cabellos lacios, parecía plantado como un ciprés en medio del polvo de
la calle.
Harry Shanto avanzó unos
pasos y se situó frente a Reynolds.
-Sam Reynolds, supongo. El que mató a
Delawere en Tucson.
-El mismo. Y tú eres Harry
Shanto, el asesino de Kit Garnet.
Los dos hombres se miraban
fijamente, escudriñaban al otro intentando saber cuál sería su más inmediato
movimiento.
brillaron cegadores sus ojos de cobre.
-Reza lo que sepas...-susurró.
Entonces ocurrió todo.
Fueron tan solo unos segundos, pero es más que probable que la gente de Denver
no los olvidase en toda su vida.
Sam Reynolds llevaba dos
revólveres Smith&Wesson 686, y sus manos estaban a diez centímetros de
ellos. Shanto mantenía su izquierda más lejos, por debajo de la culata de su
Colt del 38. El primero en moverse fue Reynolds, su mano derecha, solo su mano
derecha, voló al revólver...y entonces el tiempo se paró.
Harry Shanto subió su
izquierda y el Colt apareció en su mano al mismo tiempo que disparaba sobre
Reynolds. Un único disparó que entró en la frente del pistolero, destrozándole
el cráneo antes de que hubiese tenido la oportunidad de desenfundar. Un segundo
después, giró su revólver en dirección a la puerta del saloon de Spencer, y
comenzó a disparar manteniendo apretado el gatillo y haciendo percutir el arma
con su mano derecha.
Fueron cinco disparos, que
se cruzaron con los que buscaban a Harry Shanto desde la puerta del saloon.
Cinco balazos que impactaron en los cuerpos de los Garnet, en un arpegio mortal
que lanzó por tierra a Matt y Lenny Garnet.
Después, un silencio
sepulcral. Reynolds parecía beber su propia sangre, con la cabeza destrozada.
Matt Garnet, con dos disparos en el pecho, yacía en la acera con los ojos muy
abiertos, y Lenny Garnet, impulsado por la fuerza de los balazos recibidos,
había roto la cristalera del saloon de Spencer y se retorcía agonizante sobre
un charco de sangre.
¿Y Harry Shanto?
El pistolero que mató a Sam
Reynolds en Denver miró a su oponente y luego a los Garnet. Su mano izquierda
seguía empuñando el Colt del 38 y con la derecha parecía querer sujetar la
sangre que le brotaba del pecho, al otro lado del corazón.
-Ave María –susurró.
@ Javier de Lucas