LUIS DE GONGORA
BIOGRAFIA
(Córdoba 1561 - id.1627). Estudió Cánones en Salamanca, pero su ocupación principal fue la poesía. Financiado por el cabildo catedral de Córdoba, estuvo con diversas comisiones en Madrid, Salamanca y Valladolid. Se ordenó sacerdote y fue capellán honorario de Felipe III. Su prestigio literario fue enorme. Tuvo encuentros con los poetas de su época (Quevedo, Lope de Vega) a los que dedicó poemas ofensivos, pero contó también con grandes amigos, como el conde de Villamediana y el Paravicino, entre otros.
Sus apuros económicos fueron grandes, ya que, según parece, quería vivir como un gran señor y además era algo dado al juego. En 1626, ya enfermo, se retiró a Córdoba donde murió al año siguiente. Su obra consta de letrillas, romances, sonetos y otras composiciones diversas de arte mayor y menor. Entre sus obras más importantes podemos citar: SOLEDADES, FABULA DE POLIFEMO Y GALATEA y el PANEGIRICO AL DUQUE DE LERMA. Además cuenta con dos obras dramáticas: LAS FIRMEZAS DE ISABELA y EL DOCTOR CARLINO.
POEMAS ESCOGIDOS
AMOR
¡Oh niebla del estado más sereno,
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora, escondida
de verde prado en oloroso seno!
¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!
¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
vuélvete al lugar triste donde estabas,
o al reino (si allá cabes) del espanto;
mas no cabrás allá, que pues ha tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas,
mayor debes de ser que el mismo infierno.
TU LUZ
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecerlo,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh claro sol insidioso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte
DEJAME EN PAZ
Ciego que apuntas, y atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad,
por el alma de tu madre
-que murió, siendo inmortal,
de envidia de mi señora-
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Baste el tiempo mal gastado
que he seguido a mi pesar
tus inquietas banderas,
foragido capitán.
Perdóname, Amor, aquí,
pues yo te perdono allá
cuatro escudos de paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
¿Qué galardón de un desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Diez años desperdicié,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de Amor
a costa de mi caudal.
Como aré y sembré, cogí;
aré un alterado mar,
sembré en estéril arena,
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Una torre fabriqué
del viento en la vanidad,
mayor que la de Nembroth,
y de confusión igual.
Gloria llamaba a la pena,
a la cárcel libertad,
miel dulce al amargo acíbar,
principio al fin, bien al mal.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
SITIO BREVE
Cuatro o seis desnudos hombros
de dos escollos o tres
hurtan poco sitio al mar,
y mucho agradable en él.
Cuánto lo sienten las ondas
batido lo dice el pie,
que pólvora de las piedras
la agua repetida es.
Modestamente sublime
ciñe la cumbre un laurel,
coronando de esperanzas
al piloto que le ve.
Verdes rayos de una palma,
si no luciente, cortés,
Norte frondoso, conducen
el derrotado bajel.
Este ameno sitio breve,
de cabra, apenas montés
profanado, escaló un día
mal agradecida fe;
joven, digo, ya esplendor
del Palacio de su Rey,
el hueco anima de un tronco
nueve meses habrá o diez,
a quien, si lecho no blando,
sueño le debe fiel,
brame el Austro, y de las rocas
haga lo que del ciprés.
Arrastrando allí eslabones
de su adorado desdén,
hierbas cultiva no ingratas
en apacible vergel.
¡Oh, cuán bien las solicita
sudor fácil, y cuán bien
émulas responden ellas
del más valiente pincel!
Confusas entre los lirios
las rosas se dejan ver,
bosquejando lo admirable
de su hermosura cruel
tan dulce, tan natural,
que abejuela alguna vez
se caló a besar sus labios
en las hojas de un clavel.
Sierpe de cristal, vestida
escamas de rosicler,
se escondía ya en las flores
de la imaginada tez,
cuando velera paloma,
alado, si no bajel,
nubes rompiendo de espuma,
en derrota suya un mes,
le trajo, si no de oliva,
en las hojas de un papel,
señas de serenidad,
si el arco de Amor se cree.
UN CAMINANTE ENFERMO
Descaminando, enfermo, peregrino
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distincto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
Salió el sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña,
que morir de la suerte que yo muero.
MAMOLA
El que a su mujer procura
dar remedio al mal de madre,
y ve que no la comadre
sino que el Cura la cura,
si piensa que el Padre Cura
trae la virtud en la estola,
mamóla.
Soldado que de la armada
partió a casarse doncel
con la que lo es menos que él
(aunque mucho más soldada),
si la vitoria ganada
atribuye a la pistola,
mamóla.
La dama que llama el paje
dejó en la cama a su esposo
y le halló, de celoso,
más helado que el potaje;
si ella dijo era mensaje
de su madre, y él creyóla,
mamóla.
Si abierta la puerta tiene
todo el año la casada,
no es bien la halle cerrada
el marido cuando viene;
y si en abrir se detiene
y piensa que estaba sola,
mamóla.
El padre que no replica
viendo gastar a las hijas
galas, copete y sortijas,
desde la grande a la chica,
si piensa no usan de pica
cuando ya saben de gola,
mamóla.
El que da mil alabanzas
a su mujer, porque sabe
hacer con estremo grave
mil diferencias de danzas,
si el que pagó estas mudanzas
piensa no hizo cabriola,
mamóla.
Si piensa el que vio amarilla
a su dama de contino,
cuando el rojo sobrevino
en una y otra mejilla,
que no es ajena semilla
la que causa esta amapola,
mamóla.
La dama que en su retrete
sólo al tenderete juega,
y para jugarlo alega
ser la cama buen bufete,
si piensa que el «tenderete»
no es juego de pirinola,
mamóla.
Si piensa el que a doña Inés
en conversación la halló,
donde sólo se trató
de la toma de Calés,
que no fue sarao francés
ni acabó en justa española,
mamóla.
El que, por más que espolee,
no endereza el acicate
(quizá porque mejor bate
otro el vientre), si no cree
que, porque no se mosquee,
le han castigado la cola,
mamóla.
VIENTO AL VIENTO
En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
desde su barca Alción
suspiros y redes lanza,
los suspiros por el cielo
y las redes por el agua,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.
En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el agua.
Ambos se van a su centro,
do su natural les llama,
desde el corazón los unos,
las otras desde la barca,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.
El pescador, entre tanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos
y los ojos de ella el alma,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.
Y aunque el deseo de verla,
para apresurarle, arma
de otros remos la barquilla,
y el corazón de otras alas,
porque la ninfa no huya,
no llega más que a distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»
Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan humilde
a partes que son tan altas.
Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas,
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»
Dejadme vengar de aquélla
que tomó de mi venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta playa;
dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa clara
que más que vosotras nudos
tengo para llorar causas.
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»
SOLEDAD PRIMERA
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago, y desdeñado sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arión dulce instrumento.
Del siempre en la montaña opuesto pino
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla Delfln no fue pequeño
al inconsiderado peregrino,
que a una Libia de ondas su camino
fió, y su vida a un leño.
Del Océano pues antes sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
de secos juncos, de calientes plumas,
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde halló nido
de Júplter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que le expuso en la playa dio a la roca;
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas;
y al Sol lo extiende luego,
que lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado fuego,
lento lo embiste, y con suave estilo
la menor onda chupa al menor hilo.
No bien pues de su luz los horizontes,
que hacían desigual, confusamente,
montes de agua y piélagos de montes,
desdorados los siente,
cuando entregado el mísero extranjero
en lo que ya del mar redimió fiero,
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos que aun igualara mal volando
veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso, escala.
Vencida al fin la cumbre
del mar siempre sonante,
de la muda campaña,
árbitro igual e inexpugnable muro,
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor del mal distinta lumbre,
farol de una cabaña
que sobre el ferro está en aquel incierto
golfo de sombras anunciando el puerto.
«Rayos, les dice, ya que no de Leda
trémulos hijos, sed de mi fortuna
término luminoso.» Y recelando
de invidiosa bárbara arboleda
interposición, cuando
de vientos no conjuración alguna,
cual haciendo el villano
la fragosa montaña fácil llano,
atento sigue aquella
(aun a pesar de las tinieblas bella,
aun a pesar de las estrellas clara)
Piedra, indigna Tiara,
si tradición apócrifa no miente,
de animal tenebroso, cuya frente
carro es brillante de nocturno día:
tal diligente el paso
el joven apresura,
midiendo la espesura
con igual pie que el raso,
fijo, a despecho de la niebla fría,
en el carbunclo, Norte de su aguja,
o el Austro brame, o la arboleda cruja.
El can ya vigilante
convoca, despidiendo al caminante,
y la que desviada
luz poca pareció, tanta es vecina,
que yace en ella robusta encina,
mariposa en cenizas desatada.
Llegó pues el mancebo, y saludado,
sin ambición, sin pompa de palabras,
de los conducidores fue de cabras,
que a Vulcano tenían coronado:
«¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora,
templo de Pales, alquería de Flora!
No moderno artificio
borró designios, bosquejó modelos,
al cóncavo ajustando de los cielos
el sublime edificio;
retamas sobre robre
tu fábrica son pobre,
do guarda, en vez de acero,
la inocencia al cabrero
más que el silbo al ganado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!
»No en ti la ambición mora
hidrópica de viento,
ni la que su alimento
el áspid es Gitano;
no la que, en vulto comenzando humano,
acaba en mortal fiera,
Esfinge bachillera,
que hace hoy a Narciso
ecos solicitar, desdeñar fuentes;
ni la que en salvas gasta impertinentes
la pólvora del tiempo más preciso
ceremonia profana,
que la sinceridad burla villana
sobre el corvo cayado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!
»Tus umbrales ignora
la adulación, Sirena
del de Réales Palacios, cuya arena
besó ya tanto leño:
trofeos dulces de un canoro sueño.
No a la soberbia está aquí la mentira
dorándole los pies, en cuanto gira
la esfera de sus plumas,
ni de los rayos baja a las espumas
favor de cera alado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!»
No pues de aquella sierra, engendradora
más de fierezas que de cortesía,
la gente parecía
que hospedó al forastero
con pecho igual de aquel candor primero,
que en las selvas contento,
tienda el fresno le dio, el robre alimento.
Limpio sayal, en vez de blanco lino,
cubrió el cuadrado pino,
y en boj, aunque rebelde, a quien el torno
forma elegante dio sin culto adorno,
leche que exprimir vio la Alba aquel día,
mientras perdían con ella
los blancos lirios de su Frente bella,
gruesa le dan y fría,
impenetrable casi a la cuchara,
del sabio Alcimedón invención rara.
El que de cabras fue dos veces ciento
esposo casi un lustro (cuyo diente
no perdonó a racimo, aun en la frente
de Baco, cuanto más en su sarmiento,
triunfador siempre de celosas lides,
lo coronó el Amor; mas rival tierno,
breve de barba y duro no de cuerno,
redimió con su muerte tantas vides),
servido ya en cecina,
purpúreos hilos es de grana fina.
Sobre corchos después, más regalado
sueño le solicitan pieles blandas,
que al Príncipe entre Holandas,
púrpura Tyria o Milanés brocado.
No de humosos vinos agravado
es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre
de ponderoso vana pesadumbre
es, cuanto más despierto, más burlado.
De trompa militar no, o destemplado
son de cajas fue el sueño interrumpido;
de can sí embravecido
contra la seca hoja
que el viento repeló a alguna coscoja.
Durmió, y recuerda al fin cuando las aves,
esquilas dulces de sonora pluma,
señas dieron süaves
Del Alba al Sol, que el pabellón de espuma
dejó, y en su carroza
rayó el verde obelisco de la choza.
Agradecido pues el peregrino,
deja el albergue, y sale acompañado
de quien lo lleva donde levantado,
distante pocos pasos del camino,
imperioso mira la campaña
un escollo, apacible galería,
que festivo teatro fue algún día
de cuantos pisan Faunos la montaña.
Llegó, y a vista tanta
obedeciendo la dudosa planta,
inmóvil se quedó sobre un lentisco,
verde balcón del agradable risco.
Si mucho poco mapa le despliega,
mucho es más lo que, nieblas desatando,
confunde el Sol y la distancia niega.
Muda la admiración habla callando,
y ciega un río sigue, que luciente
de aquellos montes hijo,
con torcido discurso, aunque prolijo,
tiraniza los campos útilmente;
orladas sus orillas de frutales,
quiere la Copia que su cuerno sea
(si al animal armaron de Amaltea
diáfanos cristales);
engazando edificios en su plata,
de muros se corona,
rocas abraza, islas aprisiona,
de la alta gruta donde se desata
hasta los jaspes líquidos, adonde
su orgullo pierde y su memoria esconde.
«Aquellas que los árboles apenas
dejan ser torres hoy, dijo el cabrero
con muestras de dolor extraordinarias,
las estrellas nocturnas luminarias
eran de sus almenas,
cuando el que ves sayal fue limpio acero.
Yacen ahora, y sus desnudas piedras
visten piadosas yedras:
que a ruinas y a estragos,
sabe el tiempo hacer verdes halagos.»
Con gusto el joven y atención le oía,
cuando torrente de armas y de perros,
que si precipitados no los cerros,
las personas tras de un lobo traía,
tierno discurso y dulce compañía
dejar hizo al serrano,
que del sublime espacioso llano
al huésped al camino reduciendo,
al venatorio estruendo,
pasos dando veloces,
número crece y multiplica voces.
Bajaba entre sí el joven admirando,
armado a Pan o semicapro a Marte,
en el pastor mentidos, que con arte
culto principio dio al discurso, cuando
rémora de sus pasos fue su oído,
dulcemente impedido
de canoro instrumento, que pulsado
era de una serrana junto a un tronco,
sobre un arroyo de quejarse ronco,
mudo sus ondas, cuando no entrenado.
Otra con ella montaraz zagala
juntaba el cristal líquido al humano
por el arcaduz bello de una mano
que al uno menosprecia, al otro iguala.
Del verde margen otra las mejores
rosas traslada y lirios al cabello,
o por lo matizado o por lo bello,
si Aurora no con rayos, Sol con flores.
Negras pizarras entre blancos dedos
ingeniosa hiere otra, que dudo
que aun los peñascos la escuchaban quedos.
Al son pues deste rudo
sonoroso instrumento,
lasciva el movimiento,
mas los ojos honesta,
altera otra, bailando, la floresta.
Tantas al fin el arroyuelo, y tantas
montañesas da el prado, que dirías
ser menos las que verdes Hamadrías
abortaron las plantas:
inundación hermosa
que la montaña hizo populosa
de sus aldeas todas
a pastorales bodas.
De una encina embebido
en lo cóncavo, el joven mantenía
la vista de hermosura, y el oído
de métrica armonía.
El Sileno buscaba
de aquellas que la sierra dio Bacantes,
ya que Ninfas las niega ser errantes
el hombre sin aliaba,
o si del Termodonte,
émulo del arroyuelo desatado
de aquel fragoso monte,
escuadrón de Amazonas desarmado
tremola en sus riberas
pacíficas banderas.
Vulgo lascivo erraba
al voto del mancebo,
el yugo de ambos sexos sacudido,
al tiempo que, de flores impedido
el que ya serenaba
la región de su frente rayo nuevo,
purpúrea terneruela, conducida
de su madre, no menos enramada,
entre albogues se ofrece, acompañada
de juventud florida.
Cuál dellos las pendientes sumas graves
de negras baja, de crestadas aves,
cuyo lascivo esposo vigilante
doméstico es del Sol nuncio canoro,
y de coral barbado, no de oro
ciñe, sino de púrpura, turbante.
Quién la cerviz oprime
con la manchada copia
de los cabritos más retozadores,
tan golosos, que gime
el que menos peinar puede las flores
de su guirnalda propia.
No el sitio, no, fragoso,
no el torcido taladro de la tierra,
privilegió en la sierra
la paz del conejuelo temeroso:
trofeo va su número es a un hombro,
si carga no y asombro
Tú, ave peregrina,
arrogan te esplendor, ya que no bello,
del último Occidente,
penda el rugoso nácar de tu frente
sobre el crespo zafiro de tu cuello,
que Himeneo a sus mesas te destina.
Sobre dos hombros larga vara ostenta
en cien aves cien picos de rubíes,
tafiletes calzadas carmesíes,
emulación y afrenta
aun de los Berberiscos,
en la inculta región de aquellos riscos.
Lo que lloró la Aurora
si es néctar lo que llora,
y antes que el Sol enjuga
la abeja que madruga
a libar flores y a chupar cristales,
en celdas de oro líquido, en panales
la orza contenía
que un montañés traía.
No excedía la oreja
el pululante ramo
del ternezuelo gamo,
que mal llevar se deja,
y con razón, que el tálamo desdeña
la sombra aun de lisonja tan pequeña.
El arco del camino pues torcido,
que habían con trabajo
por la fragosa cuerda del atajo
las gallardas serranas desmentido,
de la cansada juventud vencido,
los fuertes hombros con las cargas graves,
treguas hechas suaves,
sueño le ofrece a quien buscó descanso
el ya sañudo arroyo, ahora manso.
Merced de la hermosura que ha hospedado,
efectos, si no dulces, del concento
que en las lucientes de marfil clavijas,
las duras cuerdas de las negras guijas
hicieron a su curso acelerado,
en cuanto a su furor perdonó el viento.
Menos en renunciar tardó la encina
el extranjero errante,
que en reclinarse el menos fatigado
sobre la grana que se viste fina,
su bella amada, deponiendo amante
en las vestidas rosas su cuidado.
Saludólos a todos cortésmente,
y admirado no menos
de los serranos que correspondido,
las sombras solicita de unas peñas.
De lágrimas los tiernos ojos llenos,
reconociendo el mar en el vestido
(que beberse no pudo el Sol ardiente
las que siempre dará cerúleas señas),
Político serrano,
de canas grave, habló desta manera:
«¿Cuál tigre, la más fiera
que clima infamó Hircano,
dio el primer alimento
al que, ya deste o de aquel mar, primero
surcó labrador fiero
el campo undoso en mal nacido pino,
vaga Clicie del viento,
en telas hecho antes que en flor el lino?
Más armas introdujo este marino
monstruo, escamado de robustas hayas,
a las que tanto mar divide playas,
que confusión y fuego
al Frigio muro el otro leño Griego.
Náutica industria investigó tal piedra,
que cual abraza yedra
escollo, el metal ella fulminante
de que Marte se viste, y lisonjera,
solicita el que más brilla diamante
en la nocturna capa de la esfera,
estrella a nuestro Polo más vecina;
y, con virtud no poca,
distante le revoca,
elevada la inclina
ya de la Aurora bella
al rosado balcón, ya a la que sella,
cerúlea tumba fría,
las cenizas del día.
En esta pues fiándose atractiva,
del Norte amante dura, alado roble,
no hay tormentoso cabo que no doble,
ni isla hoy a su vuelo fugitiva.
Tifis el primer leño mal seguro
condujo, muchos luego Palinuro;
si bien por un mar ambos, que la tierra
estanque dejó hecho,
cuyo famoso estrecho
una y otra de Alcides llave cierra.
Piloto hoy la Codicia, no de errantes
árboles, mas de selvas inconstantes,
al padre de las aguas Oceano,
de cuya monarquía
el Sol, que cada día
nace en sus ondas y en sus ondas muere,
los términos saber todos no quiere,
dejó primero de su espuma cano,
sin admitir segundo
en inculcar sus límites al mundo.
Abetos suyos tres aquel tridente
violaron a Neptuno,
conculcado hasta allí de otro ninguno,
besando las que al Sol el Occidente
le corre en lecho azul de aguas marinas,
turquesadas cortinas.
A pesar luego de áspides volantes,
sombra del Sol y tósigo del viento,
de Caribes flechados, sus banderas
siempre gloriosas, siempre tremolantes,
rompieron los que armó de plumas ciento
Lestrigones el Istmo, aladas fieras:
el istmo que al Océano divide,
y sierpe de cristal, juntar le impide
la cabeza del Norte coronada
con la que ilustra el Sur cola escamada
de Antárticas estrellas.
Segundos leños dio a segundo Polo
en nuevo mar, que le rindió no sólo
las blancas hijas de sus conchas bellas,
mas los que lograr bien no supo Midas
metales homicidas.
No le bastó después a este elemento
conducir Oreas, alistar Ballenas,
murarse de montañas espumosas,
infamar blanqueando sus arenas
con tantas del primer atrevimiento
señas, aun a los buitres lastimosas,
para con estas lastimosas señas
temeridades enfrentar segundas.
Tú, Codicia, tú pues de las profundas
estigias aguas torpe marinero,
cuantos abre sepulcros el mar fiero
a tus huesos desdeñas.
El Promontorio que Eolo sus rocas
candados hizo de otras nuevas grutas
para el Austro de alas nunca enjutas,
para el Cierzo aspirante por cien bocas,
doblaste alegre, y tu obstinada entena
cabo le hizo de Esperanza Buena.
Tantos luego Astronómicos presagios
frustrados, tanta Náutica doctrina,
debajo de la Zona aun más vecina
al Sol, calmas vencidas y naufragios,
los reinos de la Aurora al fin besaste,
cuyos purpúreos senos perlas netas,
cuyas minas secretas
hoy te guardan su más precioso engaste;
la aromática selva penetraste,
que al pájaro de Arabia (cuyo vuelo
arco alado es del cielo,
no corvo, mas tendido)
pira le erige, y le construye nido.
Zodíaco después fue cristalino
a glorioso pino,
émulo vago del ardiente coche
del Sol, este elemento,
que cuatro veces había sido ciento
dosel al día y tálamo a la noche,
cuando halló de fugitiva plata
la bisagra, aunque estrecha, abrasadora
de un Océano y otro siempre uno,
o las columnas bese o la escarlata,
tapete de la Aurora.
Esta pues nave, ahora,
en el húmido templo de Neptuno
varada pende a la inmortal memoria
con nombre de Victoria.
De firmes islas no la inmóvil flota
en aquel mar del Alba te describo,
cuyo número, ya que no lascivo,
por lo bello agradable y por lo vario
la dulce confusión hacer podía,
que en los blancos estanques del Eurota
la virginal desnuda montería,
haciendo escollos o de mármol Pario
o de terso marfil sus miembros bellos,
que pudo bien Acteón perderse en ellos.
El bosque dividido en islas pocas,
fragante productor de aquel aroma
que traducido mal por el Egito,
tarde le encomendó el Nilo a sus bocas,
y ellas más tarde a la gulosa Grecia,
clavo no, espuela sí del apetito,
que en cuanto concocelle tardó Roma
fue templado Catón, casta Lucrecia,
quédese, amigo, en tan inciertos mares,
donde con mi hacienda
del alma se quedó la mejor prenda,
cuya memoria es buitre de pesares.»
En suspiros con esto,
y en más anegó lágrimas el resto
de su discurso el montañés prolijo,
que el viento su caudal, el mar su hijo.
Consolalle pudiera el peregrino
con las de su edad corta historias largas,
si, vinculados todos a sus cargas
cual próvidas hormigas a sus mieses,
no comenzaran ya los montañeses
a esconder con el número el camino,
y el cielo con el polvo. Enjugó el viejo
del tierno humor las venerables canas,
y levantando al forastero, dijo:
«Cabo me han hecho, hijo,
deste hermoso tercio de serranas;
si tu neutralidad sufre consejo,
y no te fuerza obligación precisa,
la piedad que en mi alma ya te hospeda
hoy te convida al que nos guarda sueño
política alameda,
verde muro de aquel lugar pequeño
que, a pesar de esos fresnos, se divisa;
sigue la femenil tropa conmigo:
verás curioso y honrarás testigo
el tálamo de nuestros labradores,
que de tu calidad señas mayores
me dan que del Océano tus paños,
o razón falta donde sobran años.»
Mal pudo el extranjero agradecido
en tercio tal negar tal compañía
y en tan noble ocasión tal hospedaje.
Aleges pisan la que, si no era
de chopos calle y de álamos carrera,
el fresco de los céfiros ruido,
el denso de los árboles celaje
en duda ponen cuál mayor hacía
guerra al calor o resistencia al día.
Coros tejiendo, voces alternando,
sigue la dulce escuadra montañesa
del perezoso arroyo el paso lento,
en cuanto él hurta blando,
entre los olmos que robustos besa,
pedazos de cristal, que el movimiento
libra en la falda, en el coturno ella
de la coluna bella,
ya que celosa basa,
dispensadora del cristal no escasa.
Sirenas de los montes su concento,
a las que menos del sañudo viento
pudiera antigua planta
temer rüina o recelar fracaso,
pasos hiciera dar el menor paso
de su pie o su garganta.
Pintadas aves, cítaras de pluma,
coronaban la bárbara capilla,
mientras el arroyuelo para oílla
hace de blanca espuma
tantas orejas cuantas guijas lava,
de donde es fuente a donde arroyo acaba.
Vencedores se arrogan los serranos
los consignados premios otro día,
ya al formidable salto, ya a la ardiente
lucha, ya a la carrera polvorosa.
El menos ágil, cuantos comarcanos
convoca el caso él solo desafia,
consagrando los palios a su esposa,
que a mucha fresca rosa
beber el sudor hace de su frente,
mayor aún del que espera
en la lucha, en el salto, en la carrera.
Centro apacible un círculo espacioso
a más caminos que una estrella rayos,
hacía, bien de pobos, bien de alisos,
donde la Primavera,
calzada Abriles y vestida Mayos,
centellas saca de cristal undoso
a un pedernal orlado de Narcisos.
Este pues centro era
meta umbrosa al vaquero convecino,
y delicioso término al distante,
donde, aún cansado más que el caminante
concurría el camino.
Al concento se abaten cristalino
sedientas las serranas,
cual simples codornices al reclamo
que les miente la voz, y verde cela
entre la no espigada mies la tela.
Músicas hojas viste el menor ramo
del álamo que peina verdes canas;
no céfiros en él, no ruiseñores
lisonjear pudieron breve rato
al montañés, que ingrato
al fresco, a la armonía y a las flores,
del sitio pisa ameno
la fresca hierba, cual la arena ardiente
de la Libia, y a cuantas da la fuente
sierpe de aljófar, aún mayor veneno
que a las del Ponto tímido atribuye,
según el pie, según los labios huye.
Pasaron todos pues, y regulados
cual en los Equinocios surcar vemos
los piélagos del aire libre algunas
volantes no galeras,
sino grullas veleras,
tal vez creciendo, tal menguando lunas
sus distantes extremos,
caracteres tal vez formando alados
en el papel diáfano del cielo
las plumas de su vuelo.
Ellas en tanto en bóvedas de sombras,
pintadas siempre al fresco,
cubren las que Sidón telar Turquesco
no ha sabido imitar verdes alfombras.
Apenas reclinaron la cabeza,
cuando en número iguales y en belleza,
los márgenes matiza de las fuentes
segunda Primavera de villanas,
que parientas del novio aun más cercanas
que vecinos sus pueblos, de presentes
prevenidas concurren a las bodas.
Mezcladas hacen todas
teatro dulce, no de escena muda,
el apacible sitio: espacio breve
en que, a pesar del Sol, cuajada nieve,
y nieve de colores mil vestida,
la sombra vio florida
en la hierba menuda.
ERASE UNA VIEJA
Erase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran.
Para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.
Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,
a que con sus manos,
pues tiene tal gracia
como el unicornio,
bendiga las aguas.
También acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta,
con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.
FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA
1
Estas que me dictó rimas sonoras,
culta sí, aunque bucólica, Talía
-¡oh excelso conde!-, en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día.
ahora que de luz tu Niebla doras,
escucha, al son de la zampoña mía,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.
2
Templado, pula en la maestra mano
el generoso pájaro su pluma,
o tan mudo en la alcándara, que en vano
aun desmentir el cascabel presuma;
tascando haga el freno de oro, cano,
del caballo andaluz la ociosa espuma;
gima el lebrel en el cordón de seda.
Y al cuerno, al fin, la cítara suceda.
3
Treguas al ejercicio sean robusto
ocio atento, silencio dulce, en cuanto
debajo escuchas de dosel augusto,
del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto;
que si la mía puede ofrecer tanto
clarín (y de la Fama no segundo),
tu nombre oirán los términos del mundo.
4
Donde espumoso el mar siciliano
el pie argenta de plata al Lilibeo
(bóveda o de las fraguas de Vulcano,
o tumba de los huesos de Tifeo),
pálidas señas cenizoso un llano
-cuando no del sacrílego deseo-
del duro oficio da. Allí una alta roca
mordaza es a una gruta, de su boca.
5
Guarnición tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.
6
De este, pues, formidable de la tierra
bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra
bárbara choza es, albergue umbrío
y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñasco sella.
7
Un monte era de miembros eminente
este (que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero)
cíclope, a quien el pino más valiente,
bastón, le obedecía, tan ligero,
y al grave peso junco tan delgado,
que un día era bastón y otro cayado.
8
Negro el cabello, imitador undoso
de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina proceloso,
vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es su barba impetuoso,
que (adusto hijo de este Pirineo)
su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano
surcada aun de los dedos de su mano.
9
No la Trinacria en sus montañas, fiera
armó de crüeldad, calzó de viento,
que redima feroz, salve ligera,
su piel manchada de colores ciento:
pellico es ya la que en los bosques era
mortal horror al que con paso lento
los bueyes a su albergue reducía,
pisando la dudosa luz del día.
10
Cercado es (cuando más capaz, más lleno)
de la fruta, el zurrón, casi abortada,
que al tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba, encomendada:
la serba, a quien le da rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna dorada
la rubia paja, y -pálida turora-
la niega avara, y pródiga la dora.
11
Erizo es el zurrón, de la castaña,
y (entre el membrillo o verde o datilado)
de la manzana hipócrita, que engaña,
a lo pálido no, a lo arrebolado,
y, de la encina (honor de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado)
el tributo, alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.
12
Cera y cáñamo unió (que no debiera)
cien cañas, cuyo bárbaro rüído,
de más ecos que unió cáñamo y cera
albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
rompe Tritón su caracol torcido,
sordo huye el bajel a vela y remo:
¡tal la música es de Polifemo!
13
Ninfa, de Doris hija, la más bella,
adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
el terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca pluma:
si roca de cristal no es de Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de Juno.
14
Purpúreas rosas sobre Galatea
la Alba entre lirios cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su color sea,
o púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
émula vana. El ciego dios se enoja,
y, condenado su esplendor, la deja
pender en oro al nácar de su oreja.
15
Invidia de las ninfas y cuidado
de cuantas honra el mar deidades era;
pompa del marinero niño alado
que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
ronco sí, escucha a Glauco la ribera
inducir a pisar la bella ingrata,
en carro de cristal, campos de plata.
16
Marino joven, las cerúleas sienes,
del más tierno coral ciñe Palemo,
rico de cuantos la agua engendra bienes,
del Faro odioso al promontorio extremo;
mas en la gracia igual, si en los desdenes
perdonado algo más que Polifemo,
de la que, aún no le oyó, y, calzada plumas,
tantas flores pisó como él espumas.
17
Huye la ninfa bella: y el marino
amante nadador, ser bien quisiera,
ya que no áspid a su pie divino,
dorado pomo a su veloz carrera;
mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino
la fuga suspender podrá ligera
que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra
delfin que sigue en agua corza en tierra!
18
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de Pomona:
tanto de frutas ésta la enriquece,
cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
a sus campañas Ceres no perdona,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas.
19
A Pales su viciosa cumbre debe
lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
pues si en la una granos de oro llueve,
copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve,
o en pipas guardan la exprimida grana,
bien sea religión, bien amor sea,
deidad, aunque sin templo, es Galatea.
20
Sin aras, no: que el margen donde para
del espumoso mar su pie ligero,
al labrador, de sus primicias ara,
de sus esquiamos es al ganadero;
de la Copia -a la tierra, poco avara-
el cuerno vierte el hortelano, entero,
sobre la mimbre que tejió, prolija,
si artificioso no, su honesta hija.
21
Arde la juventud, y los arados
peinan las tierras que surcaron antes,
mal conducidos, cuando no arrastrados
de tardos bueyes, cual su dueño errantes;
sin pastor que los silbe, los ganados
los crujidos ignoran resonantes,
de las hondas, si, en vez del pastor pobre,
el céfiro no silba, o cruje el robre.
22
Mudo la noche el can, el día, dormido,
de cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase; y fiero, deja humedecido
en sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,
el silencio del can siga, y el sueño!
23
La fugitiva ninfa, en tanto, donde
hurta un laurel su tronco al sol ardiente,
tantos jazmines cuanta hierba esconde
la nieve de sus miembros, da una fuente.
Dulce se queja, dulce le responde
un ruiseñor a otro, y dulcemente
al sueño da sus ojos la armonía,
por no abrasar con tres soles el día.
24
Salamandria del Sol, vestido estrellas,
latiendo el Can del cielo estaba, cuando
(polvo el cabello, húmidas centellas,
si no ardientes aljófares, sudando)
llegó Acis; y, de ambas luces bellas
dulce Occidente viendo al sueño blando,
su boca dio, y sus ojos cuanto pudo,
al sonoro cristal, al cristal mudo.
25
Era Acis un venablo de Cupido,
de un fauno, medio hombre, medio fiera,
en Simetis, hermosa ninfa, habido;
gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo dormido,
que acero sigue, idólatra venera,
rico de cuanto el huerto ofrece pobre,
rinden las vacas y fomenta el robre.
26
El celestial humor recién cuajado
que la almendra guardó entre verde y seca,
en blanca mimbre se lo puso al lado,
y un copo, en verdes juncos, de manteca;
en breve corcho, pero bien labrado,
un rubio hijo de una encina hueca,
dulcísimo panal, a cuya cera
su néctar vinculó la primavera.
27
Caluroso, al arroyo da las manos,
y con ellas las ondas a su frente,
entre dos mirtos que, de espuma canos,
dos verdes garzas son de la corriente.
Vagas cortinas de volantes vanos
corrió Favonio lisonjeramente
a la de viento, cuando no sea cama
de frescas sombras, de menuda grama.
28
La ninfa, pues, la sonora plata
bullir sintió del arroyuelo apenas,
cuando, a los verdes márgenes ingrata,
segur se hizo de sus azucenas.
Huyera; mas tan frío se desata
un temor perezoso por sus venas,
que a la precisa fuga, al presto vuelo,
grillos de nieve fue, plumas de hielo.
29
Fruta en mimbre halló, leche exprimida
en juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
si bien al dueño debe, agradecida,
su deidad culta, venerado el sueño.
A la ausencia mil veces ofrecida,
este de cortesía no pequeño
indicio la dejó -aunque estatua helada-
más discursiva y menos alterada.
30
No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda;
no a sátiro lascivo, ni a otro feo
morador de las selvas, cuya rienda
el sueño aflija, que aflojó el deseo.
El niño dios, entonces, de la venda,
ostentación gloriosa, alto trofeo
quiere que al árbol de su madre sea
el desdén hasta allí de Galatea.
31
Entre las ramas del que más se lava
en el arroyo, mirto levantado,
carcaj de cristal hizo, si no aljaba,
su blanco pecho, de un arpón dorado.
El monstro de rigor, la fiera brava,
mira la ofrenda ya con más cuidado,
y aun siente que a su dueño sea, devoto,
confuso alcaide más, el verde soto.
32
Llamáralo, aunque muda, mas no sabe
el nombre articular que más querría;
ni lo ha visto, si bien pincel süave
lo ha bosquejado ya en su fantasía.
Al pie -no tanto ya, del temor, grave-
fia su intento; y, tímida, en la umbría
cama de campo y campo de batalla,
fingiendo sueño al cauto garzón halla.
33
El bulto vio, y, haciéndolo dormido,
librada en un pie toda sobre él pende
(urbana al sueño, bárbara al mentido
retórico silencio que no entiende):
no el ave reina, así, el fragoso nido
corona inmóvil, mientras no desciende
-rayo con plumas- al milano pollo
que la eminencia abriga de un escollo,
34
como la ninfa bella, compitiendo
con el garzón dormido en cortesía,
no sólo para, mas el dulce estruendo
del lento arroyo enmudecer querría.
A pesar luego de las ramas, viendo
colorido el bosquejo que ya había
en su imaginación Cupldo hecho
con el pincel que le clavó su pecho,
35
de sitio mejorada, atenta mira,
en la disposición robusta, aquello
que. si por lo suave no la admira,
es fuerza que la admire por lo bello.
Del casi tramontado sol aspira
a los confusos rayos, su cabello;
flores su bozo es, cuyas colores,
como duerme la luz, niegan las flores.
36
En la rústica greña yace oculto
el áspid, del intonso prado ameno,
antes que del peinado jardín culto
en el lascivo, regalado seno:
en lo viril desata de su vulto
lo más dulce el Amor, de su veneno;
bébelo Galatea, y da otro paso
por apurarle la ponzoña al vaso.
37
Acis -aún más de aquello que dispensa
la brújula del sueño vigilante-,
alterada la ninfa está o suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
lince penetrador de lo que piensa,
ciñalo bronce o múrelo diamante:
que en sus paladiones Amor ciego,
sin romper muros, introduce fuego.
38
El sueño de sus miembros sacudido,
gallardo el joven la persona ostenta,
y al marfil luego de sus pies rendido,
el coturno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido,
al marinero, menos la tormenta
prevista le turbó o pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
39
Más agradable y menos zahareña,
al mancebo levanta venturoso,
dulce ya concediéndole y risueña,
paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una peña
a un fresco sitial dosel umbroso,
y verdes celosías unas hiedras,
trepando troncos y abrazando piedras.
40
Sobre una alfombra, que imitara en vano
el tirio sus matices (si bien era
de cuantas sedas ya hiló, gusano,
y, artífice, tejió la Primavera)
reclinados, al mirto más lozano,
una y otra lasciva, si ligera,
paloma se caló, cuyos gemidos
-trompas de amor- alteran sus oídos.
41
El ronco arrullo al joven solicita;
mas, con desvíos Galatea suaves,
a su audacia los términos limita,
y el aplaudo al concento de las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves:
que, en tanta gloria, infierno son no breve,
fugitivo cristal, pomos de nieve.
42
No a las palomas concedió Cupido
juntar de sus dos picos los rubíes,
cuando al clavel el joven atrevido
las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
negras violas, blancos alhelíes,
llueven sobre el que Amor quiere que sea
tálamo de Acis ya y de Galatea.
43
Su aliento humo, sus relinchos fuego,
si bien su freno espumas, ilustraba
las columnas Etón que erigió el griego,
do el carro de la luz sus ruedas lava,
cuando, de amor el fiero jayán ciego,
la cerviz oprimió a una roca brava,
que a la playa, de escollos no desnuda,
linterna es ciega y atalaya muda.
44
Arbitro de montañas y ribera,
aliento dio, en la cumbre de la roca,
a los albogues que agregó la cera,
el prodigioso fuelle de su boca;
la ninfa los oyó, y ser más quisiera
breve flor, hierba humilde, tierra poca,
que de su nuevo tronco vid lasciva,
muerta de amor, y de temor no viva.
45
Mas -cristalinos pámpanos sus brazos-
amor la implica, si el temor la anuda,
al infelice olmo que pedazos
la segur de los celos hará aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
que ha prevenido la zampoña ruda,
el trueno de la voz fulminó luego:
¡referidlo, Piérides, os ruego!
46
'¡Oh bella Galatea, más süave
que los claveles que tronchó la aurora;
blanca más que las plumas de aquel ave
que dulce muere y en las aguas mora;
igual en pompa al pájaro que, grave,
su manto azul de tantos ojos dora
cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
47
'Deja las ondas, deja el rubio coro
de las hijas de Tetis, y el mar vea,
cuando niega la luz un carro de oro,
que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
cuantas el blanco pie conchas platea,
cuyo bello contacto puede hacerlas,
sin concebir rocío, parir perlas.
48
'Sorda hija del mar, cuyas orejas
a mis gemidos son rocas al viento:
o dormida te hurten a mis quejas
purpúreos troncos de corales ciento,
o al disonante número de almejas
-marino, si agradable no, instrumento-
coros tejiendo estés, escucha un día
mi voz, por dulce, cuando no por mía.
49
'Pastor soy, mas tan rico de ganados,
que los valles impido más vacíos,
los cerros desparezco levantados
y los caudales seco de los ríos;
no los que, de sus ubres desatados,
o derivados de los ojos míos,
leche corren y lágrimas; que iguales
en número a mis bienes son mis males.
50
'Sudando néctar, lambicando olores,
senos que ignora aun la golosa cabra,
corchos me guardan, más que abeja flores
liba inquieta, ingeniosa labra;
troncos me ofrecen árboles mayores,
cuyos enjambres, o el abril los abra,
o los desate el mayo, ámbar distilan
y en ruecas de oro rayos del sol hilan.
51
'Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
aunque pastor; si tu desdén no espera
a que el monarca de esas grutas hondas,
en trono de cristal te abrace nuera,
Polifemo te llama, no te escondas;
que tanto esposo admira la ribera
cual otro no vio Febo, más robusto,
del perezoso Volga al Indo adusto.
52
'Sentado, a la alta palma no perdona
su dulce fruto mi robusta mano;
en pie, sombra capaz es mi persona
de innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
por igualarme la montaña en vano,
y en los cielos, desde esta roca, puedo
escribir mis desdichas con el dedo?
53
'Marítimo alción roca eminente
sobre sus huevos coronaba, el día
que espejo de zafiro fue luciente
la playa azul, de la persona mía.
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
cuando en el cielo un ojo se veía:
neutra el agua dudaba a cuál fe preste,
o al cielo humano, o al cíclope celeste.
54
'Registra en otras puertas el venado
sus años, su cabeza colmilluda
la fiera cuyo cerro levantado,
de helvecicas picas es muralla aguda;
la humana suya el caminante errado
dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
albergue hoy, por tu causa, al peregrino,
do halló reparo, si perdió camino.
55
'En tablas dividida, rica nave
besó la playa miserablemente,
de cuantas vomitó riquezas grave,
por las bocas del Nilo el Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien suave,
del fiero mar a la sañuda frente
imponiéndole estaba (si no al viento
dulcísimas coyundas) mi instrumento,
56
'cuando, entre globos de agua, entregar veo
a las arenas ligurina haya,
en cajas los aromas del Sabeo,
en cofres las riquezas de Cambaya:
delicias de aquel mundo, ya trofeo
de Escila, que, ostentado en nuestra playa,
lastimoso despojo fue dos días
a las que esta montaña engendra arpías.
57
'Segunda tabla a un ginovés mi gruta
de su persona fue, de su hacienda;
la una reparada, la otra enjuta,
relación del naufragio hizo horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
que en hierbas se recline, en hilos penda,
colmillo fue del animal que el Ganges
sufrir muros le vio, romper falanges:
58
'arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
obras ambas de artífice prolijo,
y de Malaco rey a deidad Java
alto don, según ya mi huésped dijo.
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;
convencida la madre, imita al hijo:
serás a un tiempo en estos horizontes
Venus del mar, Cupido de los montes.'
59
Su horrenda voz, no su dolor interno,
cabras aquí le interrumpieron, cuantas
-vagas el pie, sacrílegas el cuerno-
a Baco se atrevieron en sus plantas.
Mas, conculcado el pámpano más tierno
viendo el fiero pastor, voces él tantas,
y tantas despidió la honda piedras,
que el muro penetraron de las hiedras.
60
De los nudos, con esto, más suaves,
los dulces dos amantes desatados,
por duras guijas, por espinas graves
solicitan el mar con pies alados:
tal, redimiendo de importunas aves
incauto meseguero sus sembrados,
de liebres dirimió copia, así, amiga,
que vario sexo unió y un surco abriga.
61
Viendo el fiero Jayán, con paso mudo
correr al mar la fugitiva nieve
(que a tanta vista el líbico desnudo
registra el campo de su adarga breve)
y al garzón viendo, cuantas mover pudo
celoso trueno, antiguas hayas mueve:
tal, antes que la opaca nube rompa,
previene rayo fulminante trompa.
62
Con violencia desgajó infinita,
la mayor punta de la excelsa roca,
que al joven, sobre quien la precipita,
urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la ninfa solicita
las deidades del mar, que Acis invoca:
concurren todas, y el peñasco duro
la sangre que exprimió, cristal fue puro.
63
Sus miembros lastimosamente opresos
del escollo fatal fueron apenas,
que los pies de los árboles más gruesos
calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
lamiendo flores y argentando arenas,
a Doris llega, que, con llanto pío,
yerno lo saludó, lo aclamó río.
© Javier de Lucas