A los diez años escribí mi primer relato del Oeste: "El infalible Farrow". Durante los cinco años siguientes escribí otros veinticuatro, siendo el último "La mano inolvidable". Había cumplido quince años y pensé que ya iba siendo hora de tomarme en serio la Literatura.

Recuerdo con mucho cariño aquellos años y aquellos textos, repletos de tiros, pistoleros y duelos a muerte, de buenos y malos, de extensas llanuras y estrechos desfiladeros, de sucias cantinas y lujosos salones, de cazadores de recompensas y sheriffs heroicos, de vaqueros camorristas y caciques despiadados, de cacerías salvajes y disparos de todos los calibres...vistos y escritos por un niño que creía en la infalible puntería del Colt del héroe solitario.

Aquí están algunos de aquellos relatos, tal y como los escribí, con sus errores sintácticos variados...¡y hasta con algunas faltas de ortografía!

 

EL BLANCO MISSOURI

 

 

CAPÍTULO I

 ELECCIONES EN DAGAZZ

 

        A primera vista, aquel hombre daba la impresión de ser un honrado ciudadano. Y si aún se escrutaba más, daba la sensación de un rico ranchero ya entrado en años, lacios y cenicientos cabellos y bigote. Al más discreto le hubiese sorprendido los “colt” del 38 que pendían indolentemente de su cintura, y que contrastaban enormemente con su atuendo pulcro y elegante.

         Pero también se advertía en la posición de las fundas, en las cartucheras y en el brillo nacarado y nuevo de su revólveres, que aquel hombre no tenía ni experiencia ni habilidad en el manejo de las armas de seis tiros.

Thomas Kent, candidato a la presidencia de Dagazz City, sabía muy bien antes de empuñar el revólver que su vida valía muy poco. Delante de él, Jim “Negro” Donahue, el largo y temidísimo pistolero de Nevada, no le daría tiempo ni de “sacar” sus armas. Pero Thomas Kent era ante todo un hombre, y por muy inferior que fuese, sabía vengar una ofensa aún a costa de su propia vida.

Cuando presentó su candidatura a la presidencia del consejo del pueblo, intentó poner orden en un lugar en que el alegre sonido del piano fue reemplazado por “el dulce canto del colt”. Intentó dar a Dagazz una ley y un orden que le permitieran vivir con una tranquilidad que no poseía actualmente. Y por eso, cuando Jerry McCrohom presentó la suya, amparado por la terrible consistencia de más de diez pares de “colts” del máximo calibre empuñados por hombres dispuestos a todo, por hombres fieros y temibles que encontraban la dicha en la canción funesta del arma de seis tiros, empezó a comprender que no era posible realizar su sueño.

Si el brazo derecho de McCrohom era Ricky Frontera, el jefe ponía a disposición suya la enorme rapidez de un hombre sin escrúpulos, con una certera inteligencia y una tremenda rapidez. “Negro” Donahue basaba la mortal acción de sus revólveres en una rapidez asombrosa. Y su larga y enlutada figura no desmerecía para nada del negro carbón de sus facciones.

 Se estaba riendo y Thomas Kent tembló porque en los labios del “Negro” bailaba una sonrisa helada, la mueca de la muerte.

 Hacía calor, pero Kent sudaba mucho más que Donahue. Respiró con fuerza su tal vez último aliento y llevó las manos a las cartucheras. “Negro” Donahue no le dio siquiera tiempo para “sacar”. Sus manos se movieron a velocidad vertiginosa y sus dedos bailotearon un momento cuando los estampidos de sus revólveres llenaron la calle con su seco estruendo.

 Thomas Kent recibió el plomo en el vientre, y boqueó un momento. Después, llevó las manos al estómago, por donde se le escapaba la sangre a borbotones. Se le nubló la vista, le fallaron las piernas, y cayó pesadamente sobre el polvo de la calle.

 “Negro” Donahue sonreía. Y sus dientes blancos le daban un aspecto terrorífico frente a su larga y negra figura.

 

CAPÍTULO II

 EL PODER DE JERRY MACCROHOM

 

 El hombrecillo vociferaba pero nadie le oía. Jerry MacCrohom fumaba con parsimonia un largo y aromático cigarro de Virginia, mientras con la otra mano jugueteaba haciendo unos dibujos imaginarios en el aire. Sentados junto a él, los otros tres candidatos, lívidos los rostros, esperaban con impaciencia el resultado del escrutinio que designaría el nuevo presidente de la región. Kurt Bellow, Butcher Wilcox y George S.Lincoln esperaban, pero MacCrohom no lo hacía. Porque él bien sabía que sus hombres no fallaban, y las tres cuartas partes de la población votaría por él, aun cuando el precio del voto fuese la sangre o el miedo del votante.

 Muy despacio, los ciudadanos de Dagazz City desfilaban dejando su voto en las grandes urnas de cristal que para tal fin estaban dispuestas junto al Banco Principal. Los rostros duros, hoscos, con una expresión de odio, miedo e impotencia, reflejaban la parcialidad escandalosa de una votación aplastada por unos poderosos intereses. MacCrohom sonreía ahora y su expresión denotaba la confianza del más fuerte.

 El hombrecillo seguía vociferando:

 -         ¡Uno para MacCrohom! ¡Uno para Lincoln!

 Jerry MacCrohom posó la vista en la negrísima figura de Jim “Negro” Donahue, y sonrió satisfecho de haber podido contar con aquella exhalación de pistolero. Mentalmente repasó la lista de sus hombres.

 Ricky Frontera, Bill y Mac Dougle Bronsson, Duval “Lobo” Wulner, Sam “Fats” Watson, Jer Smith, Paul Angle, Rinty “Boy” Craswell, y sus dos gun-men preferidos: Jim “Negro” Donahue y Rilley “Blonde” Killer, pistolero de la talla de Donahue, cuyo pelo rubio contrastaba con la figura de su compañero.

 La votación había cesado. Dos hombres dieron vuelta a las urnas y los votos cayeron como copos de nieve. El hombrecillo del escrutinio cogió la lista, se ajustó bien sus gafas de concha y carraspeó antes de hablar.

 Se hizo un silencio sorprendente. Cientos de pares de ojos se clavaron en los candidatos, cuando, autoritaria, sonó la voz del hombre:

 -         Bellow 17, Wilcox 21, Lincoln 16 y MacCrohom… ¡836!

 Aquellas palabras cayeron como un latigazo. La expresión de los hombres de Dagazz City se hizo peligrosa, y dos de ellos, en un acceso de justa indignación a un arreglo semejante, llevaron las manos a las pistoleras.

 Pero los hombres de MacCrohom estaban listos. Los “colts” del “Negro” Donahue y de “Blonde” Killer, escupieron estrías anaranjadas de plomo candente. Después, una descarga cerrada de los demás hombres de MacCrohom, acabó con las vidas de los atrevidos.

 Jerry MacCrohom alzó la voz y dijo:

 -         Ya habéis oído el resultado de la votación. Y ahora ¡fuera de aquí!

 

CAPÍTULO III

 DECISIÓN DESESPERADA

  

La habitación, pequeña, mal iluminada, estaba cargada de humo. Kurt Below estaba de pie, y miraba con verdadera angustia a los seis hombres. Todos ellos ciudadanos honrados, que fumaban en la estancia. Wilcox y Lincoln se miraron un momento, y por fin fue el último el que dijo:

 -         No podemos aceptar eso. No es justo ni es de ley.

 Wilcox hizo un ademán afirmativo, pero Kurt Bellow reaccionó en contra:

 -         La situación es demasiado comprometida para adentrarse en esas investigaciones. No estamos en condiciones de rechazar el último y el único medio de acabar con MacCrohom. Desde el primer momento comenzó con “su ley”, su propia ley. Ha esquilmado, expoliado, echado, matado, incendiado, y en poco tiempo ha atemorizado a toda la población. Si se hubiese cortado a raíz ese reinado de crímenes hubiésemos acabado con esta serie sangrienta.

 -         Sólo hay una objeción –dijo con su voz grave Wilcox-. Solo hay tres hombres en todo el Sudoeste capaces de acabar con una banda tan excelentemente organizada y tan poderosa como la de Jerry MacCroham. Y es milagrosamente difícil encontrarlos.

 Se hizo un silencio total. La mención de los “ases de colt”, de los gun-men más rápidos del los estados del contorno inspiró respeto a los interlocutores. Lincoln se levantó y muy despacio, arrastrando las palabras, habló de los legendarios  gun-men del Sudoeste.

 -         Johnny Ringo marchó a Oklahoma para mantener un duelo a muerte contra Wyat Earp, el sheriff de Boot Hill. Creo que después recorrió la frontera y llegó a Abilene. Dave Reno, el hombre de Minessota, luchó en Oregón contra la banda de “Michigan” Boow. Últimamente dio muerte en Sonora a “Culebra” Jackson, último y único superviviente de la matanza en Fort Essex de Wilson Randall en la que murió “Ressaca” Barton... y Lenny Russell, el “Blanco Missouri”… -Paró, tal vez porque él era poco para hablar de las hazañas del hombre del cabello albino venido del Este.

 -         El “Blanco” Missouri, el “Rápido Mundo” como se le conoce en California después de que limpió Ciudad Cruz de indeseables. El “Blanco Missouri”… ¡ah!

 -         Exactamente –puntualizó gravemente Lincoln-. El “Blanco Missouri” es nuestro hombre. El único, el más grande…

 -         Te olvidas de algo muy importante. El “Blanco Missouri” tardará, si viene,  semanas en llegar. Está en Virginia.

 Lincoln no perdió su aplomo. Solo dijo:

 -         Entonces, busquemos a Reno. Es nuestra última esperanza.

 “Minessota” Dave Reno cantaba en California. Su sonido era dulce. Pero su destino muerte. Reno disparaba a un tiempo sus dos enormes revólveres “colt” del calibre 38.

 

CAPÍTULO IV

 “MINESSOTA” DAVE RENO

  

Sacramento era una ciudad muy grande, y por tanto, la calle principal era un Babel en plena ebullición. Pero esta vez, no ocurría tal cosa. Sorprendentemente, estaba desierta, aunque sin embargo, gran cantidad de gente se amontonaba en los porches de las casas, taladrando con la mirada los dos extremos de la calle, por donde “ellos” iban a aparecer. “Huesos” MacLaren quería acabar con Dave Reno porque de esta manera se incorporaría todas las hazañas del hombre de Minessota, y su cotización como gun-man subiría muchos enteros. Pero si bien era verdad que MacLaren era un excelente pistolero, Reno le superaba, y el delgado gun-man iba casi a una muerte cierta.

 Dave Reno se plantó en el centro de la calle y contempló desde su atlética figura el extremo sur de la misma.

 “Huesos” MacLaren apareció y lo primero que llamó la atención fue el semblante cadavérico del gun-man del Sudoeste.

 Los dos hombres, mirándose fijamente, avanzaron a un ritmo lento, agobiantemente lento.

 Cuando la distancia era de unos quince pasos, Dave Reno se paró y “Huesos” MacLaren hizo lo propio, y entonces ambos miraron hacia el otro. Reno, seguro, contempló el aspecto esquelético de su oponente, y pensó un momento en cierta canción. Fue una luz en los ojos de MacLaren la que le delató. Porque para un experto pistolero de la talla de “Minessota”, acostumbrado a luchar en mil duelos, un solo destello, una milésima de sensación, es suficiente.

 Dave Reno pegó un brinco de costado y cayó de espaldas al suelo, mientras en sus manos brillaban las siluetas de dos revólveres “colt” del calibre 38, que hacían fuego a velocidad impresionante. Sin apuntar, los seis disparos de Reno alcanzaron de lleno al oculto tirador de rifle que estaba apostado en lo alto de una ventana.

 “Huesos” desenfundó vertiginosamente y sus revólveres buscaron el cuerpo serpenteante de Reno. Pero éste, revolcándose, evitó los disparos y se acurrucó detrás de un depósito de agua colocado junto a un poste.

 “Huesos” MacLaren juró entre dientes al ver su treta fallida y se tiró al suelo cuando disparaba con ambas manos. Pero era un fácil blanco para un gun-man de la talla de Reno. Los revólveres de “Minessota” ladraron secamente en unos estampidos cuyo mensaje era la muerte.

 “Huesos” sintió el plomo abrasarle el pecho. Sus manos intentaron, en un último esfuerzo, apretar los gatillos, pero fue en vano. El segundo disparo lo alcanzó en la cara. No sufrió. Su inconfundible figura se aplastó contra la calle, y el polvo le cubrió en tumba abierta.

 

  

CAPÍTULO V

 LA MUERTE Y “NEGRO” DONAHUE

 

 Jenny MacCrohom, impecable su levita celeste, fumaba con deleitación un largo cigarro de Virginia. Frente a él, “Blonde” Killer observaba a su jefe. Los dos estaban emplazados en una pequeña habitación situada en la calle principal de Dagazz City, y dominaban la avenida por los dos extremos.

 Abajo, dos hombres de MacCrohom vigilaban. La metálica mirada del magnate adquirió un peligroso brillo cuando aparecieron montados en sus caballos Wilcox, Bellow y Lincoln, los tres únicos hombres que se habían puesto desde el primer momento enfrente de MacCrohom, los tres únicos hombres que habían permanecido fieles a una reunión hecha anteriormente, y que habían sabido encontrar el remedio en un asombroso gun-man del Sudoeste. Ahora, los tres atravesaban la calle principal y se dirigían, precisamente, a entrevistarse con Jerry MacCrohom.

 Los tres hombres descabalgaron y entraron en el “Saloon” propiedad de Jerry.

 -         Venimos a hablar con MacCrohom –dijo Kurt Bellow.

 “Negro” Donahue, tumbado en una silla, pegó un brinco y después sonrió, con su sonrisa repulsiva. Miró a los tres hombres y dijo:

 -         ¿Qué quieren? ¿Qué buscan?

 -         No podemos estar ni un momento más callados. Si lo del rancho Herradura fue un golpe criminal, Lee Maverick ha perdido en una noche doscientas cabezas de ganado. La ola de violencia desencadenada merece que…

 -         Que le arreste, Bellow -sonrió bajando por las escaleras el impecable Jerry MacCrohom.

 -         Criminal, -masculló Lincoln. -Amparándose en una ley propia hace las mayores barbaridades a los ciudadanos de Dagazz.

-         Cuidado, viejo –peligrosamente habló el “Negro”.

 -         ¡No me callaré! ¡Máteme si quiere, MacCrohom pero espere a que llegue a la ciudad Minessota Dave Reno!

 El rostro de Jerry MacCrohom cambió de color. Pero, rápidamente recobró su aplomo y sus facciones recobraron su anterior seguridad.

 -         ¿Has oído, “Negro”? Vendrá Reno para asustarnos.

 Pero “Negro” Donahue no rió la gracia. Sus ojos, blanquísimos en contraste con su negra piel, chispearon peligrosamente.

 Lincoln se dio cuenta y dijo:

 -         Sí “Negro”, Reno te agujereará la piel y así podremos ver si tu sangre es roja o negra.

 Donahue no se detuvo. Llevó las manos a las pistoleras y disparó a quemarropa sobre el que hablara.

 Bellow y Wilcox, absortos, llevaron sus manos a los revólveres. Pero “Negro” Donahue era un pistolero temible. Antes que tocasen sus armas, habían perdido, porque en su cuerpo se alojaron un par de onzas de plomo de grueso calibre.

 Bellow, sangrante, se levantó. Dio unos pasos y escupió al rostro del pistolero.

 -         Tiembla “Negro”. Dave Reno no perdona. Y tú sabes que es más rápido que tú.

El “Negro” pegó un chillido y disparó de nuevo sus revólveres. Bellow, se tambaleó, miró a Donahue y cayó, como un fardo, contra el entarimado del Saloon.

 

CAPÍTULO VI

 LA BALADA DEL REVÓLVER

 

 Ticho Grant hizo una reverencia simiesca al hombre que acabó de entrar en el “Saloon”, y continuó con aire de artista su trabajo de pintar la fachada del mismo.

 La verdad es que Grant, como buen esbirro de las huestes de Jery MacCrohom, sabía que Ricky Frontera, el hombre que acababa de entrar en su establecimiento, era el brazo derecho del magnate, y en cualquier momento podría acaparar su poder.

 Ricky Frontera, los revólveres bajos, se apoyó indolentemente en la barra del mostrador y chasqueó los dedos en un ademán afectado de superioridad. Si Jerry MacCrohom, aquel hombre que en poco tiempo se erigió en líder, no le hubiese hecho su hombre de confianza, en esos momentos sería un pistolero más, pero su ambición no paraba ahí, porque Frontera era, ante todo, un hombre sin escrúpulos, y sus ansias de poder eran muy superiores a la de cualquier “arrancavidas” a sueldo. Había pensado muchas veces, era cierto, en la posibilidad de ocupar el primer lugar en la organización. Para ello, solo había un medio, liquidar a MacCrohom. Pensaba en eso mientras daba vueltas a su vaso de whisky, y miraba sin ver al enorme espejo que estaba colocado detrás del mostrador.

 Ahora pensaba en “Negro” Donahue. El temido gun-man de color, un demonio con el revólver, le preocupaba. Porque si ahora era un extraordinario ayudante, podía convertirse en cualquier momento en un adversario formidable. Y pensó también en “Blonde” Killer.

 Frontera miraba a través del espejo. Y por él vio aparecer la figura del gun-man rubio, con su doble canana y sus revólveres “colt” del calibre 38.

 -         Ya lo ha oído –dijo “Blonde” Killer-. Dave Reno vendrá a Dagazz y su presencia significa venganza.

 Frontera se acarició parsimoniosamente la barbilla e hizo un gesto de estupor. Miró atónito al gun-man y dijo:

 -         Un hombre, por muy bueno que sea, no puede jamás contra diez bien organizados. Y además, con la concurrencia de dos pistoleros de la talla del “Negro” Donahue y “Blonde” Killer.

 El gun-man rubio no sonrió. Se limitó a responder.

 -         Un gun-man como Dave Reno es una máquina de matar. Reno ha “pacificado” dos pueblos y éste pudiera ser el tercero.

 -         Poca confianza tienes en tus fuerzas, “Blonde”. No niego que Reno sea un pistolero temible, pero acabaremos con él como lo hicimos con Jess Mavley “King” ¿o es que lo has olvidado?

 Killer reflexionó. Hizo un movimiento rapidísimo y su mano se vio armada. Hizo unos juegos inverosímiles con el “colt” y lo volvió a guardar en la funda.

 -         Mataré a Reno, y beberé su sangre –habló por detrás la inconfundible voz del “Negro” Donahue.

 -         Él no sabe que estoy aquí –siguió-, y se llevará una desagradable sorpresa cuando vea que “Negro” Donahue le supera al “sacar”.

 Frontera se sorprendió por la violenta aparición del gun-man de color. Pero se le borró la pequeña inquietud que poseía antes por la pronta aparición de “Minessota” Dave Reno.

 El “Negro” sonreía y su sonrisa era la de una fiera sanguinaria. Ticho Grant, desde el mostrador, hizo un gesto de repugnancia. Y sabiendo lo que decía, con una lentitud complaciente, dijo:

 -         Dave Reno es un gran pistolero. Pero hay otro más rápido que él … el “Blanco” Missouri.

 La sonrisa de Donahue se heló a flor de labios. Su mano izquierda voló hacia el revólver, pero se contuvo. Tembló una incoherencia, dio media vuelta, y desapareció por los batientes del “Saloon”.

 

CAPÍTULO VII

CANTA, PISTOLA, CANTA

 

 “Minessota” Dave Reno dobló el papel que tenía entre los dedos y sus facciones se contrajeron en un gesto de preocupación. Volvió a ojearlo de nuevo, y leyó:

 ESTAMOS EN SITUACIÓN DESESPERADA. BANDA DE MACCROHOM EN EL PUEBLO. DIEZ PISTOLEROS, CON “BLONDE” KILLER Y “NEGRO” DONAHUE. ¡VENGA, DAVE RENO! 10.000 $. DAGAZZ CITY, NEVADA.

 Dobló el papel y lo metió en el bolsillo de su camisa. Su mente, absorta en el papel, lo repasaba, y se paró en el nombre de “Blonde” Killer y “Negro” Donahue.

 Le preocupaba el gun-man de color. Era astuto, inteligente, sanguinario y rapidísimo en el manejo del “colt”. Podía luchar contra diez hombres “a su manera”, pero con la presencia de dos auténticos gun-men la cosa cambiaba. Dave Reno contó los 5.000 $ adjuntos al papel, y los guardó. Los otros cinco mil serían entregados después de terminar la “limpieza”.

 La verdad es que no sabía qué hacer. Pero Dave Reno no podía, por su fama, por su reputación de “as del revólver”, quedar impasible ante la llamada. Después de su victoria sobre “Huesos” MacLaren, el gun-man de Minessota se lanzaría en busca de dos pistoleros terribles y ocho hombres dispuestos a todo. Sabía que la empresa era dificilísima, casi un suicidio, pero Dave Reno, el hombre de las mil peleas, el hombre de las mil luchas a muerte, no había nunca renunciado a nada de antemano.

 Apuró el vaso de whiky que mantenía y giró sobre sus talones.

 Salió a la calle. Y de repente, su instinto le dijo que allí pasaba algo. Tal vez fuese la quietud o la ausencia de gente lo que le puso sobre aviso, Anduvo varios pasos hasta colocarse casi en el centro de la calle. ¿A qué se debía que no hubiese ni un alma en la calle? ¿Por qué, si era una hora clave del día?

 El sol de Texas caía a plomo, cuando avanzaba por la calle principal.

 Estaba sereno y mantenía la vista expectante, los músculos en tensión. No podía figurarse qué pasaría, aunque sabía que algo iba a ocurrir.

 Y ocurrió.

 El disparo sonó como un ladrido de muerte a su espalda. Dave Reno brincó de costado cuando sus manos se armaban con su dos tremendos “colt”.

 El segundo disparo sonó más cerca. Reno se parapetó detrás de un porche, y desde allí esperó. No hubo más disparos. Pero sonó una voz.

 -         ¡Reno, soy Jim MacLaren. Tú mataste a mi hermano y yo lo voy a hacer ahora contigo. Tengo cuatro hombres conmigo. Sal aquí si eres valiente o acurrúcate y muere como un perro!.

 Reno pensó un momento, luego dijo:

 -         Bien, MacLaren, pero sal tú solo.

 Después de un minuto de espera, el hermano del famoso “Huesos” salió al centro de la calle. Con una sonrisa en los labios, Dave “Minessota” hizo lo propio. Los dos hombres, mirándose fijamente, midieron mentalmente la distancia. No hablaban. Porque serían las pistolas quien cantasen.

 Dave Reno lo vio.

 Vio la traición otra vez en los ojos de un MacLaren, y comprendió el juego del pistolero, pero era demasiado tarde. Antes de volverse, sabía que detrás de él había cuatro hombres dispuestos a matarle. En un segundo, se maldijo por su escasa reflexión.

 No le importó. A Dave Reno nunca le importó nada. Sus manos, en una exhalación imposible de seguir con la vista, bajaron a las pistoleras, y sus revólveres, bellas serpientes que escupían plomo, se dispusieron a entonar su canción de muerte.

  

CAPÍTULO VIII

 EL LEGENDARIO “BLANCO MISSOURI”

  

Altísimo, casi dos metros, el blanco sombrero sobre la albina cabeza, cabellera de plata, blancas las cejas, claros los ojos, expresión candorosa en el rostro, casi infantil,  blancas ropas inmaculadas y un enorme canana sujetando dos grandes “colts” del máximo calibre, de cachas nacaradas y cañones argentes.

 El “Blanco Missouri”, el gun-man más extraordinario, más rápido del Sodoeste americano, el pistolero más temido, más admirado, el “Rápido Mundo”, como se le llamaba en más de 5 estados.

 Lenny Russell encerraba en sus revólveres el terrible secreto de la muerte. De una muerte que en forma de balas salían disparadas por los implacables “colts” del gun-man del cabello albino, la expresión candorosa, los ojos infantiles.

 Desde Texas a Oregón, desde Virginia a Oklahoma, la fama, la más terrible de las famas, la aureola del gun-man invencible, de artista del “colt”, de mago del revólver, volaba en canciones, en leyendas, en legendarias aventuras. El “Blanco Missouri”j era casi una leyenda, un sueño. Su larguísima figura inmaculada, su rostro de niño, su cabello albino, sus dos “colts”, sus dos instrumentos de plata que en sus manos cobraban vida, y entonaban, en un dúo impresionante, la más amarga de las baladas: la canción del “colt”.

 Lenny Russell, el “Blanco Missouri”, no estaba allí como una leyenda imaginaria. Erguida la figura, la estampa del más famoso gun-man de todos los tiempos se proyectaba sobre el cielo.

 

x – x – x – x – x – x – x - x

 

Dave Reno disparó con ambas manos, “sacando” vertiginosamente. Jim MacLaren ahogó un grito cuando dos balas del calibre pesado le tiraron contra el suelo. Se puso de rodillas y murió antes de que su rostro, expresión estúpida y atónita, se pegara al polvo de la calle.

 Dave Reno no se volvió. Sabía que al menos, aún cuando la suerte estuviese de su lado, aquellos pistoleros que tenía a la espalda le coserían a balazos.

 Pero Dave Reno nunca tuvo miedo.

 Como una serpiente herida, el gun-man pegó un brinco de costado y cayó al suelo disparando. Pero fue tarde. Ocho proyectiles salieron de los revólveres de los forajidos.

 Los revólveres de Reno saltaron por los aires, pero ninguna bala llegó a tocarle. Desarmado, en el suelo, con cuatro pistoleros delante, la vida del famoso “Minnesota” no valía un centavo.

 Pensó un momento y se dijo que ya no podría ir a Dagazz City. Cazado en una vulgar trampa. Dave Reno no comprendió su error. Se dispuso a morir, y sus manos, crispadas sobre la tierra, buscaron unos revólveres imaginarios, que, sin ellos, parecían desnudas.


CAPÍTULO IX

 EL MÁS RÁPIDO “COLT”

 

 -         Buenas tardes, señores ¿interrumpo la fiesta?

 Dave Reno achicó los ojos y miró desconcertado más allá de los pistoleros, que, por su parte, se volvieron como movidos por un resorte.

 Allí estaba el “Blanco Missouri”.

 Miraba al cuarteto con una expresión candorosa, y llevaba las manos lejos de sus revólveres.

 Los cuatro gun-men se quedaron atónitos. Uno de ellos avisó:

 -         Es Russell, el “Blanco Missouri”

 El odio, la envidia y el miedo, la ambición y la muerte se reflejaron en los ojos de aquellos hombres.

 Matar a un gun-man famoso era una hazaña. Pero matar al “Blanco” era, no una hazaña, sino una odisea, que escribiría el nombre del matador como el continuador de la fama del “Rápido Mundo”.

 Aquellos hombres no eran distintos a los demás. Y querían probar su suerte al comprobar su superioridad numérica.

 Se rieron al darse cuenta de la situación en que se encontraban. Y su risa fue salvaje cuando se dispusieron a disparar sobre el fabuloso “Blanco Missouri”.

 Dave Reno, en el suelo, sin ser prestado atención, agarró uno de sus revólveres y disparó. Los otros tres, se volvieron, pero se pararon en seco ante la voz de la amenaza blanca que, detrás, habló con una voz helada:

 -         ¡Quietos!

 Los tres se miraron. Vieron que el “Blanco Missouri” tenía los revólveres en las fundas y mantenía aún las manos lejos de las armas.

 El “Blanco Missouri” les miraba. Y ellos no pudieran nunca comprender aquella mirada angelical que envolvía al gun-man más rápido, al más rápido “colt”.

 Pero eran tres. Y tres pistoleros podían contra uno solo, en duelo abierto y al “sacar”, aunque se tratara de un artista del “colt”.

 Dave Reno, con una pistola descargada en una mano, de bruces en el suelo, la otra mano sangrante, no sabía qué hacer. Miraba atónito a los tres hombres, que, con las manos a la altura de las culatas, se disponían a entrar en acción.

 Fue Jack Laxen el primero. Al segundo, los otros dos hombres llevaron las manos a las armas.

 “Blanco Missouri” les dio ventaja al “sacar”. Pero después, su larga figura se movió.

 En sus manos brotaron, como por arte de magia, dos enormes revólveres “colt” del 45 y cobraron vida escupiendo rojas estrías de fuego.

 Su acción fue tan rápida que “Minessota” Reno, el hombre que luchó toda su vida contra la muerte, se quedó sorprendido. Porque los “colts”, los fabulosos “colts” del “Blanco Missouri” parecían haber cobrado vida, saltar febriles en sus manos, y matar a dúo en un funesto concierto.

 El “Rápido Mundo” se tiró a tierra, y en el aire volteó los revólveres. Slim Jack Laxen, estupefacto, supo antes de morir que aquella exhalación había matado a sus dos pistoleros y ahora iba a hacer lo mismo con él. Disparó pero él ya no estaba allí. Y desde el suelo, en posición inverosímil, el hombre del cabello albino siguió disparando.

 Jack Laxen sintió repugnancia. Sentía el plomo abrasarle el vientre, el salvaje mordisco del mensaje de muerte, quemándole. Sufrió mucho, pero poco tiempo. La segunda bala del “Blanco” le llegó al pecho. Ahora ya no sintió nada.

 Estaba llorndo.

 Y murió de pie, los ojos vidriosos, y las manos, inútil dique al chorro de sangres crispadas junto a sus revólveres, hábiles, pero insuficientes, a los “colts” de plata del hombre blanco.

   

CAPÍTULO X

 COLOSOS DEL SUDOESTE

 

 “Minessota” Dave Reno, sangrante la rapidísima diestra, erguida su figura, miraba al hombre que tenía delante.

 El “Blanco Missouri” sonreía. Como una sonrisa angelical, después de haber matado en duelo abierto a unos pistoleros peligrosísimos.

 Pero Dave Reno conocía al “Blanco Missouri”. Tal vez era el único hombre que conocía algo al “Blanco”. Por eso, dominando el dolor de su mano derecha, se adelantó hasta situarse junto al largo e inmaculado pistolero.

 -         Gracias otra vez, Missouri –dijo- ¿Cuántas veces te debo ya la vida?

 -         Olvídalo Minessota –sonreía el Blanco Missouri-, lo malo es que no vas a poder limpiar Dagazz City con la mano así.

-         ¿Lo sabes?

-         Claro –Russell siempre sonreía-. Eso lo sabe ya todo el mundo. Y quisiera buscar a Johnny Ringo, pero estaba en Holt Cementerio.

 Dave Reno meditaba, se maldijo otra vez, Lenny Russell sabía que a Reno le dolía más que la herida, el no poder ir a Dagazz. Por eso movió una de sus manos, las más rápidas del Sudoeste, y habló a Reno:

 -         Yo iré a Dagazz City contigo, Minessota. Es lo menos que puedo hacer por ti.

 Dio una media vuelta hacia su caballo. Pero antes de montar, se volvió y dijo:

-         Y después te mataré, Reno.

 Ya no sonreía.

 

El “Saloon” de Dagazz City no presentaba uno de sus clásicos llenos.

 “Negro” Donahue, acodada su figura en el mostrador, miraba el fondo del vaso con expresión estúpida.

 Los batientes se abrieron de repente, y aparecieron Rinty “Boy” Craswell, uno de los esbirros de MacCrohom. Era casi un muchacho, pero la manera de llevar los revólveres daba un rotundo mentís a su apariencia.

 Estaba casi sin respiración. Tenía la faz pálida, y habló a borbotones:

 -         Donahue… viene Reno, pero con él, el… el “Blanco Missouri”.

 “Negro” Donahue se quedó lívido, le tembló tanto la mano que el vaso se le cayó y se hizo añicos al chocar contra la madera del Saloon.

 Quiso hablar y no pudo. Cuando abandonó el establecimiento, sus pasos eran vacilantes.

 Jerry MacCrohom apoyó el brazo en la pared y le brillaron los ojos de excitación. Aplastó en la mesa su cigarro de Virginia y se encaró con “Boy” Craswell.

 -         Mejor –dijo-. Dave Reno y el “Blanco Missouri”. Mataremos dos pájaros de un tiro ¿Eh, Ricky?

 Pero había perdido la confianza el lugarteniente del magnate.

 “Blonde” Killer no se inmutó. Su figura clásica de gun-man no experimentó ni una sola sacudida.

 Cruzó las piernas y siguió mirando con deleitación un soberbio ejemplar de pura sangre.

 

CAPÍTULO XI

 DAVE RENO ATACA

 

 Caía la tarde en Dagazz City, y uma atmósfera cargada envolvía la población. El cielo, encrespado de nubes, parecía un gigantesco manto que ensombrecía el lugar, y le daba un aspecto fantasmal, a lo que contribuía el silencio reinante. No se veía a nadie en la calle principal, y sólo, de vez en cuando, el tétrico silbido del viento al barrer el pueblo.

 Dave Reno, como una aparición en medio de aquella soledad, avanzaba con paso cansado hacia el Saloon.

 Sabía que allí había un montón de enemigos dispuestos a matarle, y, una vez más en su vida, se preguntó el porqué de todo aquello. Había estado en situaciones parecidas en muchísimas ocasiones, y milagrosamente había salido ileso de todas ellas.

 Se preguntaba si había sonado para él la última hora, y si sería en aquel pueblo donde encontraría la muerte.

 No siguió pensando. Esperaba que los acontecimientos llegaran tal y como viniesen. Con la mano izquierda empujó los batientes, y su figura se recortó a la entrada del Saloon.

 Dave Reno avanzó hacia el mostrador, mientras, en una rápida ojeada, escrutaba a los que allí estaban. Identificó a “Lobo” Vulner y a “Boy” Craswell, que jugaban en una mesa a los naipes, en unión de otro tipo, pistolero de MacCrohom, lo más seguro. También reconoció a los hermanos MacDougle, que, acodados en un rincón del mostrador, parecían no haberse dado cuenta de la aparición de uno de los hombres más rápidos del Sudoeste.

 Solo cinco hombres en el “Saloon”, cinco pistoleros dispuestos a cazarle al menor descuido. Dave Reno sonreía, y su sonrisa era amarga porque sabía que la muerte estaba, como de costumbre, escondida en aquel Saloon, esperando envolverle de un momento a otro.

 -         Whisky –dijo.

 El hombre del otro lado de la barra tenía los ojos desorbitados. Se apresuró a servir, y, rápidamente salió por una puerta lateral.

 Dave Reno se quedó solo frente al peligro.

 Fue MacDougle Bronsson el primero. Se separó del mostrador y se quedó mirando al hombre de Minessota. Dave Reno hizo lo mismo. Vigilaba al mayor de los hermanos, pero no descuidaba a los otros. Entonces, éstos se levantaron. Tenían las manos muy cerca de los revólveres, y en sus expresiones se leía la muerte.

 Dave Reno, clavadas las piernas en el centro del Saloon, tenía cinco pistoleros a su alrededor. Sangrante aún la rapidísima diestra, el hombre de Minessota vendería cara su vida.

 Y entonces, en aquel crítico momento, los batientes chirriaron de nuevo. Y el hombre, o el fantasma que allí apareció, proyectó una gigantesca sombra contra el entarimado.

 El “Blanco Missouri” sonreía. Y era terrible su sonrisa de muerte.

 MacDougle Bronsson pegó un alarido y bajó las manos a los revólveres. Siete pares de manos, a un tiempo, lo hicieron. La rapidez, la fantástica rapidez de los pistoleros del Sudoeste se puso una vez más a prueba. Y los revólveres, máquinas febriles de matar en manos vertiginosas, chillaron incoherentes en fogonazos mortales.

 

CAPÍTULO XII

 LOS COLTS DEL BLANCO MISSOURI

 

 Dave Reno se tiró hacia atrás, desenfundando a un tiempo sus dos revólveres de grueso calibre. MacDougle Bronsson, rabiosamente, tiró de sus “colts” que aparecieron en sus manos. 

No los llegó a usar. Antes de caer al suelo, Reno disparó ambos revólveres en el aire, y el mayor de los hermanos chilló cobardemente al sentir el mordisco del plomo.

 El Blanco Missouri no se movió. Tampoco pareció que movía las manos, pero en ellas, con una precisión asombrosa, brotaron sus extraordinarios revólveres “colt” del calibre 45, que escupieron rojas estrían anaranjadas en busca de cuerpos humanos. Paul Angle tiró la mesa donde antes jugaba y se llevó las manos a la cara. “Boy” Craswell, expresión infantil de un gun-man sin escrúpulos, vio cortada en flor su prometedora carrera de hombre al servicio del “colt”. Empujado por el golpazo de una bala del máximo calibre, chocó contra la pared y allí se quedó, los ojos muy abiertos al enemigo poderoso que tenía delante. “Lobo” Vulner disparó a Reno, y eso le fue fatal. Porque “Minessota” estaba en el suelo, y desde allí disparaba al menor de los Bronsson. “Lobo” Vulner solo tuvo la oportunidad de un disparo. Cuando intentó el segundo, buscando el cuerpo del pistolero, fue demasiado tarde. La primera bala del “Blanco Missouri” le partió el corazón. La segunda, innecesaria, le dio en el vientre. “Lobo” Vulner, último eslabón en una dinastía de pistoleros, arañó el aire como intentando sujetarse a algo que se le escapaba.

 El “Blanco Missouri” y “Minessota” Reno se miraron. Y Reno captó el semblante, pálido ahora, del “Rápido Mundo”. Lenny Russell avanzó hacia la puerta. Sabía que el mayor peligro les aguardaba en la calle, porque conocía a “Blonde” Killer y a “Negro” Donahue.

 Y era precisamente fuera donde se encontraban.

 Jer Smith, Ricky Frontera, “Blonde” Killer, Jerry MacCrohom, Sam “Fats” Watson y “Negro” Donahue formaban un apretado grupo. Dave Reno y Lenny Russell les contemplaron desde los batientes del Saloon. MacCrohom fue el primero en hablar, adelantándose algún paso a sus esbirros.

 -         Es un honor para nosotros su presencia, señor Russell. El “Blanco Missouri”y “Minessota” Dave Reno son demasiado buenos como para morir en un pueblo tan indecente como éste.

 Pero ni Reno ni Missouri contestaron. En una sola mirada, los dos sensacionales gun-men se habían puesto de acuerdo. Saltaron hacia atrás, y se cubrieron con los batientes mientras “sacaban” vertiginosamente.

 Jer Smith y Ricky Frontera, demasiado lentos, no se dieron ni cuenta de la situación. Cuando quisieron reaccionar, sus reflejos no les obedecieron. El ambicioso segundo de MacCrohom se abatió de bruces contra el suelo y su pistolero, confuso, no supo nunca cómo murió.

 Jerry MacCrohom se tiró al suelo, y “Blonde” Killer y “Negro” Donahue desenfundaron relampagueantemente. Pero “Fats” Watson no lo hizo, y eso le perdió. La bala de Reno le arrancó la vida en un segundo, y su cuerpo se aplastó contra la acera. La situación había cambiado mucho. Jerry MacCrohom, perdido todo su aplomo, sudaba copiosamente. Casi lloraba. Y no se cubrió bien. Fue, tal vez, el único error que el elegante magnate cometió en su vida. Pero fue tan grande, que le costó la vida. Cuando Missouri le apuntó a la cabeza Reno supo que MacCrohom había muerto. Y cuando éste lo hizo, siguió llorando. Su elegante levita se cubrió de sangre y sus ojos se tornaron vidriosos.

 “Blonde” Killer no se inmutó. El gun-man alzó la mano, se puso en pie y dijo:

 -         Sal, Missouri. “Blonde” Killer te desafía a un duelo abierto, sin trampas ni traición.

 Decía la verdad el rubio pistolero. Por eso “Blanco Missouri” alzó su figura y salió a la calle, los revólveres en las fundas, la expresión tranquila.

 “Negro” Donahue le vio venir. El cruel pistolero también se irguió y miró con temor al extraordinario gun-man del Este.

 Dave Reno hizo lo propio. Se emparejó con Missouri y ambos colosales magos del “colt” se plantaron en el centro de la calle.

 Uno de los duelos más esperados de todos los tiempos iba a tener lugar. “Blonde” Killer y “Negro” Donahue estaban uno a cada lado del grupo compuesto por Reno y el “Rápido Mundo”, que se dieron la espalda para encararse con sus enemigos. Y cuando, bajo el negro cielo, sus manos bajaron a los revólveres, los dos hombres más rápidos del Sudoeste se rozaron en su acción.

 “Blonde” Killer tenía los revólveres en las manos y se dispuso a hacer fuego. “Negro” Donahue sonrió como una hiena y “sacó” cual centella vibrante.

 Pero mientras Reno “sacaba” con un movimiento imposible de seguir con la vista, en las manos del “Blanco Missouri” aparecieron, como brotando, sus fabulosos “colts” del máximo calibre. “Blonde” Killer se hizo ilusiones un segundo, cuando creyó aventajar a la bala blanca del Este. Pero se engañó. Se cayó de espaldas por el golpe del disparo y vio el cielo. Erguido ante él, el “Blanco Missouri”, con sus ropas blancas e inmaculadas, le pareció un ángel exterminador. En sus ojos no había odio. Porque “Blonde” Killer comprendió que el “Blanco Missouri” poseía las manos más rápidas que vio en su historia el Sudoeste americano.

 “Negro” Donahue chilló como un loco cuando supo que, por primera vez en su vida, alguien había sido más rápido que él. Entre una nube de sangre, el gun-man de color miró sin ver al hombre de Minessota. Intentó desesperadamente apretar el revólver y no pudo. La roja sangre le cubrió y le dio un aspecto diabólico frente a su negra y brillante figura. Boqueó, dio dos pasos, y finalmente se derrumbó pesadamente sobre el polvo de la calle.

 

E P Í L O G O

 

            Las sombras iban, por momentos, adueñándose del contorno. Una vez más, el asombro puesto al servicio de los hombres más rápidos del  Sudoeste, brilló en un destello mágico, terrible, alucinante. La escena incomparable que encerró la muerte en los revólveres de unos hombres legendarios esculpidos en sangre, fuego y violencia. De una lucha sin cuartel bajo un cielo brumoso y en las armas  de los gun-men más increíbles de aquella parte del territorio. Y entonces, en aquel aterrador momento, los dos pistoleros se volvieron. No hablaron. Fueron los ojos quienes lo hicieron. Contaron pasos hacia atrás y se pararon, las manos cerca de los revólveres.

           ¿Por qué se enfrentaron aquellos hombres que habían liquidado, ellos solos, a la banda que tenía atemorizada a toda una población, que había hecho de aquel lugar un infierno de temor y sangre? ¿Por qué el “Blanco Missouri” y Dave Reno, después de culminar con éxito una peligrosísima empresa, en vez de emborracharse juntos en cualquier saloon de Dagazz, terminaban por enfrentarse, sabiendo que ello significaba la muerte de, al menos, uno de los dos? ¿Por qué, si habían luchado juntos por la misma causa, si Lenny Russell había ayudado a Reno para que pudiese cumplir su contrato con la gente del pueblo?

           El Sol estaba a punto de perderse bajo las montañas que rodeaban Dagazz City, y la luz comenzaba a dar paso a la oscuridad. Tras las ventanas de la calle donde se había producido el duelo entre ellos y los pistoleros de MacCrohom, había cientos de ojos ansiosos de contemplar el final de aquella memorable tragedia, clavados en las manos y en los revólveres de los hombres que le habían liberado.

 Y una vez más, bajo el suelo ardiente y el cielo incomparable del Sudoeste, el “Blanco Missouri” “sacó” antes, una milésima de segundo antes que Minessota.

             Y es que en sus manos, en las manos más rápidas que conocieron los tiempos, brotaron como por arte de magia las imponentes siluetas, las inconfundibles figuras de unos “colts” legendarios, unos “colts” blancos de plata, que, como tantas veces en su historia, envolvieron el aire en su triste y fantástica canción.

 

 

F I N

                                                                          © Javier de Lucas