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            éxito comercial y de premios, y, en lo que nos atañe, una incursión 
            en el género, tan escasamente cultivado por aquel tiempo, Abre los 
            ojos repite productor, Amenábar también compone músicas, coescribe 
            junto a Mateo Gil el guión y repite presencia masculina protagonista 
            debutante en aquella: Eduardo Noriega, que aquí recibe su bautismo 
            de fuego, y Fele Martínez, en idéntico papel comparsa.
Tras haber abierto fuego con Tesis dos años antes, 
            éxito comercial y de premios, y, en lo que nos atañe, una incursión 
            en el género, tan escasamente cultivado por aquel tiempo, Abre los 
            ojos repite productor, Amenábar también compone músicas, coescribe 
            junto a Mateo Gil el guión y repite presencia masculina protagonista 
            debutante en aquella: Eduardo Noriega, que aquí recibe su bautismo 
            de fuego, y Fele Martínez, en idéntico papel comparsa. 
Pero si Tesis es una efectiva historia en el sentido más clásico de planteamiento, nudo y desenlace, Abre los ojos sorprende por su estructura nada lineal, conceptualmente más compleja, apuesta no exenta de riesgo en una incipiente carrera, que se salda con inquietante buen resultado.
Básicamente la trama gira en torno al personaje de César (Eduardo Noriega), un joven agraciado (como en Tesis) en todos los sentidos, pues es heredero de una cadena de restaurantes y una máquina del ligue sin prejuicios. Su última chica, Nuria (Najwa Nimri, que está muy lograda en la mejor tradición de misteriosa femme fatale), parece resistirse a ser una más y hay una fiesta en la que César experimenta un flechazo por otra chica, Sofía (Penélope Cruz), de la que queda visiblemente enamorado.
Hasta aquí la película amenaza con quedarse reducida al típico film de amoríos adolescentes, salvando la estimulante e inquietante presencia de la Nimri así como la química entre César y Sofía, bien resuelta. César parece ceder al acoso de su ex, que le ha seguido en sus correrías, y sufren un accidente de tráfico que es el inicio de su pesadilla al quedar aquel desfigurado.
 A partir de 
            aquí acontece lo mejor del film pues la trama se bifurca: por una 
            parte, las secuencias que nos enseñan el calvario que pasa Cesar en 
            la reanudación de su vida pues ahora es un patito feo que ansía el 
            amor de Sofía; por otra, se suceden paralelas aquellas secuencias en 
            las que César se haya encarcelado por un delito de asesinato y un 
            psicólogo, Antonio (Chete Lera), intenta ayudarle y en esta labor de 
            interrogatorio hace que César recuerde y se sucedan las secuencias 
            tendentes a aclarar el misterio.
A partir de 
            aquí acontece lo mejor del film pues la trama se bifurca: por una 
            parte, las secuencias que nos enseñan el calvario que pasa Cesar en 
            la reanudación de su vida pues ahora es un patito feo que ansía el 
            amor de Sofía; por otra, se suceden paralelas aquellas secuencias en 
            las que César se haya encarcelado por un delito de asesinato y un 
            psicólogo, Antonio (Chete Lera), intenta ayudarle y en esta labor de 
            interrogatorio hace que César recuerde y se sucedan las secuencias 
            tendentes a aclarar el misterio. 
Este desarrollo del film a dos tiempos ya esta presente desde el mismo inicio en que, a modo de prólogo, César se despierta, ducha y sale a la calle pero con la anomalía de encontrarse en un escenario desconocido, un Madrid desierto, escena que se cierra con la famoso travelling aéreo que sigue al personaje atónito corriendo por una Gran Vía muerta, corte aquí y encadenado con reinicio aparentemente idéntico, solo que ahora en un mundo aparentemente real y habitado pues tiene compañera de cama y Madrid bulle de tráfico.
 Esta doblez de mundos la 
            dimensión real y la ficticia u onírica, tiene también lugar a nivel 
            personal, pues una de las variables que el film maneja, la división 
            entre la belleza exterior física y nuestro interior, se hace patente 
            con la máscara que César decide utilizar para salir por la noche y 
            ser normal, que da pie 
      a la interesante escena de éste bailando 
            borracho a los acordes del tema “glamour” de Anphetamine 
            Discharge, una suerte de personaje bicéfalo o freak jaleado por la 
            peña entre el humo de la sala.
Esta doblez de mundos la 
            dimensión real y la ficticia u onírica, tiene también lugar a nivel 
            personal, pues una de las variables que el film maneja, la división 
            entre la belleza exterior física y nuestro interior, se hace patente 
            con la máscara que César decide utilizar para salir por la noche y 
            ser normal, que da pie 
      a la interesante escena de éste bailando 
            borracho a los acordes del tema “glamour” de Anphetamine 
            Discharge, una suerte de personaje bicéfalo o freak jaleado por la 
            peña entre el humo de la sala. 
Esta dualidad parece también confluir 
            en el objeto de deseo de César: Sofía que en un momento crítico muta 
            en su odiada ex, provocando el desequilibrio mental en César que en 
            otra intensa escena de copulación-mutación termina con el asesinato 
            de la chica  ¿Cuál de ellas?
¿Cuál de ellas? 
No lo sabemos y tampoco parece importar, como tampoco se volvió a saber nada de la chica del accidente, y tras una solución de guión donde una empresa que experimenta con la criogenicéis o posibilidad de recuperar en el futuro los cuerpos congelados tras la muerte, que resulta algo imperfecto o incoherente para tan estimulante planteamiento; el desenlace permanece abierto y sujeto a diferentes interpretaciones.
El film es básicamente un thriller de ciencia-ficción, pues juega con la idea de mundos paralelos y realidad virtual, que nos remite al universo literario de Philip K. Dick, pero sin recurrir a complicados efectos especiales, pues nos hay nada más fantástico e inquietante que una ciudad virtualmente convertida en cementerio sin gente, puede contemplarse también como una historia de amor que toca otras pulsiones humanas como los celos, la traición, etc. , no exenta de buenos momentos líricos que aboca al personaje a condenarse cual Fausto y renunciar a su desafortunada realidad monstruosa para conseguir una realidad onírica donde todo transcurre como si nada malo hubiera pasado.
 Así en un momento del film –el de la realidad 
            ficticia, como al final sabremos- hay un momento lleno de 
            referencias cinematográficas que depara una escena de corte 
            hitchcockiana donde César descubre su nueva apariencia y hay largo 
            beso rodado en círculo al modo de Vértigo.
Así en un momento del film –el de la realidad 
            ficticia, como al final sabremos- hay un momento lleno de 
            referencias cinematográficas que depara una escena de corte 
            hitchcockiana donde César descubre su nueva apariencia y hay largo 
            beso rodado en círculo al modo de Vértigo.
Si es cierto que las grandes películas se empiezan a entender tras haberlas visto cuatro o cinco veces, la que nos ocupa es un film de necesaria revisión sobre todo para valorar su estructura y complejidad, y para tomar un camino u otro, el de realidad o el de la ficción, de si el salto al vacío que cierra la cinta es el final de un mal sueño o el trágico final de César. Un film que exige la participación del espectador y que sigue debatiéndose en nuestro cerebro mucho después de haberlo visto.
 
© Javier de Lucas