A los diez años escribí mi primer relato del Oeste: "El infalible Farrow". Durante los cinco años siguientes escribí otros veinticuatro, siendo el último "La mano inolvidable". Había cumplido quince años y pensé que ya iba siendo hora de tomarme en serio la Literatura.

Recuerdo con mucho cariño aquellos años y aquellos textos, repletos de tiros, pistoleros y duelos a muerte, de buenos y malos, de extensas llanuras y estrechos desfiladeros, de sucias cantinas y lujosos salones, de cazadores de recompensas y sheriffs heroicos, de vaqueros camorristas y caciques despiadados, de cacerías salvajes y disparos de todos los calibres...vistos y escritos por un niño que creía en la infalible puntería del Colt del héroe solitario.

Aquí están algunos de aquellos relatos, tal y como los escribí, con sus errores sintácticos variados...¡y hasta con algunas faltas de ortografía!

EL INFALIBLE FARROW

UNO

Huesudo, largo, casi desgarbado, con la mirada puesta en un infinito incierto. Vigilante, rapidísimo en las armas y con una puntería infalible. Así era John Farrow el gun-man más conocido en el Oeste americano.

Su historia estaba escrita con plomo y su presencia en cualquier pueblo significaba la muerte. Oklahoma era la patria de este formidable bandido, lleno de intrigas y de misterios.

Corría el año 1872. El pueblo de “El Paso” celebraba sus fiestas anuales, cuando un hombre cruzaba silencioso la ancha calle. Se dirigió hacia un Saloon cercano.

-          Whisky – dijo con voz seca.

El tabernero se le quedó mirando con ojos desorbitados.

-          ¡Whisky! - repitió Farrow.

El hombrecillo titubeó y se acercó hacia el estante. Allí un hombre de cara sospechosa se le acercó.

-          Entretenle, Sam, sólo un instante.

El tabernero llamado Sam se acercó hacia John:

-          ¿Qué le trae por aquí forastero?

-          ¡Sirva ya!- contestó Farrow encolerizado.

Sam acercó una botella de whisky y sirvió al forastero.

De pronto, en el exterior sonó una voz:

-          ¡Farrow! te ando buscando.

Entre las numerosas personas que llenaban el saloon se alzó un murmullo general:

-          ¡Vaya dos contrincantes, John Farrow y Relámpago Bill!

El llamado Bill se acercó a Farrow. El local se iba despejando. Los dos hombres se quedaron solos, mirándose fijamente…

-            ¡No quise pelea ni la quise nunca! - arguyó Farrow.

-            Pues ¡elúdela si puedes!

Relámpago Bill no llegó a tocar sus revólveres. En un movimiento imposible de seguir con la vista, John Farrow, muy superior a su rival, le agujereó el vientre por dos veces.

Los dos hombres se quedaron en pie, pero Bill se encorvó y se desplomó en un charco de sangre. Luego la gente fue asomando la cabeza. Farrow había desaparecido.

DOS

Montado en un brioso corcel, el hombre perseguido por un trágico destino cabalga a la luz de la luna. Tres días cabalgando hasta que llegó a la frontera con Nuevo Méjico. Allí marchó con la esperanza de que su nombre no hubiese sonado en aquellos contornos. A su vista se presentaba un alegre paisaje: un rancho en donde vaqueros y rancheros corrían de un lado para otro.

Se encaminó allá y…

-          ¡Hola! ¿Quién es aquí el jefe?

-          Yo soy ¿qué busca?

-          Vengo a que me den trabajo. Si hay alguna plaza vacante…

-          Puedes quedarte. Allí tienes tu aposento.

Farrow, muy cansado, se dejó caer en un camastro. Llevaba matados ya más de veinte hombres. Pero él, ansioso de paz, no podía evitarlo. Mataba para salvar su vida. Pero si en aquel lugar nadie se metía con él, allí podía empezar una nueva vida.

-          ¡Hola forastero! dijo una voz femenina dentro del umbral.

Farrow vio ante sí una mujer encantadora.

-          ¿Quién es usted?- preguntó sonriente.

-          Me llaman Ketty, y soy la hija de Dan Filley, dueño del rancho.

-          Ajá, parece que no me iré de este rancho en varios años- comentó Farrow divertido.

-          Y usted ¿cómo se llama?

-          ¿Yo? pues… Duncan – mintió Farrow

-          Bueno Duncan, espero que seamos buenos amigos.

TRES

Ha pasado un mes. Los hermanos Kraig, peligrosos bandidos, desolaban en aquel tiempo la comarca. Samuel y Duwal, ambos sanguinarios y criminales.

-          Papá, papá, los Kraig han matado a Tom, le han matado.

-          No te preocupes hija- dijo el señor Filley a su hija Ketty- ya llegará el día en que…

-          Señor Filley, Duncan ha desaparecido… y no se llama Duncan sino John Farrow

John Farrow, el hombre sin estrella, cansado de vivir y de luchar aparentemente, avanzaba por las calles de Kansas. En su mente solo un pensamiento: matar a los Kraig.

Llegó a una plazoleta. Alguien debía de haberles avisado. Los Kraig, manos en el cinto, esperaban su llegada.

Farrow desmontó.

-          ¡Vosotros lo habéis querido malditos asesinos! que si os mato vuestra sangre sea pisoteada en los suelos de Kansas! ¡Hijos de perra! pagaréis caro todos vuestros crímenes. ¡Tú primero Duwall!- dijo Farrow descompuesto...y con su inimitable maestría, segó la vida del  criminal, sin darle tiempo a sacar su arma.

Pero Samuel estaba en pie, dispuesto a vengar a su hermano. Con un salto felino se agarró al cuello de Farrow.

Flexionando ágilmente las rodillas, Farrow lo despidió lejos de sí, y levantándolo del suelo, empezó a darle golpes de izquierda en el estómago. Quedó congestionado. Luego, levantándose, le propinó un tremendo golpe de rodilla en la boca del estómago. Samuel intentó coger el aire perdido, doblándose presa del dolor, pero Farrow había disparado su izquierda en la boca de su rival que dio una voltereta en el aire para caer después manándole sangre por la boca.

Pero Samuel era duro. Se levantó e intentó echar arena a Farrow pero éste cogiéndole de las piernas, le tiró consigo, y después de propinarle un gancho de izquierda le levantó en vilo y lo arrojó a varios metros de distancia. Samuel se golpeó contra una piedra y quedó inerte, con la mueca de la muerte dibujada en el rostro.

Farrow se volvió a su caballo. Por la cara le manaba sangre de la pelea y el brazo izquierdo lo tenía rojo. Montó en su caballo, cuando:

-          ¡John John!- gritó Ketty, que había ido en su busca.

-          Ketty yo…

La muchacha le echó los brazos al cuello.

-          John, amado mío, dime que te quedarás.

-          Me quedaré Ketty, me quedaré para toda la vida.

Y el hombre marcado por el infortunio, encontró la felicidad, la verdadera felicidad.

                                                                                                                                                                                                                  © Javier De Lucas