RAMON DE CAMPOAMOR

BIOGRAFIA

(Navia (Asturias) 1817 - Madrid 1901). Estudió Medicina pero se dedicó luego a la poesía. Fue diputado y gobernador civil de Alicante y Senador. Procuró situarse en la realidad de su época dando a su poesía un carácter utilitario más que fantástico. Gozó de extraordinaria popularidad en su época, aunque hoy es un poeta injustamente relegado. El escepticismo que reflejan sus obras, se ve dulcificado por la ternura, el humor y la ironía. Entre sus obras más conocidas están: POETICA, TERNEZAS Y FLORES, FABULAS DOLORAS, PEQUEÑOS POEMAS, HUMORADAS. Es autor también de una amplia obra ensayística.


POEMAS ESCOGIDOS

EL PADRE, EL HIJO Y EL PERRO

Bramaba el viento agitado,

cuando subían a un cerro

un padre, a su hijo apoyado,

y detrás de ambos un perro.

Y con mortal pesadumbre

el viejo desfallecido,

cayó exánime en la cumbre

entre la nieve aterido.

Y -«Marcha», al joven le dijo,

«No encuentres cual yo la muerte».

-«Pues, adiós», contestó el hijo

y huyó, temiendo igual suerte.

Mas desde un monte cercano,

libre ya de todo empeño,

vio que más fiel el alano,

quedó a morir con su dueño.


EL RUISEÑOR Y EL RATÓN

Clamó un ratón sin consuelo,

preso en una cárcel fuerte:

«¡Imposible es que la suerte

pudiese aumentar mi duelo!»

Y al alzar la vista al cielo

para acusar su dolor,

le preguntó un ruiseñor

de un halcón arrebatado:

-«¿Truecas conmigo tu estado?»

Y él contestó -«No señor».


TODO SE PIERDE

Rosa, ¿con que perdiste

la flor encantadora

que la noche te di de tu partida?

Aunque la cosa es triste...

la flor vaya en buen hora,

si fue sólo la flor, Rosa, perdida:

mas esto me convida

(perdona) a que recuerde

que en el mundo, mi bien, todo se pierde.

Todo se pierde, ¡ay, triste!

De tu frente, antes pura,

baja, y verás con lágrimas tus ojos.

Ya indócil se resiste

al corsé tu cintura;

sube al cuello después, y...¡ay, qué despojos!

El ver seco da enojos,

árbol que fue tan verde.

¡Todo se pierde, sí, todo se pierde!

De este pecho, tuyo antes,

perdí un día la llave,

y cuanto en él guardé, perdí con ella:

ilusiones amantes,

toda la villa sabe

que para ti guardaba, Rosa bella.

Mas, ¡cuán tarde mi estrella

hizo que al fin recuerde

que ¡todo (¿no es verdad?), todo se pierde!

¿Qué fue de tu hermosura?

¿Qué fue de mi terneza?

De la flor que te di, dime ¿qué ha sido?

Perdióse la flor pura,

lo mismo que (¡oh tristeza!)

mi amor y tu hermosura se han perdido.

En el mundo es sabido

que, sin que uno se acuerde,

¡todo se pierde! ¡oh Dios! ¡todo se pierde!


¡QUIÉN SUPIERA ESCRIBIR!

-Escribidme una carta, señor Cura.

-Ya sé para quién es.

-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura

nos visteis juntos? -Pues.

-Perdonad; mas...-No extraño ese tropiezo.

La noche...la ocasión...

Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:

Mi querido Ramón:

-¿Querido?...Pero, en fin, ya lo habéis puesto...

-Si no queréis...-¡Sí, sí!

-¡Qué triste estoy! ¿No es eso? -Por supuesto.

-¡Qué triste estoy sin ti!

Una congoja, al empezar, me viene...

¿Cómo sabéis mi mal?...

-Para un viejo, una niña siempre tiene

el pecho de cristal.

¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.

¿Y contigo? Un edén.

-Haced la letra clara, señor Cura:

que lo entienda eso bien.

El beso aquel que de marchar a punto

te di...-¿Cómo sabéis?...

-Cuando se va y se viene y se está junto,

Siempre...no os afrentéis.

Y si volver tu afecto no procura,

tanto me harás sufrir...

-¿Sufrir y nada más? No, señor Cura,

¡qué me voy a morir!

-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo...?

-Pues, sí, señor, ¡morir!

-Yo no pongo morir. -¡Qué hombre de hielo!

¡Quién supiera escribir!

¡Señor Rector, señor Rector! en vano

me queréis complacer,

si no encarnan los signos de la mano

todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía

ya en mí no quiere estar:

que la pena no me ahoga cada día...

porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,

no se saben abrir:

que olvidan de la risa el movimiento

a fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,

cargados con mi afán.

como no tienen quien se mire en ellos,

cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,

la ausencia el más atroz:

que es un perpetuo sueño de mi oído

el eco de su voz...

Que siendo por su causa, el alma mía

¡goza tanto en sufrir!...

Dios mío, ¡cuántas cosas le diría

si supiera escribir!

-Pues señor,¡bravo amor! Copio y concluyo:

A don Ramón...En fin,

que es inútil saber para esto arguyo

ni el griego ni el latín.


¡SI UNA PUDIERA HABLAR!

¿Te acuerdas, madre mía? Apasionada

le iba a hablar de mi amor,

cuando ahogaste mi voz con tu mirada

en nombre del pudor.

Alcé los ojos, apelando al cielo...

Me volviste a mirar,

y obediente otra vez, mordí el pañuelo

para poder callar.

Te escribo protestando, madre mía,

que en pláticas de amor,

si es muy malo pecar, la hipocresía

es mil veces peor.

¡El dolo y la mentira son las cosas

que convirtiendo van

la sangre femenil de agua de rosas

en lava de volcán!

Nunca encauza a la fuerza el albedrío,

como el cielo no dé

gran temple a la razón, gran lecho al río

y al corazón gran fe.

Aunque es, con un amor incontrastable,

imposible luchar,

¡Aún sería la vida soportable

si una pudiera hablar!

Y en vano es resistir: cuando se adora,

a pesar del pudor,

nace, brilla, se extiende y nos devora

la llama del amor.

¡Callar y sucumbir! ¡Cuántas mujeres,

sintiéndose abrasar,

cumpliendo lo que llaman sus deberes

se mueren por no hablar!

¡Gangrenando el fastidio hasta sus huesos,

¿qué fue de él? Que, cual yo,

con la fiebre del hambre de dar besos

sufrió mucho, y murió!

Y yo muero también: con él unida

gozaré la embriaguez

de un amor que callé toda mi vida

por no hablar una vez.

¿Quién no anhela morir, con la experiencia

de que, si es bueno amar,

un martirio sin gloria es la existencia

por no poder hablar?

He visto otras hermosas criaturas,

pero, a su imagen fiel,

en lo hondo de sus ojos no hallé honduras

como en los ojos de él.

Aún quema la raíz de mi cabello

su imagen celestial,

y le llevo al morir colgado al cuello

lo mismo que un dogal.

¡Adiós! Como una tromba de alegría

voy de su amor en pos...

Espejo de mi alma, madre mía,

¡adiós! ¡adiós! ¡adiós!


LAS ESTRELLAS ERRANTES

En mi niñez, viendo una estrella errante,

creí sencillamente

que era algún ángel que venía amante

a darme abrazos y a besar mi frente.

Ya joven, vi otra estrella que corría

y dije, en mi locura:

«es mi estrella del Norte, que me guía

al placer, al amor y a la ventura».

Vi ayer volar un astro mortecino,

que descendió hasta el suelo:

era la estrella de mi buen destino,

que, ya de vieja, se cayó del cielo.


                                                              © Javier de Lucas