Si hay algo que parece único, es el Universo, al que más de uno definiría, simplista pero razonablemente, como el “conjunto de todas las cosas”. De hecho, la singularidad mayor de la Cosmología es que no puede, al contrario de lo que ocurre en otros campos de la Ciencia, experimentar con su objeto principal. No hay manera, en efecto, de introducir modificaciones, de afectar al Universo para comprobar si responde de la forma que prevén nuestras Teorías Cosmológicas.

            Pero una de las cosas que enseña la Ciencia es que cualquier idea es posible, no importa lo peregrina que nos pueda parecer fuera del contexto apropiado que le da sentido. Así ocurre con el Universo, que puede dejar de ser único y convertirse, para los físicos teóricos, en múltiple.

            Esta extraña, pero sin duda atractiva posibilidad, procede no de la Cosmología, sino de la Mecánica Cuántica. Una de las características más problemáticas de la Teoría Cuántica se encuentra en el denominado “colapso de la función de onda”, el proceso mediante el cual, al observar un fenómeno, el sistema “colapsa”, se reduce, elige uno de los estados presentes en la función de onda, que está formada por una superposición lineal de estados “elementales” o autoestados. La Mecánica Cuántica únicamente nos dice que existe tal o cual probabilidad de que el resultado de nuestra medida sea el que expresan los diferentes autoestados.

            Ahora bien, ¿por qué no resolver el problema de la discontinuidad de la función de onda suponiendo que los restantes autoestados, o realidades físicas posibles, los que no observamos, no desaparecen sino que prosiguen en su camino, concretándose en otros Universos, cada autoestado en un Universo?

            De esta manera, la realidad sería como un árbol que se bifurca múltiple y constantemente; se estarían creando Universos continuamente, en los que se harían realidad todas las posibilidades latentes en la función de onda cuántica, lo que es tanto como decir que no dejaría de producirse, en algún Universo, cualquier posibilidad que no viole las Leyes de la Física.

            Expresado de una forma acaso más dramática: los observadores, es decir, todo lo que tiene capacidad de observar, se dividirían con cada acto de observación en tantos mundos como resultados posibles tiene la medida, obteniéndose en cada mundo un resultado distinto. De alguna manera, continuaríamos viviendo con idénticos pasados, pero distintos presentes y futuros, en otros mundos, percibiendo únicamente cada uno el mundo en el que se encuentra, nunca los demás.

            Esta idea fue propuesta, con toda seriedad, en 1957, por el físico Hugh Everett, en su tesis doctoral presentada en la Universidad de Princeton y dirigida por John A. Wheeler, y desarrollada años más tarde por Bryce DeWitt, quien acuñó el nombre de Teoría, o interpretación, de los muchos Universos.

            La teoría de Everett ha sufrido altibajos, en lo que al interés que ha suscitado entre los físicos se refiere, desde que fue propuesta. Una objeción frecuente ha sido la de que aunque proporciona un marco consistente y lógico de reglas y conceptos, no es científica sino metafísica, ya que no puede refutarse mediante ningún experimento específico, al ser el proceso de división inobservable, al igual que los “otros mundos”. Sin embargo, a partir de la década de los años ochenta, esta Teoría ha experimentado un cierto auge, dentro, básicamente, de los esfuerzos de construir una Cosmología Cuántica.

            Stephen Hawking ha sido uno de los más entusiastas defensores de este planteamiento, que ha utilizado en trabajos (como el que publicó en 1983 en colaboración con J.B. Hartle), en los que se ha preguntado cuál es la función de onda del Universo. Para Hawking, el camino hacia una Teoría Unificada, una Teoría Final de la Física, pasa por la interpretación de los “muchos mundos” de la Mecánica Cuántica. En este sentido, afirmaba en su conferencia inaugural (1979) como catedrático lucasiano en la Universidad de Cambridge: “parece que, aun en el caso de que encontrásemos una Teoría Unificada, sólo seríamos capaces de realizar predicciones estadísticas. También deberíamos abandonar la idea de que el Universo que observamos es único. En su lugar tendríamos que adoptar una imagen en la que existiese un conjunto de todos los Universos posibles con cierta probabilidad de distribución”.

            Sin embargo, no todos los físicos cuánticos, o los relativistas empeñados en cuantizar la Relatividad General, comparten semejante entusiasmo por las ideas que propuso Everett. Es, sin embargo, interesante, jugar con las peculiares consecuencias de esa radical interpretación, o incluso dar alas a nuestra imaginación e ir más allá de lo que las ideas actuales sugieren. Podríamos así pensar, como señaba el físico español Francisco Yndurain, que los probablemente infinitos Universos fuesen creados en un Super Big Bang, y que en cada uno de ellos existiesen interacciones y/o constantes universales físicas diferentes.

            No todos esos Universos podrían albergar vida, un fenómeno que requiere de estrechos márgenes de equilibrio entre esas interacciones y constantes, y sólo en aquellos en que pudiera darse vida inteligente podría alguien, alguna vez, plantearse la pregunta de por qué existe la vida, e imaginar, en sus momentos intelectuales más osados y luminosos, la posibilidad de la existencia de otros Universos.

 

 

                                                                                                                                   © 2002 Javier de Lucas