Él estaba sentado en el bar Unión,

solo, triste, callado, como un reloj

que ve pasar las horas,

las páginas borrosas

del libro de su vida que él no escribió.

Ella entró de repente en el bar Unión,

aunque ella no iba sola, al menos dos

que luego fueron cuatro,

el típico retrato

del libro de su vida que él no escribió.

Él la miró de frente, ella miró,

dos miradas que fueron una las dos,

y callaron las voces,

se borraron los nombres,

¡algo estaba pasando en el bar Unión!

De pronto se encontraron en un rincón,

estaban ellos solos, solos los dos,

no había sillas ni mesas,

no había helados de fresa,

no había un solo testigo de la ocasión.

Él la tomó en sus brazos, ella abrazó,

él la rozó los labios, ella besó

con un beso de menta

que el corazón se inventa

cuando pide la cuenta el corazón.

Sonaron luego las notas de una canción,

una pista de baile fue el bar Unión,

y al son de los violines

ella y él, bailarines,

ella y él abrazados, uno los dos.

Él la quitó el vestido, ella dejó,

un vestido de flores, negro color,

él la encerró en sus brazos,

ella gimió despacio

y no pudo escaparse de su prisión.

Él hizo de su cuerpo su habitación,

ella le abrió la puerta, él penetró,

y en aquella batalla

derribó la muralla

que ella misma se puso por condición.

Y es que ocurrió un milagro en el bar Unión,

aquellos que no creeen...¡créanselo!

hay ángeles corsarios,

aries y sagitarios,

hay duendes que se ríen de la razón.

Pero de pronto todo se iluminó,

se encendieron las luces del bar Unión,

y volvieron las mesas,

los helados de fresa,

las gentes y las voces, la animación.

Él la miró marcharse del bar Unión,

ella volvió a mirarle, ella dudó,

él se quedó vacío,

más solo y más sombrío,

en la mesa de enfrente, la del rincón.

Ha pasado algún tiempo, él no dejó

su cita con su mesa y con su rincón,

y ve pasar las horas,

las páginas borrosas

del libro de su vida que él no escribió.

Ella a veces pasea por la estación,

la que está justo enfrente del bar Unión,

ella mira y él mira

y recuerdan que un día

bailaron toda la noche en el bar Unión.

                                            En Santander  © 2003 Javier de Lucas