GUERRAS DE MARRUECOS-2-2

 

 

LA GUERRA DEL RIF (II): DE ANNUAL AL FINAL DE LA REPÚBLICA DEL RIF

El contraataque

A pesar de la derrota sufrida, tras la caída de Monte Arruit las tropas españolas comenzaron a planear el futuro contraataque. El 13 de agosto, Nador era reconquistado por fuerzas mandadas por Sanjurjo y Cavalcanti. A continuación se siguió progresando hacia Zeluán bajo el ataque incesante de los francotiradores islámicos. En octubre se recuperó Zeluán —con lo que se llegaba a la línea española de 1909— y, al mes siguiente, los españoles alcanzaban Monte Arruit. El espectáculo que se les fue ofreciendo a lo largo de aquellos meses puede ser calificado sin exageración de verdaderamente dantesco. Los moros habían abandonado insepultos los cadáveres de millares de españoles —tan sólo en Monte Arruit dos mil seiscientos—cuyos restos aparecían castrados, con la lengua y los ojos arrancados, con las manos atadas con los intestinos, decapitados o incluso violados con las estacas de las alambradas. Lo que contemplaban eran no muestras aisladas de barbarie, sino una manera brutal de llevar a cabo la guerra que era reputada santa por los musulmanes y que, por librarse contra infieles, legitimaba para ellos las más horribles atrocidades.

Lamentablemente, los problemas para los españoles no se limitaban ni a la recuperación de aquel territorio cubierto de cadáveres de compañeros ni a la lucha contra Abd el Krim. En Yebala, Raysuli, que había estado a punto de ser atrapado, aprovechó el desastre de Annual para lanzar nuevos ataques contra los españoles. Los días 27 y 28 de agosto se produjo un ataque musulmán contra Akba el-Kola en Beni Issef, en el curso del cual  murieron doscientos españoles. La columna de socorro, que llegó tarde, encontraría los cadáveres horriblemente mutilados. Berenguer, que había presentado su dimisión tras Annual, fue confirmado en su puesto por el gobierno español, que le seguía considerando un personaje competente. La decisión fue acertada y, antes de finalizar el año, las tropas españolas derrotaban a Raysuli.

En oriente, los hermanos Abd el Krim continuaban manteniendo el hostigamiento de las fuerzas españolas, pero en diciembre de 1921 se recuperaron Tistutin y Batel, en la llanura de Garet, y a mediados de enero de 1922 se llegó a Dar Drius. Durante la primavera de 1922, los combates fueron esporádicos, aunque incluyeron el hundimiento del Juan de Juanes en la bahía de Alhucemas por acción de la artillería rifeña. A inicios de mayo de 1922, Raysuli escapó por muy poco de ser capturado por los españoles y se ocultó en Buhaxen. Raysuli consideraba que Abd el Krim era un personaje fatuo y prepotente, que se arrogaba una importancia que no tenía. Precisamente por ello descartó de momento la posibilidad de aliarse con él e incluso comenzó a barajar la posibilidad de alcanzar algún tipo de entendimiento con los españoles. Las negociaciones las llevaría a cabo no Berenguer, cuya dimisión, presentada por cuarta vez, fue finalmente aceptada, sino su sustituto el general Ricardo Burguete.

En septiembre de 1922, las partes llegaron a un acuerdo en virtud del cual Raysuli volvió a aprovecharse de la buena fe de los españoles. Éstos le permitieron retener su poder en Yebala, restauraron su palacio en Tazrut y le entregaron una elevada suma de dinero. Fiados de la palabra del moro —lo que a esas alturas constituía una ingenuidad imperdonable— no se procedió ni a desarmar a los musulmanes ni a fortificar las colinas de Beni Aros. Pacificado, siquiera de momento, el Yebala, Burguete intentó también llegar a una solución pacífica con Abd el Krim. A tal efecto pidió incluso la intervención del antiguo sultán Mulay Hafiz que, a la sazón, vivía en Málaga. Sin embargo, Abd el Krim no tenía ningún interés en interrumpir la guerra santa contra España. Las operaciones debieron pues proseguir y, a finales de octubre, las tropas de Burguete se hallaban cerca de Tizi Azza, a mitad de camino entre Annual, al norte, y Dar Drius, al sur. El propósito de Burguete era utilizar Tizi Azza como base desde la que lanzar una ofensiva que le permitiera acabar con la sublevación del Rif.

El 1 de noviembre de 1922 se produjo un choque en Tizi Azza en el curso del cual el avance español se vio detenido. Dado lo encarnizado de la resistencia mora, las buenas posiciones que ocupaba el adversario y las dos mil bajas sufridas en el combate, Burguete consideró más prudente posponer cualquier intento de avance hasta después de pasado el invierno. En diciembre, los musulmanes volvieron a atacar a los españoles, pero esta vez, a pesar de lo sangriento del combate, fueron ellos los derrotados. Si las operaciones militares —a las que se sumaron el desembarco de unidades del Tercio en Wad Lau y la acción de algunas unidades navales enviadas para interceptar los envíos de armas que pudiera recibir Abd el Krim— iban desarrollándose a un ritmo no desfavorable, no puede decirse lo mismo del aspecto político de la guerra. Por supuesto, socialistas, anarquistas y republicanos consideraron el conflicto no como un asunto de Estado, sino como una plataforma favorable para erosionar la monarquía parlamentaria hasta lograr su caída. En paralelo, el gobierno siguió manteniendo congelados los salarios ya de por si magros de la tropa —una medida que acabó provocando la dimisión airada y comprensible de Millán Astray—para evitar las acusaciones de militarismo de una oposición que, en realidad, quería arrastrar al régimen hasta su naufragio y, sobre todo, permitió que Abd el Krim lo chantajeara con el tema del rescate de los prisioneros de guerra.

El descubrimiento del destino sufrido por millares de soldados españoles capturados por los moros había provocado el lógico temor a que los prisioneros fueran objeto de las peores crueldades. Para lograr su libertad, en diciembre de 1921 se formó un comité de rescate cuya finalidad era impulsar al gobierno para que adoptara acciones inmediatas. Presionado por una oposición anti-sistema que culpaba de lo sucedido no a la agresión de Abd el Krim, sino a la monarquía, y enfrentado con el cabecilla moro que captaba a la perfección lo útil que le podía resultar la falta de un frente común en España y que por ello elevó el coste del rescate de 3 a 4 millones de pesetas, finalmente el gobierno, presidido por García Prieto, aceptó a finales de 1922 pasar por la humillación de recuperar a los cautivos a cualquier precio. De esa manera, trescientos veintiséis prisioneros de los quinientos setenta capturados en Annual recuperaron la libertad. En ellos se podían ver las huellas de las cadenas con que los habían retenido los moros, así como las de la mala alimentación, el frío y la enfermedad.

A esas alturas, inicios de 1923, el Yebala estaba pacificado, pero los hermanos Abd el Krim —cuya lucha estaba recibiendo el apoyo expreso de la dictadura comunista implantada en Rusia algo más de un lustro antes, así como de buena parte de las izquierdas europeas— seguían controlando el Rif y no sólo se sentían seguros de que lograrían una victoria total en su guerra santa contra los infieles, sino que alentaban a sus seguidores con promesas de recuperar Al-Andalus. En España, la división era patente. A diferencia de las reacciones que se produjeron, por ejemplo, en el Reino Unido durante la guerra contra el Mahdí del Sudán o contra los bóers de Sudáfrica, en que todos los partidos y segmentos sociales apoyaron el conflicto, la ciudadanía se encontraba dividida. Los partidarios de aniquilar el sistema parlamentario, republicanos y socialistas fundamentalmente, abogaban por una retirada de África e incluso cantaban las loas de Abd el Krim (¡el responsable de la muerte y la tortura de millares de compatriotas!); los militares se dividían entre los que consideraban que no podía quedar sin respuesta aquella agresión y los que pensaban que era más prudente retirarse, dado que los políticos no estaban dispuestos a adoptar las medidas indispensables para una victoria militar, y la población civil se revolvía entre la cólera que le provocaban las atrocidades perpetradas por los moros y la desazón derivada de la perspectiva de la continuación de la guerra.

El 1 de febrero de 1923, Abd el Krim se proclamó emir del Rif, y en las primeras semanas de junio lanzó una nueva ofensiva contra Tizi Azza. La batalla resultó verdaderamente encarnizada, pero se saldó con una victoria española. Buena parte del mérito de ese desenlace se debió al teniente coronel Valenzuela, que había sustituido a Millán Astray al frente de la Legión. Valenzuela murió a causa de sendos balazos en la cabeza y el corazón, y fue sustituido al mando del Tercio por Francisco Franco, al que se ascendió a teniente coronel. De manera prácticamente inmediata a la batalla, Abd el Krim envió emisarios a Melilla para acordar un alto el fuego. Su confianza no descansaba tanto en la victoria militar —de hecho, había sido derrotado—cuanto en la debilidad interna de la política de sus enemigos. Dado que había segmentos si no importantes sí ruidosos de la sociedad española que abogaban por una retirada, Abd el Krim había llegado a la conclusión de que podía aprovechar esa circunstancia en beneficio propio. La respuesta española, cursada el 15 de julio de 1923 por Diego Saavedra, secretario general para el Marruecos español, precisó que no podía haber «ninguna negociación ni discusión que tome en consideración la independencia del Estado Rifeño ni haga mención al tratado de 1912» pero aceptaba «conceder un grado de independencia —económica y administrativa— a las tribus rifeñas, así como confirmar la posición y el rango que Mohamed Abd el Krim ostenta en el presente momento», así como los de sus colaboradores.

La respuesta de Mohamed Azerkan, ministro de Asuntos Exteriores de la denominada República del Rif, consistió en una misiva en la que culpaba «de la sangre que se ha vertido [y] del dinero que se ha malgastado» a un supuesto partido colonial español —algo bien discutible no sólo por la inexistencia del tal, sino también por la manera en que se había producido la agresión islámica— e insistía en que la paz pasaba por el reconocimiento de la independencia del ente creado por Abd el Krim. Semejante construcción en la que bastante cínicamente se invocaba el derecho de gentes después de haber procedido al asesinato de poblaciones civiles y de prisioneros de guerra previamente torturados, tenía paralelos considerables con la propaganda de la izquierda antisistema en España, en una especie de antecedente desazonador de lo que sería el tercermundismo durante la guerra fría.

El 22 de agosto de 1923, como corroboración cruenta de sus tesis, Abd el Krim lanzó un ataque en Tifarauin contra un convoy que se dirigía hacia Tizi Azza. Los moros superaban los nueve mil efectivos, pero fueron derrotados por los españoles dejando tras de sí en la retirada más de seiscientas bajas. Se trataba, sin duda, de una victoria, pero no cambiaba en lo más mínimo una situación bélica inmovilizada a la que se sumaban en territorio español problemas verdaderamente angustiosos como los numerosos asesinatos protagonizados por el terrorismo anarquista, la inquietud ante las conclusiones a las que habría llegado la comisión encargada de dilucidar las responsabilidades de Annual (el famoso «Informe Picasso») o la labor de zapa de las fuerzas antisistema. Entonces se produjo un pronunciamiento dirigido por el general Miguel Primo de Rivera y la situación experimentó un cambio radical.

La dictadura de Primo de Rivera (I): la retirada de Xauen

El 12 de septiembre de 1923 el general Primo de Rivera, primo de uno de los héroes de Annual, hizo público un manifiesto en el que prometía acabar con la tiranía de los políticos profesionales que en los últimos veinticinco años habían acarreado tantas desgracias a España. La referencia cronológica difícilmente habría podido estar mejor escogida para impresionar a los ciudadanos, porque retrotraía el inicio de los males a 1898, el año de la derrota militar en Cuba y Filipinas y del final del imperio español de ultramar. Tres días después Alfonso XIII invitó al general a hacerse cargo del gobierno. Acto seguido, Primo de Rivera suspendió la constitución y se colocó a la cabeza de un directorio militar, dando inicio al periodo conocido como la Dictadura.

A diferencia de otros dictadores, Primo de Rivera gozó de un inmenso respaldo popular en los primeros tiempos de su gobierno. Por supuesto, contaba con el apoyo de la mayor parte del ejército, de la Iglesia católica y de las finanzas, pero ni con mucho se reducía a esos segmentos su base social. Así, los catalanistas le aclamaron porque esperaban que acabara —como efectivamente acabó— con el terrorismo anarquista que infestaba las calles de Barcelona; los intelectuales lo saludaron con entusiasmo a la espera de que llevaría a cabo un programa de regeneración similar a alguno de los múltiples que ellos venían elaborando desde finales del siglo XIX; el pueblo llano esperó con fe que aquel hombre de comportamiento hondamente populista solventara los problemas que, en apariencia, no habían solucionado los políticos profesionales; e incluso las fuerzas anti-sistema consideraron que la dictadura sería un mal pasajero y un bien a medio plazo, porque erosionaría la monarquía parlamentaria hasta llevarla a su hundimiento.

Un ejemplo de esa actitud fue la del PSOE, que llegó a aceptar desempeñar cargos en la administración de Primo de Rivera no porque creyera en el pacto social que, siguiendo el ejemplo de Bismarck en Alemania, les ofrecía el dictador, sino porque podía utilizar su cercanía al poder para desgastar a sus rivales anarquistas y, a la vez, posicionarse de manera envidiable a la hora de recoger los despojos de la monarquía. Al fin y a la postre, muchos de los que la acogieron con alegría acabaron desilusionándose —no pocas veces injustamente— de los actos de la dictadura, y los más beneficiados resultaron los enemigos de la monarquía parlamentaria. En relación con el problema de Marruecos, una de las primeras medidas adoptadas por Primo de Rivera fue deponer al alto comisario Silvela y sustituirlo por el general Aizpuru. Veterano de las campañas africanas, el nuevo alto comisario tendría entre sus primeras tareas la de asegurarse la pasividad de Raysuli en el conflicto. Esta vez, a diferencia de errores cometidos en el pasado, el jefe moro no logró arrancar nada a los españoles, a la vez que tampoco se atrevía a lanzarse a cometer nuevas agresiones.

El 1 de noviembre, se creó un ejército africano de reserva que, acuartelado en Almería y Alicante, podía partir inmediatamente para Marruecos a fin de cubrir cualquier eventualidad bélica. Poco después se estableció la Oficina Marroquí, que permitía racionalizar la administración. Sin embargo, la batalla de la opinión pública internacional la estaba ganando Abd el Krim. Las brutalidades que sistemáticamente había realizado no se le podían ocultar a nadie, pero buena parte de la prensa había decidido retratarlo como un héroe de la libertad que combatía contra un imperio reaccionario. Por si fuera poco, el cabecilla musulmán se había convertido en la intersección de intereses ocultos que, por supuesto, nada tenían que ver con causas nobles. Mientras Moscú alababa su comportamiento como una manera de atraerse a otros posibles rebeldes que hicieran peligrar la estabilidad de las potencias occidentales, los comunistas franceses colaboraban con Abd el Krim e incluso llegaron a instarle a que también atacara la zona francesa —insistiendo en que de ello no se derivarían consecuencias negativas—esperando que una situación así debilitara al gobierno de París. Finalmente, tanto Alemania como el Reino Unido apoyaron en mayor o menor medida al cabecilla islámico a la espera, la primera, de lograr concesiones mineras como las que había disfrutado a principios de siglo, y la segunda, de poder establecer un Banco del Rif. Como en tantas ocasiones posteriores en conflictos librados entre potencias occidentales y movimientos rebeldes, se enmascararían bajo la propaganda supuestamente progresista intereses que, bajo ningún concepto, podían salir a la luz pública, y para mejor lograrlo se convertiría mediáticamente a un fanático sanguinario en un supuesto ejemplo del progreso de los pueblos.

Así, cuando a las diez de la mañana del 22 de agosto de 1923, un grupo de cabileños atacó a tiros a la muchedumbre de una de las calles principales de Tetuán y causó ocho muertos, no se produjo ninguna condena. Abd el Krim, al parecer, se hallaba hiperlegitimado no sólo para violar brutalmente las leyes de guerra, sino también para cometer atentados terroristas contra civiles inocentes.

Concluyó el año 1923 y durante los primeros meses de 1924 las fuerzas españolas no pudieron realizar operaciones de envergadura a causa del mal tiempo. Sin embargo, no reinó por ello la tranquilidad. Abd el Krim estaba más que convencido de que realizaba la «voluntad de Allah», y rechazaba cualquier posibilidad de interrumpir las hostilidades sin haber obtenido antes la victoria. Así, durante un mes, los rifeños estuvieron lanzando ataques contra M'ter, en la costa de Beni Busra, en el Gomara e incluso causaron gran número de muertos al bombardear el Cataluña. A inicios de marzo, los moros desencadenaron feroces ataques simultáneos sobre el frente de Melilla contra las posiciones de Midar, Afrau y Tizi Azza. En el último caso se llegó a una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo en la que los españoles se vieron obligados a recurrir a las bayonetas y a los cuchillos para defenderse. Sin embargo, las líneas del frente no experimentaron variación.

Precisamente durante este mismo mes de marzo tuvo lugar uno de los episodios más curiosos, aunque marginal, del conflicto. En Rusia había terminado la más cruenta guerra civil de la primera mitad del siglo XX —muy superior en número de muertos, encarcelados y exiliados a la españolade 1936-1939[153]—, pero en Crimea se había refugiado el último ejército oficial que resistía a la dictadura comunista implantada tras el golpe bolchevique de octubre de 1917. A su mando se hallaba el barón Wrangel que, en los años inmediatamente anteriores, había dado muestras de un extraordinario valor y de una notable capacidad militar contra las fuerzas, muy superiores numéricamente, del Ejército Rojo. Sin posibilidad de escapar de la presión que las tropas de Lenin ejercían sobre él, Wrangel ofreció a Primo de Rivera trasladar a sus hombres al norte de África para colaborar con los españoles en la lucha contra Abd el Krim. Las razones para tan peculiar oferta no han quedado nunca esclarecidas del todo, pero, muy posiblemente, pesó en el ánimo de Wrangel —que habría podido ofrecer sus servicios a otras potencias coloniales de mayor envergadura— el hecho de que la dictadura comunista contra la que había combatido estuviera apoyando a los rebeldes musulmanes. Utilizando un tipo de razonamiento que sería muy común, especialmente a partir de la guerra fría, Wrangel habría pensado que si uno de los dos bandos era apoyado por los bolcheviques, con toda seguridad era el más inicuo. La oferta de Wrangel fue rechazada por Primo de Rivera pero, con todo, algunos rusos blancos lograrían llegar al protectorado español, donde se encuadrarían en la Legión e incluso años después combatirían en la guerra civil española.

Durante los meses siguientes, Abd el Krim continuó atacando, por occidente, a lo largo del Wad Lau, al norte de Xauen, y en junio logró que las tribus de los Beni Hosmar, los Beni Said y los Beni Asan se le unieran. España se iba a ver así sometida a una nueva presión. El 24 de julio, Primo de Rivera viajó al protectorado. Su intención oficial era inspeccionar las posiciones españolas, pero la realidad era que deseaba contrastar una reciente decisión con los mandos del ejército. El dictador había llegado a la conclusión de que lo mejor era retirar a las tropas españolas e intentar mantener el control del protectorado en oriente a través de Abd el Krim y, en occidente, de Raysuli. En teoría, el proyecto de Primo de Rivera era noble y pretendía ahorrar sangre española, pero en la práctica resultaba imposible. Abd el Krim no aspiraba a una mera autonomía, sino a la independencia total ligada a la expulsión de los españoles de todo el norte del continente. El pacto ideado por el dictador quedaba totalmente fuera de los propósitos del cabecilla moro, que además interpretaría semejante propuesta no como una muestra de buena voluntad de España, sino como una innegable señal de su debilidad si es que no de su cobardía.

Así se lo hicieron entender a Primo de Rivera los militares que servían en el norte de África, a los que no guiaba —como se ha escrito maliciosamente tantas veces— el ánimo de medro personal, sino el conocimiento, obtenido amargamente, del enemigo contra el que combatían. Primo de Rivera se sentía, no obstante, incómodo con aquella decisión, y en una entrevista concedida al corresponsal estadounidense Webb Miller se manifestó «personalmente partidario de una completa retirada de África y de permitir a Abd el Krim la posesión de sus dominios», añadiendo que laretirada total era imposible «porque los británicos no nos lo permitirían». De una manera ciertamente poco prudente pero preñada de realidad, acababa de exponer el dictador el problema de la situación española en Marruecos. Lo que mantenía a España combatiendo en aquel territorio no eran ambiciones imperialistas como las de Francia, sino las presiones del Reino Unido que, como seguía indicando en el curso de la entrevista, no estaba dispuesta a perder el control del Estrecho y para ello necesitaba a una potencia débil —lo que excluía a Francia— al otro lado.

Primo de Rivera se mostraría incluso favorable a canjear Ceuta y Melilla por Gibraltar y, sin duda, se habría tratado de una solución no del todo mala, pero Gran Bretaña, de manera bastante comprensible, prefería que friera España la potencia que se desgastara combatiendo a los rebeldes musulmanes. Finalmente, Primo de Rivera dispuso un repliegue hasta una línea —que sería denominada Estella y Primo de Rivera— que iba desde el mar en río Martín, cerca de Tetuán, hasta la zona fronteriza francesa, pasando por Fondaq Ain Jedida y el este de Alcazarquivir. Se iban a reproducir así unas posiciones muy similares a las de 1918.

Durante los meses de julio y agosto de 1924 los españoles tuvieron que soportar repetidos ataques moros sobre distintos enclaves como Coba Darsa, Shentafa, Solano, Teffer y Buharash. El mal tiempo impidió los contraataques, pero lo cierto es que las guarniciones resistieron bien, y en el caso de las dos últimas localidades citadas repelieron ataques durante cuarenta y un día seguidos. Finalmente, en septiembre de 1924 se dio inicio a la retirada anunciada por Primo de Rivera, comenzando por occidente. No iba a ser un repliegue fácil. Cuando, durante la noche del 15 de noviembre, las fuerzas españolas iniciaron la salida de Xauen, se enfrentaron a un feroz ataque islámico que aprovechaba las tormentas y el cenagal en que se había convertido el terreno. El resultado fueron combates encarnizados por cada palmo de terreno y unas pérdidas considerables. Mientras en Dar Koba los españoles eran diezmados, en Sheruta un millar de soldados, entre los que se encontraba el general Serrano, murieron combatiendo a los moros de Abd el Krim. Como era habitual en el comportamiento de los musulmanes, se hicieron escasos prisioneros y la mayor parte de los españoles capturados fueron pasados a cuchillo. No resulta extraño que a lo largo de aquellos meses de terrible retirada planeara el temor a un nuevo desastre como el de Annual. Lo cierto, sin embargo, es que el repliegue concluyó evitando una derrota similar a la sufrida unos años antes y que la opinión pública y una parte de la prensa española la aplaudió como una muestra notable de pericia militar.

 Cuando llegó la primavera, Primo de Rivera, que había realizado reformas de envergadura entre las tropas españolas, contaba con una línea  de defensa sólida y había dado inicio a un bloqueo naval que impidiera el abastecimiento de Abd el Krim. Las medidas habían logrado convencer a los mandos españoles e incluso se apreciaba un cambio de orientación en algunos sectores de la opinión pública internacional. Los medios —que hoy denominaríamos «progresistas» siguiendo el lenguaje acuñado por la Komintern— podían cantar las loas del cabecilla moro como un personaje cargado de romanticismo, pero la realidad era muy distinta y comenzaron a aparecer reportajes en la prensa en los que Abd el Krim era descrito verazmente como un ser de monstruosa crueldad y no menor ingratitud hacia los beneficios que, desde su infancia, había recibido de los españoles.

En realidad, Abd el Krim, como antaño los almohades o los almorávides, había articulado un régimen despótico vertebrado sobre las enseñanzas delCorán y en el que la guerra santa contra los considerados infieles constituía un ingrediente esencial e indispensable. Como en la aplastante mayoría de las formaciones políticas pergeñadas por los musulmanes desde el siglo VII, Abd el Krim no había pretendido integrar sin diferencias a los distintos sectores sociales, sino que había constituido una aristocracia dominante —en este caso basada en los Beni Urriaguel— sobre el resto de la población. Los jefes moros que habían intentado oponerse habían sido cruelmente exterminados siguiendo también una muy trillada trayectoria histórica. Los que no murieron en inmundas prisiones, fueron envenenados, se les castró a la vista de sus esposas, se les quemó vivos rociándolos con gasolina o se les abrasaron los ojos con hierros al rojo y, por supuesto, sus familias fueron objeto de terribles represalias. Abd el Krim no se limitaba, por otra parte, a perpetrar lo que podríamos denominar «crímenes por razón de Estado» con una frecuencia prácticamente diaria. También solía dar muerte a otras personas en un acceso de cólera, como sucedió con un mecánico suizo que no conseguía arreglar un avión con el que pensaba bombardear Melilla. Que este personaje, imbuido del espíritu de la guerra santa islámica, fuera convertido en bandera de las fuerzas antisistema dentro de España y de la Komintern, los partidos comunistas y distintos sectores de la opinión pública en el extranjero obliga, por supuesto, a la reflexión.

Desde luego, los valedores de Abd el Krim no eran desinteresados en sus intenciones. Junto con la ayuda de Jacques Doriot y el Partido Comunista francés, disponía del asesoramiento de Sharif Mulay Hasanov y de Namber Mahmudov, delegados de la Komintern, así como la financiación de colaboradores alemanes que ambicionaban las riquezas minerales del Rif. Por lo que se refiere al interior de España, tanto los republicanos como el PCE o el PSOE —que no tenía el menor reparo en aceptar los beneficios que le ofrecía la dictadura de Primo de Rivera—confiaban en que la victoria del dirigente musulmán erosionara lo suficiente la monarquía como para permitirles su derrocamiento y la toma del poder. El que ese triunfo implicara la pérdida de Ceuta y Melilla —como Abd el Krim señaló repetidamente— no tenía para ellos ninguna importancia. Sobre ese trasfondo, no resulta extraño que Abd el Krim se dirigiera a distintos políticos indicando cuáles eran sus propósitos y reivindicaciones territoriales así como la base sobre la que esperaba obtener la victoria: «La punta de nuestra espada y la voluntad de Allah.» Sin embargo, cuando el triunfo del musulmán parecía más al alcance de la mano que nunca, se produjo un cambio radical.

La dictadura de Primo de Rivera (II): el desembarco de Alhucemas

La retirada de las fuerzas españolas, por muy necesaria que pudiera considerarse, tuvo un efecto inmediato sobre los moros. Convencidos de la debilidad enemiga, nuevos jefes musulmanes se sumaron a la rebelión. Los ataques se produjeron ahora sobre las líneas de comunicación que enlazaban Ceuta, Tetuán y Tánger, e incluso la localidad de Alcazarseguer fue saqueada. Hasta abril de 1925 no lograrían las fuerzas españolas al mando de Franco y del general Saro pacificar la zona. En enero de 1925 Abd el Krim atacó Tazrut y capturó a Raysuli . Moriría, hundido moralmente, en abril de ese mismo año en calidad de mísero cautivo de su correligionario y dejando al antiguo empleado de los españoles convertido en único déspota de los moros. Posiblemente la sensación de victoria impulsó entonces a Abd el Krim a dar un paso que le resultaría fatal. Hasta esos momentos el cabecilla musulmán se había guardado con notable habilidad de enfrentarse con Francia, insistiendo en que sus reivindicaciones iban dirigidas únicamente contra el protectorado español. Ahora, sin embargo, se consideró lo suficientemente fuerte como para reivindicar el territorio situado al norte del río Werga —que formaba parte del protectorado francés— como parte de la República del Rif.

La exigencia de Abd el Krim se produjo en un momento en que el gobierno francés sentía una especial inquietud por la retirada española, que desprotegía peligrosamente sus fronteras. La reacción inmediata fue, por lo tanto, hacer caso omiso de las reivindicaciones del dirigente moro y comenzar a fortificar la línea del río Werga. La respuesta de Abd el Krim fue, una vez más, un ejemplo de duplicidad. Mientras proclamaba a los cuatro vientos que su único enemigo era España, el 13 de abril de 1925 lanzó un ataque contra las posiciones francesas del río Werga. Los moros aniquilaron a las fuerzas coloniales galas, asesinaron a los prisioneros y a las poblaciones civiles, arrasaron las poblaciones que hallaron a su paso y llegaron en pocas jornadas a 30 kilómetros de Fez. La situación era acentuadamente peligrosa no sólo por la derrota sufrida por los franceses, sino porque el objetivo hacia el que avanzaban los musulmanes era una ciudad sagrada, símbolo de la ortodoxia islámica. Si Abd el Krim, como se rumoreaba, la alcanzaba antes de la festividad musulmana de Aid al-Kebir (la «fiesta grande») y sustituía al sultán en la realización del sacrificio ritual del primer carnero, no sólo lograría un éxito de extraordinaria trascendencia, sino que podría incendiar todo el norte de África en una guerra santa contra los occidentales. Ante semejante perspectiva no resulta extraño que las autoridades francesas se ocuparan, casi a la desesperada, de que el sultán estuviera en Fez y manifestara su amistad hacia Francia a la vez que reanudaban los lazos de amistad con los jefes moros de la zona.

Durante la primavera, las tropas francesas lograron contener la ofensiva islámica, pero comprendieron a la perfección que sin la ayuda de España no lograrían vencer a Abd el Krim —algo que en 1913 ya había mantenido Lyautey, la máxima autoridad del protectorado galo—, por lo que comenzaron a dar pasos en esa dirección. En el mes de mayo, Briand, ministro francés de Asuntos Exteriores, se entrevistó en París con Quiñónez de León, el embajador español, para proponerle una ofensiva hispano-francesa contra Abd el Krim. La petición gala satisfizo a Primo de Rivera y, en el curso del mes siguiente, tuvo lugar una entrevista en Madrid entre Louis Malvy y Gómez Jordana para abordar el tema.

Durante el verano de 1925, Abd el Krim recibió una propuesta de paz hispano-francesa. En la misma se le ofrecía una amnistía total, el canje de prisioneros, la autonomía del Rif y del Yebala y, por supuesto, el mantenimiento de los protectorados español y francés. La respuesta del cabecilla moro fue indicar que la independencia era innegociable a la vez que intentaba lograr el apoyo británico. No lo consiguió, pero aun así consideró que podía continuar la lucha hasta arrancar a España y a Francia lo que deseaba. De hecho, a la sazón las tropas francesas no habían logrado causar ninguna derrota a los moros y habían perdido cuarenta y tres de sus sesenta y seis posiciones. Por otro lado, los muertos y prisioneros se contaban por millares y las pérdidas materiales eran muy cuantiosas. El espíritu patrio impidió la publicación en Francia de la magnitud de la derrota, pero en cifras absolutas no parece que fuera menor que el famoso desastre de Annual. De hecho, un informe recomendó que se mandaran tropas de raza blanca a sofocar la rebelión islámica, y el gobierno francés optó por el envío de un ejército de cien mil hombres al protectorado.

El 10 de agosto, las tropas españolas y francesas entraron en contacto en Arbawa. La ofensiva logró expulsar en el curso del mes siguiente a los moros del protectorado francés, pero era obvio que sólo con la derrota total de Abd el Krim volverían la paz y la seguridad. El peso de esa tarea iba a recaer de manera casi exclusiva sobre España. La forma en que, desde hacía años, las autoridades españolas habían pensado en reducir la resistencia en el Rif pasaba por un desembarco en la bahía de Alhucemas seguido por un avance sobre las montañas de los Beni Urriaguel. Cuando se expuso en el curso de la conferencia de Madrid el plan a los franceses, éstos manifestaron su oposición fundamentalmente porque no creían que el ejército español contara con la capacidad para llevarlo a cabo. A pesar de todo, Primo de Rivera estaba decidido y procedió a planificarlo de manera meticulosa. Cuando los franceses examinaron el plan optaron por aceptarlo, aunque dejando de manifiesto que no intervendrían en él.

Durante el verano de 1925 las fuerzas españolas se sometieron a un entrenamiento en técnicas de desembarco y de asalto a trincheras en distintas playas de Ceuta y Melilla. El 20 de agosto, el general Sanjurjo sobrevoló la parte occidental de la bahía para examinar las posiciones fortificadas de los moros. El 1 de septiembre, en un intento de agotar la vía pacífica, Primo de Rivera comunicó a los jefes musulmanes que tenían tres días para rendirse, ya que el Rif iba a ser atacado. Ninguno de los cabecillas aceptó la propuesta española, y Abd el Krim quedó totalmente alertado del futuro desembarco. Convencido de que se produciría en las arenas bajas donde el río Guis desemboca en la bahía de Alhucemas, ordenó reforzar las fortificaciones desde Cala Quemada hasta Axdir y procedió a avanzar sobre Tetuán en una operación de distracción. En el curso de ese ataque los moros debían tomar el fuerte español de Cudia Tahar, en las montañas del Gorgues. El 3 de septiembre, la posición española quedó aislada de Tetuán y a partir del día 6 se vio sometida a un intenso bombardeo de artillería.

Durante la madrugada del 7 de septiembre partieron las fuerzas españolas que debían desembarcar en Alhucemas. Se hallaba ya de camino la flotilla hacia la bahía cuando Primo de Rivera tuvo noticias de la situación que sufría Cudia Tahar. Inmediatamente cursó órdenes para que algunas fuerzas de la Legión regresaran a Tetuán y una columna partiera en socorro del fuerte sitiado. La lucha seguida por estos efectivos fue encarnizada y prácticamente tuvieron que ganar cada metro de terreno con terribles ataques a la bayoneta. El día 12, Cudia Tahar fue liberada. Su guarnición inicial de doscientos hombres se reducía a treinta y cuatro, de los que veintidós estaban heridos. Su comportamiento había sido excepcional y, posteriormente, cuando llegaron a Tetuán, Primo de Rivera obsequió a cada uno de ellos con un puro y veinticinco duros de su peculio.

El asedio de Cudia Tahar fue, comparativamente, una operación menor paralela a la gran operación de Alhucemas. Durante el día 7 no pudo llevarse a cabo ningún desembarco debido a unas fuertes corrientes en dirección este-oeste y tan sólo se produjeron bombardeos navales sobre Sidi Dris y Wad Lau en un intento, infructuoso por otra parte, de engañar a Abd el Krim. Finalmente, el 8 se inició el asalto, que partió de sesenta y tres barcos de la Compañía Transmediterránea española convertidos en transportes de tropas, apoyados por treinta y seis buques de la armada. En previsión de episodios como los sufridos en el pasado por las tropas españolas, los soldados llevaban máscara antigás. A la seis de la mañana, la flota y la aviación comenzaron a bombardear las dunas de Alhucemas, mientras el desembarco se realizaba no en la bahía, sino al noroeste, en dos franjas costeras conocidas como Ixdain y Cebadilla. Abd el Krim había sido finalmente burlado por la habilidad militar de las fuerzas españolas.

A las 11.40 de la mañana, la Legión, al mando del coronel Franco, se dirigió a la playa en botes de desembarco. Las embarcaciones no tardaron en encallar y entonces Franco y sus hombres se lanzaron al mar, cuyas aguas les llegaban hasta el cuello, y prosiguieron su avance hacia tierra. Nada más llegar a la orilla, un obús sepultó a Franco bajo un montón de tierra y escombros, pero los legionarios lo desenterraron ileso. No es de extrañar que la suerte, ya en aquellas fechas, se considerara indisoluble y misteriosamente ligada a su persona. En menos de dos horas, los legionarios habían escalado los acantilados y lograban irrumpir en la playa. Al anochecer se habían apoderado de las alturas del Moro Nuevo. Las pérdidas fueron reducidas a pesar del fuego enemigo y al concluir la jornada podía considerarse un éxito el desembarco de más de ocho mil hombres y tres baterías.

Durante las noches del 11 y el 12 los moros lanzaron fieros contraataques, pero las posiciones españolas los resistieron mientras seguían desembarcándose fuerzas. Ciertamente, el terreno, escarpado, pedregoso e infectado de grutas, favorecía a los hombres de Abd el Krim, pero las tropas españolas no dejaron de avanzar combatiendo literalmente palmo a palmo. El 23 de septiembre, el general Goded, jefe del estado mayor de Sanjurjo, logró llegar a Cala Quemada y tomó el mismo día Monte Malmusi tras una lucha durísima. Una semana después, los españoles rebasaron las rocas y desfiladeros que llevaban a Bujibar y Monte Palomas y el 2 de octubre entraban en Axdir, la capital de Abd el Krim. Al día siguiente podía darse por concluida la batalla coronada por un éxito extraordinario de las armas españolas. Durante semanas, el avance no había superado una media de 400 metros diarios y había exigido enormes sacrificios, pero poco podía discutirse que Abd el Krim había recibido un castigo extraordinario.

La alegría popular que se desató en España a causa de la victoria de Alhucemas fue enorme aunque, de manera comprensible, no se extendió a las fuerzas políticas anti-sistema que ansiaban el final de la monarquía parlamentaria y habían confiado en que un desastre en África les allanara el camino. Mientras Primo de Rivera era condecorado, los generales Sanjurjo, Saro y Fernández Pérez fueron ascendidos. Sin embargo, aparte del propio dictador, el personaje del momento fue Franco —al que el mariscal Lyautey había definido como «el único hombre que España tiene en África»— que fue ascendido a general de brigada y se convirtió a sus treinta años en el general más joven de Europa y de la Historia con excepción de Napoleón Bonaparte. Quizá esta circunstancia explique, al menos en parte, el silencio prácticamente total que se produjo en España durante los años noventa en el aniversario del desembarco de Alhucemas. Mientras el de la derrota de Annual provocó la aparición de varias obras de distinto valor y su recuerdo en los medios de comunicación, la victoria de Alhucemas —una de las más importantes de la Historia contemporánea de España— pasó inadvertida.

La dictadura de Primo de Rivera (III): el final de Abd el Krim

Los males de Abd el Krim no concluyeron con la derrota en Alhucemas. El 10 de septiembre los franceses lanzaron una ofensiva a lo largo de la línea del Werga con el propósito de alcanzar el Rif. El 8 de octubre las fuerzas españolas enlazaron con las francesas en Zoco el-Telata, en Metalsa, y una semana después el general Sanjurjo y el mariscal Pétain se entrevistaban en Zoco el-Sebt de Ain Amar, en Beni Bu Yahi, un enclave situado más al sureste. Tan sólo unos días antes, el mariscal Lyautey había sido relevado de su cargo. Como sucedería años después con Primo de Rivera, su meritoria labor sería olvidada en medio de la mayor ingratitud.

El 25 de noviembre, Primo de Rivera se entrevistó en Alcazarquivir con Steeg, el residente general francés, y el general Naulin, comandante en jefe de las tropas galas. Se trató de un preámbulo para el encuentro de Madrid, en febrero de 1926, entre el mariscal Pétain y el dictador en que se decidieron las operaciones futuras. El 4 de marzo de 1926 los españoles iniciaron un nuevo ataque contra los moros que, al cabo de tres días, logró la sumisión de los Beni Said. En términos militares, Abd el Krim podía dar por terminada la guerra, pero entonces la izquierda francesa y española se movilizaron pidiendo un fin de las hostilidades y un tratamiento clemente para el cabecilla moro. En los dos casos no da la impresión de que se tuviera en cuenta el enorme dolor que la guerra santa iniciada por el dirigente musulmán había causado a millares de familias de las respectivas naciones y, en el caso francés, contrastaba, por ejemplo, con la dureza con que se había tratado a Alemania al final de la Primera Guerra Mundial.

Cuando en la primavera de 1926 Abd el Krim solicitó la celebración de conversaciones de paz y un alto de las hostilidades, los gobiernos español y francés tuvieron que aceptar las presiones, expresadas en el mismo sentido, de una parte de la opinión pública. La conferencia iba a tener lugar en Uxda, cerca de la frontera con Argelia, a inicios de abril de 1926, pero una serie de inconvenientes produjeron un retraso en la apertura de conversaciones hasta el día 27 del citado mes. A esas alturas, el mayor interés de Abd el Krim consistía en evitar que se conocieran los maltratos de que eran objeto los prisioneros españoles y franceses. Desde luego, los testimonios contemporáneos en el sentido de que eran víctimas de torturas, de tratamientos indignos como el de darles a comer pan con excrementos, de robos e incluso de asesinatos son abrumadores y no admiten discusión. El 1 de mayo de 1926, España y Francia publicaron una declaración conjunta en la que señalaban sus posiciones. Pretendían un mantenimiento del statu quo que pasaba por el reconocimiento de la soberanía del sultán y el mantenimiento de ambos protectorados. Por añadidura, exigían que Abd el Krim pusiera en libertad a todos los prisioneros en el plazo de una semana.

El día 8 de mayo, dio inicio la última batalla de relevancia de la rebelión en el Rif. Duró tres días y tuvo como escenario Ait Hishim (la «colina de los Santos»), un enclave situado en las proximidades de Ain Zoren, al sureste de Axdir. Se trató de un choque entre las tropas españolas y Abd el Krim en el curso del cual quedó prácticamente aniquilado el poder militar de los moros. Todavía el 29 del mismo mes tuvo lugar un nuevo combate en la ribera izquierda del río Guis, en el mercado de Thisar, donde nuevamente los musulmanes fueron vencidos. A esas alturas, Abd el Krim y su estado mayor habían emprendido la huida con la intención de no caer en manos de los españoles y entregarse a los franceses. Estos aceptaron la rendición del cabecilla moro, que prometió liberar a todos los prisioneros el 26 de mayo y entregarse al día siguiente.

Menos de la mitad de los prisioneros de los moros habían sobrevivido al horrible cautiverio. La totalidad de los españoles que no podían caminar habían sido pasados por las armas, pero la mayoría había perecido a consecuencia de los malos tratos y del hambre. Las autoridades francesas, en violación flagrante del artículo primero del tratado de 13 de julio de 1925, se negaron a entregar a Abd el Krim al gobierno español para que lo juzgara por crímenes de guerra de los que, sin ningún género de dudas, era culpable. Sin duda se trataba de una acción censurable pero, a pesar de todo, Primo de Rivera decidió comportarse con generosidad con los rebeldes y cursó órdenes, que fueron obedecidas disciplinadamente, para que no se llevaran a cabo saqueos ni represalias.

En octubre de 1926, cincuenta y cinco de las sesenta y seis tribus del protectorado español se habían sometido y otras siete estaban a punto de hacerlo. A inicios del año siguiente podía darse por concluida la rebelión, aunque hasta el 10 de julio no se proclamó de manera oficial. Durante la primera semana de octubre, los reyes de España realizaron un viaje por el protectorado acompañados por Primo de Rivera y otros personajes de especial relevancia en el conflicto, como Berenguer, Burguete o Franco.

La guerra contra Abd el Krim había incluido una serie de elementos de enorme relevancia para una reflexión ulterior. En primer lugar, había dejado de manifiesto que el conflicto no se había producido entre naciones, sino entre culturas, una de ellas, la islámica, que no podía soportar la cercanía de otra. Esa circunstancia precisamente explicaba el carácter de guerra santa que Abd el Krim había dado a la rebelión y también la manera en que había tratado, cruel y despiadadamente, con desprecio absoluto de las convenciones internacionales, a los prisioneros y a las poblaciones civiles. Sin embargo, Abd el Krim no había estado solo en su empeño. A pesar de la barbarie intrínseca de su régimen islámico, había gozado del apoyo de un sector de las finanzas internacionales que ansiaba hacer negocios con el déspota moro, del respaldo de la Komintern, de la defensa proporcionada por las izquierdas europeas y los medios de comunicación considerados progresistas, e incluso de una parte de la población española agrupada en torno a las fuerzas políticas que ambicionaban el final de la monarquía parlamentaria.

A todos estos sectores, las torturas sufridas por inocentes, la destrucción de infraestructuras creadas por España, el sacrificio de las tropas o el maltrato de los prisioneros y civiles no les había importado lo más mínimo o los habían considerado como una cuestión menor. Ahora, al fin y a la postre, Abd el Krim —que había utilizado la duplicidad, el engaño y la dilación negociadora para hacer triunfar sus propósitos— había sido finalmente vencido y disfrutaba de un exilio dorado a costa de Francia, al que pudo llevarse un cuarto de millón de dólares saqueado de las arcas de la República del Rif.

Finalmente, la firmeza, el espíritu de sacrificio, la perseverancia en la defensa de los intereses nacionales y el esfuerzo bélico lo habían derrotado. El 21 de noviembre de 1927, un real decreto estableció la creación de una Medalla de la Paz marroquí. No se trataba de palabrería ni de retórica. Vencido Abd el Krim, durante tres décadas, la paz —y con ella la entrega de los beneficios de la civilización occidental— serían una realidad innegable en el protectorado. Escuelas y hospitales, carreteras y ferrocarriles se alzarían como testimonio de la labor de las autoridades españolas. El coste ciertamente había sido elevado, pero nadie podía discutir que la victoria también había resultado absoluta. 

                                                                                                                                             

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