JOSE DE ESPRONCEDA

BIOGRAFIA

(Pajares de la Vega (Badajoz) 1808 - Madrid 1842). Su vida y su obra se consideran, como en Byron, síntesis del romanticismo. Hijo de un coronel del ejército, estudió en el colegio de San Mateo, regido por Hermosilla y Alberto Lista y después en el de Valverde, fundado por este último. Por su participación en la sociedad secreta de "Los Numantinos" fue encerrado a los 16 años en un convento en Guadalajara.

Huyó más tarde a Lisboa, a través de Gibraltar. Conoció allí a Teresa Mancha, a la que reencontró, ya casada, en Londres. Enamorado locamente de ella, ésta abandonó a su esposo y a su hija y huyó con el poeta a España en época de amnistía. Espronceda ingresó entonces en la Guardia de Corps y se hizo asiduo de la tertulia literaria de "El Parnasillo". Sus continuas ausencias, debidas en parte a los avatares políticos, originaron su ruptura con Teresa. El poeta consigue restituirla al hogar, pero Teresa lo abandona de nuevo para morir, tuberculosa y en la miseria, poco después. Sus amores duraron entre 1827 y 1836, y de ellos nació una hija.

Su vida política es paralela a la obra literaria. Sus poemas refieren temas constantes, como la condena de la injusticia social, la defensa de la libertad, la rebeldía, el individualismo, el amor como ilusión e ideal o el misterio de la muerte. Su CANTO A TERESA, incluido en su obra EL DIABLO MUNDO, es una de las más bellas elegías de la literatura española. Influido por los mejores creadores europeos, es valorado por la sinceridad y variedad rítmica de sus versos. Se le considera el primer gran poeta español moderno.


POEMAS ESCOGIDOS

LA CANCIÓN DEL PIRATA

Con diez cañones por banda,

viento en popa a toda vela,

no corta el mar, sino vuela,

un velero bergantín:

bajel pirata que llaman

por su bravura el Temido,

en todo el mar conocido

del uno al otro confín.

 

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento,

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y ve el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

y allá a su frente Estambul.

 

«Navega, velero mío,

sin temor;

que ni enemigo navío,

ni tormenta, ni bonanza,

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

 

»Veinte presas

hemos hecho

a despecho

del inglés,

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.»

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

 

«Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes

 por un palmo más de tierra;

que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.

 

»Y no hay playa

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor

que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor.»

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

 

«A la voz de « ¡Barco viene!»

es de ver

cómo vira y se previene

a todo trapo a escapar;

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.

 

»En las presas

yo divido

lo cogido

por igual;

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.»

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

 

«¡Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río;

no me abandone la suerte

y al mismo que me condena

colgaré de alguna antena,

quizá en su propio navío.

 

»Y si caigo,

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,

cuando el yugo

del esclavo

como un bravo

sacudí.»

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

 

«Son mi música mejor

aquilones;

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos,

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.

 

»Y del trueno

al son violento

y del viento

al rebramar

yo me duermo

sosegado

arrullado

por el mar.»

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

CANTO A TERESA

        

          Bueno es el mundo, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno!

          Como de Dios al fin obra maestra,

          Por todas partes de delicias lleno,

          De que Dios ama al hombre hermosa muestra.

          Salga la voz alegre de mi seno

          A celebrar esta vivienda nuestra;

          ¡Paz a los hombres! ¡Gloria en las alturas!

          ¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!

                     

¿Por qué volvéis a la memoria mía,

Tristes recuerdos del placer perdido,

A aumentar la ansiedad y la agonía

De este desierto corazón herido?

¡Ay! que de aquellas horas de alegría

Le quedó al corazón sólo un gemido,

Y el llanto que al dolor los ojos niegan

Lágrimas son de hiel que el alma anegan.

 

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas

De juventud, de amor y de ventura,

Regaladas de músicas sonoras,

Adornadas de luz y de hermosura?

Imágenes de oro bullidoras.

Sus alas de carmín y nieve pura,

Al sol de mi esperanza desplegando,

Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

 

Gorjeaban los dulces ruiseñores,

El sol iluminaba mi alegría,

El aura susurraba entre las flores,

El bosque mansamente respondía,

Las fuentes murmuraban sus amores ...

ilusiones que llora el alma mía!

¡Oh, cuán suave resonó en mi oído

El bullicio del mundo y su ruido!

 

Mi vida entonces, cual guerrera nave

Que el puerto deja por la vez primera,

Y al soplo de los céfiros suave

Orgullosa desplega su bandera,

Y al mar dejando que sus pies alabe

Su triunfo en roncos cantos, va velera,

Una ola tras otra bramadora

Hollando y dividiendo vencedora.

 

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente

De amor velaba; el sol de la mañana

Llevaba yo sobre mi tersa frente,

Y el alma pura de su dicha ufana:

Dentro de ella el amor, cual rica fuente

Que entre frescuras y arboledas mana,

Brotaba entonces abundante río

De ilusiones y dulce desvarío.

 

Yo amaba todo: un noble sentimiento

Exaltaba mi ánimo, Y sentía

En mi pecho un secreto movimiento,

De grandes hechos generoso guía:

La libertad, con su inmortal aliento,

Santa diosa, mi espíritu encendía,

Contino imaginando en mi fe pura

Sueños de gloria al mundo y de ventura.

 

El puñal de Catón, la adusta frente

Del noble Bruto, la constancia fiera

Y el arrojo de Scévola valiente,

La doctrina de Sócrates severa,

La voz atronadora y elocuente

Del orador de Atenas, la bandera

Contra el tirano Macedonio alzando,

Y al espantado pueblo arrebatando:

 

El valor y la fe del caballero,

Del trovador el arpa y los cantares,

Del gótico castillo el altanero

Antiguo torreón, do sus pesares

Cantó tal vez con eco lastimero,

¡Ay!, arrancada de sus patrios lares,

Joven cautiva, al rayo de la luna,

Lamentando su ausencia y su fortuna:

 

El dulce anhelo del amor que guarda,

Tal vez inquieto y con mortal recelo;

La forma bella que cruzó gallarda,

Allá en la noche, entre medroso velo;

La ansiada cita que en llegar se tarda

Al impaciente y amoroso anhelo,

La mujer y la voz de su dulzura,

Que inspira al alma celestial ternura:

 

A un tiempo mismo en rápida tormenta

Mi alma alborotaban de contino,

Cual las olas que azota con violenta

Cólera impetuoso torbellino:

 Soñaba al héroe ya, la plebe atenta

En mi voz escuchaba su destino:

Ya al caballero, al trovador soñaba,

Y de gloria y de amores suspiraba.

 

Hay una voz secreta, un dulce canto,

Que el alma sólo recogida entiende,

Un sentimiento misterioso y santo,

Que del barro al espíritu desprende;

Agreste, vago y solitario encanto

Que en inefable amor el alma enciende,

Volando tras la imagen peregrina

El corazón de su ilusión divina.

 

Yo, desterrado en extranjera playa,

Con los ojos extático seguía

La nave audaz que en argentado raya

Volaba al puerto de la patria mía:

Yo, cuando en Occidente el sol desmaya,

Solo y perdido en la arboleda umbría,

Oír pensaba el armonioso acento

De una mujer, al suspirar del viento.

 

¡Una mujer!  En el templado rayo

De la mágica luna se colora,

Del sol poniente al lánguido desmayo

Lejos entre las nubes se evapora;

Sobre las cumbres que florece Mayo

Brilla fugaz al despuntar la aurora,

Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,

Juega en las aguas del sereno río.

 

¡Una mujer!  Deslizase en el cielo

Allá en la noche desprendida estrella,

Si aroma el aire recogió en el suelo,

Es el aroma que le presta ella.

Blanca es la nube que en callado vuelo

Cruza la esfera, y que su planta huella,

Y en la tarde la mar olas le ofrece

De plata y de zafir, donde se mece.

 

Mujer que amor en su ilusión figura,

Mujer que nada dice a los sentidos,

Ensueño de suavísima ternura,

Eco que regaló nuestros oídos;

De amor la llama generosa y pura,

Los goces dulces del amor cumplidos,

Que engalana la rica fantasía,

Goces que avaro el corazón ansía:

 

¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquélla,

Tanto delirio a realizar alcanza,

Y esa mujer tan cándida y tan bella

Es mentida ilusión de la esperanza:

Es el alma que vívida destella

Su luz al mundo cuando en él se lanza,

Y el mundo, con su magia y galanura

Es espejo no más de su hermosura:

 

Es el amor que al mismo amor adora,

El que creó las Sílfides y Ondinas,

La sacra ninfa que bordando mora

Debajo de las aguas cristalinas:

Es el amor que recordando llora

Las arboledas del Edén divinas:

Amor de allí arrancado, allí nacido,

Que busca en vano aquí su bien perdido.

 

¡Oh llama santa! ¡celestial anhelo!

¡Sentimiento purísimo! ¡memoria

Acaso triste de un perdido cielo,

Quizá esperanza de futura gloria!

¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!

¡Oh qué mujer! ¡qué imagen ilusoria

Tan pura, tan feliz, tan placentera,

Brindó el amor a mi ilusión primera! ...

 

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,

¡Ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?

¿Por qué, por qué como en mejores días,

No consoláis vosotras mis pesares?

¡Oh! los que no sabéis las agonías

De un corazón que penas a millares

¡Ay! desgarraron y que ya no llora,

¡Piedad tened de mi tormento ahora!

 

¡Oh dichosos mil veces, sí, dichosos

Los que podéis llorar! y ¡ay! sin ventura

De mí, que entre suspiros angustiosos

Ahogar me siento en infernal tortura.

¡Retuércese entre nudos dolorosos

Mi corazón, gimiendo de amargura!

También tu corazón, hecho pavesa,

¡Ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

 

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,

Que fuera eterno manantial de llanto,

Tanto inocente amor, tanta alegría,

Tantas delicias y delirio tanto?

 ¿Quién pensara jamás llegase un día

En que perdido el celestial encanto

Y caída la venda de los ojos,

Cuanto diera placer causara enojos?

 

Aun parece, Teresa, que te veo

Aérea como dorada mariposa,

Ensueño delicioso del deseo,

Sobre tallo gentil temprana rosa,

Del amor venturoso devaneo,

Angélica, purísima y dichosa,

Y oigo tu voz dulcísima y respiro

Tu aliento perfumado en tu suspiro.

 

Y aún miro aquellos ojos que robaron

A los cielos su azul, y las rosadas

Tintas sobre la nieve, que envidiaron

Las de Mayo serenas alboradas:

Y aquellas horas dulces que pasaron

Tan breves, ¡ay! como después lloradas,

Horas de confianza y de delicias,

De abandono y de amor y de caricias.

 

Que así las horas rápidas pasaban,

Y pasaba a la par nuestra ventura;

Y nunca nuestras ansias la contaban,

Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.

Las horas ¡ay! huyendo nos miraban

Llanto tal vez vertiendo de ternura;

Que nuestro amor y juventud veían,

Y temblaban las horas que vendrían.

 

Y llegaron en fin: ¡oh! ¿quién impío

¡Ay! agostó la flor de tu pureza?

Tú fuiste un tiempo cristalino río,

Manantial de purísima limpieza;

Después torrente de color sombrío

Rompiendo entre peñascos y maleza,

Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,

Entre fétido fango detenidas.

 

¿Cómo caiste despeñado al suelo,

Astro de la mañana luminoso?

Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo

A este valle de lágrimas odioso?

Aún cercaba tu frente el blanco velo

Del serafín, y en ondas fulguroso

Rayos al mando tu esplendor vertía,

Y otro cielo el amor te prometía.

 

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído,

O mujer nada más y lodo inmundo,

Hermoso ser para llorar nacido,

O vivir como autómata en el mundo.

Sí, que el demonio en el Edén perdido,

Abrasara con fuego del profundo

La primera mujer, y ¡ay! aquel fuego

La herencia ha sido de sus hijos luego.

 

Brota en el cielo del amor la fuente,

Que a fecundar el universo mana,

Y en la tierra su límpida corriente

Sus márgenes con flores engalana.

Mas ¡ay! huid: el corazón ardiente

Que el agua clara por beber se afana,

Lágrimas verterá de duelo eterno,

Que su raudal lo envenenó el infierno.

 

Huid, si no queréis que llegue un día

En que enredado en retorcidos lazos

El corazón con bárbara porfía

Luchéis por arrancároslo a pedazos:

En que al cielo en histérica agonía

Frenéticos alcéis entrambos brazos,

Para en vuestra impotencia maldecirle,

Y escupiros, tal vez, al escupirle.

 

Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,

Las dulces esperanzas que trajeron

Con sus blancos ensueños se llevaron,

Y el porvenir de oscuridad vistieron:

Las rosas del amor se marchitaron,

Las flores en abrojos convirtieron,

Y de afán tanto y tan soñada gloria

Sólo quedó una tumba, una memoria.

 

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento

Un pesar tan intenso!  Embarga impío

Mi quebrantada voz mi sentimiento,

Y suspira tu nombre el labio mío.

Para allí su carrera el pensamiento,

Hiela mi corazón punzante frío,

Ante mis ojos la funesta losa,

Donde vil polvo tu bondad reposa.

 

Y tú, feliz, que hallastes en la muerte

Sombra a que descansar en tu camino,

Cuando llegabas, mísera, a perderte

Y era llorar tu único destino:

¡Cuando en tu frente la implacable suerte

Grababa de los réprobos el sino!

Feliz, la muerte te arrancó del suelo,

Y otra vez ángel, te volviste al cielo.

 

Roída de recuerdos de amargura,

Árido el corazón, sin ilusiones,

La delicada flor de tu hermosura

Ajaron del dolor los aquilones:

Sola, y envilecida, y sin ventura,

Tu corazón secaron las pasiones:

Tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran

Y hasta el nombre de madre te negaran.

 

Los ojos escaldados de tu llanto,

Tu rostro cadavérico y hundido;

único desahogo en tu quebranto,

El histérico ¡ay! de tu gemido:

¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto

Envolver tu desdicha en el olvido,

Disipar tu dolor y recogerte

En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

 

¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!

Espíritu indomable, alma violenta,

En ti, mezquina sociedad, lanzada

A romper tus barreras turbulenta.

Nave contra las rocas quebrantada,

Allá vaga, a merced de la tormenta,

En las olas tal vez náufraga tabla,

Que sólo ya de sus grandezas habla.

 

Un recuerdo de amor que nunca muere

Y está en mi corazón: un lastimero

Tierno quejido que en el alma hiere,

Eco suave de su amor primero:

¡Ay de tu luz, en tanto yo viviere,

Quedará un rayo en mí, blanco lucero,

Que iluminaste con tu luz querida

La dorada mañana de mi vida!

 

Que yo, como una flor que en la mañana

Abre su cáliz al naciente día,

¡Ay, al amor abrí tu alma temprana,

Y exalté tu inocente fantasía,

Yo inocente también ¡oh!, cuán ufana

Al porvenir mi mente sonreía,

Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo

Pensé contigo remontarme al cielo!

 

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,

En tus brazos en lánguido abandono,

De glorias y deleites rodeado

Levantar para ti soñé yo un trono:

Y allí, tú venturosa y yo a tu lado.

Vencer del mundo el implacable encono,

Y en un tiempo, sin horas ni medida,

Ver como un sueño resbalar la vida.

 

¡Pobre Teresa!  Cuando ya tus ojos

Áridos ni una lágrima brotaban;

Cuando ya su color tus labios rojos

En cárdenos matices se cambiaban;

Cuando de tu dolor tristes despojos

La vida y su ilusión te abandonaban,

Y consumía lenta calentura,

Tu corazón al par de tu amargura;

 

Si en tu penosa y última agonía

Volviste a lo pasado el pensamiento;

Si comparaste a tu existencia un día

Tu triste soledad y tu aislamiento;

Si arrojó a tu dolor tu fantasía

Tus hijos ¡ay! en tu postrer momento

A otra mujer tal vez acariciando,

Madre tal vez a otra mujer llamando;

 

Si el cuadro de tus breves glorias viste

Pasar como fantástica quimera,

Y si la voz de tu conciencia oíste

Dentro de ti gritándole severa;

Si, en fin, entonces tú llorar quisiste

Y no brotó una lágrima siquiera

Tu seco corazón, y a Dios llamaste,

Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;

 

¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel! ¡martirio horrendo!

¡Espantosa expiación de tu pecado,

Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,

Morir, el corazón desesperado!

Tus mismas manos de dolor mordiendo,

Presente a tu conciencia lo pasado,

Buscando en vano, con los ojos fijos,

Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

 

¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel!... ¡Ay! yo entretanto

Dentro del pecho mi dolor oculto,

Enjugo de mis párpados el llanto

Y doy al mundo el exigido culto;

 Yo escondo con vergüenza mi quebranto,

Mi propia pena con mi risa insulto,

Y me divierto en arrancar del pecho

Mi mismo corazón pedazos hecho.

 

Gocemos, sí; la cristalina esfera

Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!

¿Quién a parar alcanza la carrera

Del mundo hermoso que al placer convida?

Brilla radiante el sol, la primavera

Los campos pinta en la estación florida;

Truéquese en risa mi dolor profundo...

Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?

FRESCA, LOZANA, PURA Y OLOROSA

 

Fresca, lozana, pura y olorosa,

gala y adorno del pensil florido,

gallarda puesta sobre el ramo erguido,

fragancia esparce la naciente rosa.

 

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa

vibra del can en llamas encendido,

el dulce aroma y el color perdido,

sus hojas lleva el aura presurosa.

 

Así brilló un momento mi ventura

en alas del amor, y hermosa nube

fingí tal vez de gloria y de alegría.

 

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,

y deshojada por los aires sube

la dulce flor de la esperanza mía.

A EVA

               

Llora, llora, infeliz: tu amargo duelo

sempiterno será cual tu castigo,

y tu linaje mísero contigo

llore también sin esperar consuelo.

 

Infanda prole en inmortal desvelo

criarás en tu dolor, y tu enemigo

se aplacerá, de tu pesar testigo,

cuando tu propia sangre inunde el suelo.

 

¡Triste! perdón demandarás en vano;

que contra ti de cólera encendido

lanzó su maldición Dios soberano.

 

Tronó el cielo y horrísono alarido

retumbó el hondo Caos, contra el humano

¡ay! maldición sonando pavorido.

HOJAS DEL ÁRBOL CAÍDAS...

   

Hojas del árbol caídas

juguetes del viento son:

las ilusiones perdidas

¡ay! son hojas desprendidas

del árbol del corazón.

CANCIÓN PATRIÓTICA

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

Al grito de la patria

volemos, compañeros,

blandamos los aceros

que intrépida nos da.

A par en nuestros brazos

ufanos la ensalcemos

y al orbe proclamemos:

"España es libre ya."

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

Mirad, mirad en sangre

y en lágrimas teñidos

reir los forajidos,

gozar en su dolor.

Mirad cómo en su seno

la indigna espada ocultan:

¡Imbéciles!, ¿insultan

tal vez nuestro valor?

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

¿Se animan porque hallaron

traidores en las lides?

¡Oh! tiemblen, quedan Cides

que vuelan a vencer.

Las sombras de los héroes

nos ciñen de sus palmas.

¿No ya sentís las almas

súbitamente arder?

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

¡Oh siempre dulce patria

al alma generosa!

¡Oh siempre portentosa

magia de libertad!

Tus ínclitos pendones

que el libre ya tremola

un rayo tornasola

del iris de la paz.

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

En medio del estruendo

del bronce pavoroso

tu grito prodigioso

se escucha resonar:

Tu grito que las almas

inunda de alegría,

tu nombre que a la impía

caterva le hace temblar.

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

¡Oh don del Cielo mismo,

tú, libertad querida,

tú, el bálsamo de vida

derrama al corazón!

Devuélvenos, oh diosa

la patria y la victoria,

devuélvenos la gloria

con más feliz blasón.

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

En tus divinas aras

dejándote ofrecida

la espada no vencida,

ministro de tu ardor:

la plácida esperanza,

la dulce paz reviva

y brille a par la oliva

del lauro del valor.

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

Quién ¡ay! oh compañeros,

al bélico redoble

¿no siente el pecho noble

impávido latir?

Mirad centelleantes

cual nuncios ya de gloria.

reflejos de victoria

las armas despedir.

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

 

Volemos: ¡dad laureles!

Oh dulce patria mía,

el astro a ti nos guía

de paz y libertad.

Desde Pirene a Calpe

lancémonos ufanos:

no más con los tiranos

clemencia ni piedad.

 

Inspíranos tu fuego,

divina libertad:

y al trueno de tu nombre,

oh déspotas temblad.

LA MUERTE DE TORRIJOS Y SUS COMPAÑEROS

 

  

Helos allí: junto a la mar bravía

Cadáveres están ¡ay! los que fueron

Honra del libre, y con su muerte dieron

Almas al cielo, a España nombradía.

 

Ansia de patria y libertad henchía

Sus nobles pechos que jamás temieron,

Y las costas de Málaga los vieron

Cual sol de gloria en desdichado día.

 

Españoles, llorad; mas vuestro llanto

Lágrimas de dolor y sangre sean,

Sangre que ahogue a siervos y opresores,

 

Y los viles tiranos con espanto

Siempre delante amenazando vean

Alzarse sus espectros vengadores.

    EL MENDIGO

 

Mío es el mundo: como el aire libre,

Otros trabajan porque coma yo;

Todos se ablandan si doliente pido

Una limosna por amor de Dios.

 

El palacio, la cabaña

Son mi asilo,

Si del ábrego el furor

Troncha el roble en la montaña,

O que inunda la campaña

El torrente asolador.

 

Y a la hoguera

Me hacen lado

Los pastores

Con amor,

Y sin pena

Y descuidado

De su cena

Ceno yo.

O en la rica

Chimenea,

Que recrea

Con su olor,

Me regalo

Codicioso

Del banquete

Suntüoso

Con las sobras

De un señor.

 

Y me digo; el viento brama,

Caiga furioso turbión;

Que al son que cruje de la seca leña,

Libre me duermo sin rencor ni amor.

 

Mío es el mundo como el aire libre...

 

Todos son mis bienhechores,

Y por todos

A Dios ruego con fervor;

De villanos y señores

Yo recibo los favores

Sin estima y sin amor.

 

Ni pregunto

Quienes sean,

Ni me obligo

A agradecer;

Que mis rezos

Sí desean,

Dar limosna

Es un deber.

Y es pecado

La riqueza,

La pobreza

Santidad:

Dios a veces

Es mendigo.

Y al avaro

Da castigo,

Que le niegue

Caridad.

 

Yo soy pobre y se lastiman

Todos al verme plañir,

Sin ver son mías sus riquezas todas,

Qué mina inagotable es el pedir.

 

Mío es el mundo: como el aire libre...

 

Mal revuelto y andrajoso,

Entre harapos

Del lujo sátira soy,

Y con mi aspecto asqueroso

Me vengo del poderoso,

Y a donde va tras él voy.

 

Y a la hermosa

Que respira

Cien perfumes,

Gala, amor,

La persigo

Hasta que mira,

Y me gozo

Cuando aspira

Mi punzante

Mal olor.

Y las fiestas

Y el contento

Con mi acento

Turbo yo,

Y en la bulla

Y la alegría

Interrumpen

La armonía

Mis harapos

Y mi voz:

 

Mostrando cuán cerca habitan

El gozo y el padecer,

Que no hay placer sin lágrimas, ni pena

Que no transpire en medio del placer.

 

Mío es el mundo; como el aire libre...

 

Y para mí no hay mañana,

Ni hay ayer;

Olvido el bien como el mal,

Nada me aflije ni afana;

Me es igual para mañana

Un palacio, un hospital.

 

Vivo ajeno

De memorias,

De cuidados

Libre estoy;

Busquen otros

Oro y glorias,

Yo no pienso

Sino en hoy.

Y do quiera

Vayan leyes,

Quiten reyes,

Reyes den;

Yo soy pobre

Y al mendigo

Por el miedo

Del castigo

Todos hacen

Siempre bien.

 

Y un asilo donde quiera,

Y un lecho en el hospital

Siempre hallaré, y un hoyo donde caiga

Mi cuerpo miserable al espirar.

 

Mío es el mundo: como el aire libre,

Otros trabajan porque coma yo:

Todos se ablandan, si doliente pido

Una limosna por amor de Dios.

EL REO DE MUERTE

 

Reclinado sobre el suelo

Con lenta amarga agonía,

Pensando en el triste día

Que pronto amanecerá,

En silencio gime el reo

Y el fatal momento espera

En que el sol por vez postrera

En su frente lucirá.

 

Un altar y un crucifijo,

Y la enlutada capilla

Lánguida vela amarilla

Tiñe en su luz funeral,

Y junto al mísero reo,

Medio encubierto el semblante,

Se oye al fraile agonizante

En son confuso rezar.

 

El rostro levanta el triste

Y alza los ojos al cielo;

Tal vez eleva en su duelo

La súplica de piedad:

¡Una lágrima! ¿es acaso

De temor o de amargura?

¡Ay! a aumentar su tristura

Vino un recuerdo quizá!!!

 

Es un joven y la vida

Llena de sueños de oro,

Pasó ya, cuando aún el lloro

De la niñez no enjugó:

El recuerdo es de la infancia,

¡Y su madre que le llora,

Para morir así ahora

Con tanto amor le crió!!!

Y a par que sin esperanza

Ve ya la muerte en acecho,

Su corazón en su pecho

Siente con fuerza latir,

Al tiempo que mira al fraile

Que en paz ya duerme a su lado,

Y que ya viejo y postrado

Le habrá de sobrevivir.

 

¿Mas qué rumor a deshora

Rompe el silencio? resuena

Una alegre cantilena

Y una guitarra a la par,

Y gitos y de botellas

Que se chocan, el sonido,

Y el amoroso estallido

De los besos y el danzar.

 

Y también pronto en son triste

Lúgubre voz sonará:

¡Para hacer bien por el alma

Del que van a ajusticiar!

 

Y la voz de los borrachos,

Y sus brindis, sus quimeras,

Y el cantar de las rameras,

Y el desorden bacanal

En la lúgubre capilla

Penetran, y carcajadas,

Cual de lejos arrojadas

De la mansión infemal.

 

Y también pronto en son triste

Lúgubre voz sonará:

¡Para hacer bien por el alma

Del que van a ajusticiar!

 

¡Maldición! al eco infausto

El sentenciado maldijo

La madre que como a hijo

A sus pechos le crió;

Y maldijo el mundo todo,

Maldijo su suerte impía,

Maldijo el aciago día

Y la hora en que nació.

 

Serena la luna

Alumbra en el cielo,

Domina en el suelo

Profunda quietud;

Ni voces se escuchan,

Ni ronco ladrido,

Ni tierno quejido

De amante laúd.

 

Madrid yace envuelto en sueño,

Todo al silencio convida,

Y el hombre duerme y no cuida

Del hombre que va a expirar;

Si tal vez piensa en mañana,

Ni una vez piensa siquiera

En el mísero que espera

Para morir, despertar;

 

Que sin pena ni cuidado

Los hombres oyen gritar:

¡Para hacer bien por el alma

Del que van a ajusticiar!

 

¡Y el juez también en su lecho

Duerme en paz! ¡y su dinero

El verdugo placentero

Entre sueños cuenta ya!

Tan sólo rompe el silencio

En la sangrienta plazuela

El hombre del mal que vela

Un cadalso a levantar.

 

Loca y confusa la encendida mente,

Sueños de angustia y fiebre y devaneo

El alma envuelven del confuso reo,

Que inclina al pecho la abatida frente.

 

Y en sueños

Confunde

La muerte

La vida.

Recuerda

Y olvida,

Suspira,

Respira

Con hórrido afán.

 

Y en un mundo de tinieblas

Vaga y siente miedo y frío,

Y en su horrible desvarío

Palpa en su cuello el dogal;

Y cuanto más forcejea,

Cuanto más lucha y porfia,

Tanto más en su agonía

Aprieta el nudo fatal.

 

Y oye ruido, voces, gentes,

Y aquella voz que dirá:

¡Para hacer bien por el alma

Del que van a ajusticiar!

 

O ya libre se contempla,

Y el aire puro respira,

Y oye de amor que suspira

La mujer que un tiempo amó,

Bella y dulce cual solía,

Tierna flor de primavera,

El amor de la pradera

Que el abril galán mimó.

 

Y gozoso a verla vuela,

Y alcanzarla intenta en vano,

Que al tender la ansiosa mano

Su esperanza a realizar,

Su ilusión la desvanece

De repente el sueño impío,

Y halla un cuerpo mudo y frío

Y un cadalso en su lugar.

 

Y oye a su lado en son triste

Lúgubre voz resonar:

¡Para hacer bien por el alma

Del que van a ajusticiar!

A LA LUNA

 

Salve, tranquila plateada luna,

que de la noche la grandeza ensalzas,

tus rayos ora derramando alegras

mares y tierra.

 

Triste te admiro, desdichado amante,

entre las ramas escuchando ahora,

dulce jugando con sonantes alas,

céfiro flébil.

 

Ya retratada en el arroyo puro,

trémula giras en sus ondas claras;

ya entre celajes asomando brusca

miro tus rayos.

 

Tú me recuerdas, amorosa luna,

la dulce noche que en mis tiernos brazos

cayó mi bien enajenada, dando

lánguidos besos.

 

Tú iluminabas la tendida esfera,

tú, venturosa, de Endimión en brazos,

tierna mirabas mi felice gozo,

gozo anhelado.

 

Aquí al sonido del suave canto

que Filomena enamorada entrega

al viento, dando cariñosos ayes,

tórtola blanda,

 

los dulces labios de mi dulce amada

se unieron blandos a mi boca ansiosa

por vez primera, disfrutando tiernas

gratas delicias.

 

Mas ora gimo, e incesante lloro

vierto, escuchando el agorero acento

del buho triste, que en algún sepulcro

mísero canta.

 

Lánguida luna, que mis tristes quejas

dulce recoges con amable rostro,

si te enternece mi desdicha amarga,

llora conmigo.

 

Tú, separada del pastor querido,

lloras, ¡o luna! la fatal ausencia,

que de sus brazos y del bosque umbroso

ora te aparta.

 

Mas tu carroza en la celeste esfera

rauda dejando, gozarás, hermosa,

tiernas caricias mientras yo derramo

lágrimas siempre.

 

Dile a mi vida que su amado ausente

mísero muere si en desdicha tanta,

a este repuesto sosegado bosque

dulce no vuelve.

LA CAUTIVA

 

Ya el sol esconde sus rayos,

El mundo en sombras se vela,

El ave a su nido vuela,

Busca asilo el trovador.

Todo calla: en pobre cama

Duerme el pastor venturoso,

En su lecho suntuoso

Se agita insomne el señor.

 

Se agita: mas ¡ay! reposa

Al fin en su patrio suelo,

No llora en mísero duelo

La libertad que perdió:

Los campos ve que a su infancia

Horas dieron de contento,

Su oído halaga el acento

Del país donde nació.

 

No gime ilustre cautivo

Entre doradas cadenas,

Que si bien de encanto llenas,

Al cabo cadenas son.

Si acaso triste lamenta,

En torno ve a sus amigos,

Que, de su pena testigos,

Consuelan su corazón.

 

La arrogante erguida palma

Que en el desierto florece,

Al viajero sombra ofrece,

Descanso y grato manjar:

Y, aunque sola, allí es querida

Del árabe errante y fiero,

Que siempre va placentero

A su sombra a reposar.

 

Mas ¡ay triste! yo cautiva,

Huérfana y sola suspiro,

El clima extraño respiro,

Y amo a un extraño también;

No hallan mis ojos mi patria;

Humo han sido mis amores;

Nadie calma mis dolores,

Y en celos me siento arder.

 

¡Ah! ¿Llorar? ¿Llorar?... no puedo,

Ni ceder a mi tristura,

Ni consuelo en mi amargura

Podré jamás encontrar.

Supe amar como ninguna,

Supe amar correspondida;

Despreciada, aborrecida;

¿No sabré también odiar?

 

¡Adiós, patria! ¡adiós, amores!

La infeliz Zoraida ahora

Sólo venganzas implora,

Ya condenada a morir.

No soy ya del castellano

La sumisa enamorada,

Soy la cautiva cansada

Ya de dejarse oprimir.

      ¡GUERRA!

 

¿Oís?  Es el cañón.  Mi pecho hirviendo

el cántico de guerra entonará,

y al eco ronco del cañón venciendo,

la lira del poeta sonará.

 

El pueblo ved que la orgullosa frente

levanta ya del polvo en que yacía,

arrogante en valor, omnipotente,

terror de la insolente tiranía.

          Rumor de voces siento,

y al aire miro deslumbrar espadas,

          y desplegar banderas;

y retumban al son las escarpadas

          rocas del Pirineo;

          y retiemblan los muros

de la opulenta Cádiz, y el deseo

crece en los pechos de vencer lidiando,

brilla en los rostros el marcial contento,

y donde quiera el generoso acento

se alza de patria y libertad tronando.

 

          Al grito de la patria,

          volemos, compañeros,

          blandamos los aceros

          que intrépida nos da.

          A par en nuestros brazos

          ufanos la ensalcemos

          y al mundo proclamemos

          "España es libre ya".

 

          ¡Mirad, mirad en sangre,

          y lágrimas teñidos

          reir los forajidos,

          gozar en su dolor!

          ¡Oh! fin tan sólo ponga

          su muerte a la contienda

          y cada golpe encienda

          aún más nuestro rencor.

 

          ¡Oh! siempre dulce patria

          al alma generosa,

          ¡Oh! ¡siempre portentosa

          magia de libertad!

          Tus ínclitos pendones

          que el español tremola,

          un rayo tornasola

          del iris de la paz.

 

          En medio del estruendo

          del bronce pavoroso,

          tu grito prodigioso

          se escucha resonar.

          Tu grito que las almas

          inunda de alegría,

          tu nombre que a  esa impía

          caterva hace temblar.

 

          ¿Quién hay ¡oh compañeros!

          que al bélico redoble

          no sienta el pecho noble

          con júbilo latir?

          Mirad centelleantes,

          cual nuncios ya de gloria,

          reflejos de victoria

          las armas despedir.

 

¡Al arma! ¡al arma! ¡mueran los carlistas!

y al mar se lancen con bramido horrendo

de la infiel sangre caudalosos ríos,

y atónito contemple el Océano

          sus olas combatidas

con la traidora sangre enrojecidas,

 

Truene el cañón: el cántico de guerra,

pueblos ya libres, con placer alzad.

Ved, ya desciende a la oprimida tierra

los hierros a romper, la libertad.

                                © Javier de Lucas