FRANCISCO QUEVEDO

BIOGRAFIA

Madrid 1580 - Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) 1645). Fue hijo de Pedro Gómez de Quevedo, secretario de la princesa María y luego de Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, y de María de Santibañez dama de la Reina.

Oriundos de la montaña, Quevedo perdió pronto a su padre, quedando al amparo de su madre que entró por entonces al servicio de la infanta Isabel Clara Eugenia. Hizo sus primeros estudios con los jesuitas y posteriormente en Alcalá  de Henares, estudió lenguas clásicas, francés, italiano y filosofía. Quiso estudiar teología, pero un incidente no aclarado le hizo abandonar la universidad de Alcalá  para pasar a la de Valladolid y allí continuó sus estudios. Por mediación del duque de Lerma consiguió un trabajo en la Corte y allí se empezó a dar a conocer como poeta y comenzó su rivalidad con Góngora.

Cultivó la amistad de aristócratas y políticos y su ansia de nobleza le llevó a pleitear, toda su vida, por el señorío de la Torre de Juan Abad. Viajó a Italia como consejero del duque de Osuna y actuó al servicio de la política española en aquellos Estados, corriendo a veces graves riesgos. El duque de Osuna cayó en desgracia y Quevedo fue desterrado a la Torre de Juan Abad. Al morir Felipe III y ocupar el poder el Conde- Duque de Olivares, volvió al favor real. Contrajo matrimonio en 1634, pero pronto se separó de su mujer.

Un grave incidente, cuyas características no son aún claras, irritó a Olivares, quien hizo encarcelarlo durante cuatro años en la prisión de San Marcos de León. A la salida de prisión, con la salud muy quebrantada, se retiró a Villanueva de los Infantes, donde murió un año después. Quevedo fue muy popular en España y se llegó a tener de él una falsa imagen de hombre chocarrero y procaz. Detrás de esta imagen está  el severo moralista, el escritor profundo y el lírico de fuerza inalcanzable. Sus temas poéticos lo abarcan prácticamente todo: el amor, la moral, la sátira, la política, la muerte, etc...

Dámaso Alonso lo declara uno de los mayores poetas de todos los tiempos. Sus abundantes poesías, que no publicó, aparecieron póstumas en 1648 en el libro titulado, EL PARNASO ESPAÑOL, pero quedaron muchas perdidas en cartapacios y manuscritos. El resto de su obra abarca distintos campos, desde obras ascéticas, como LA CUNA Y LA SEPULTURA; políticas, POLITICA DE DIOS Y GOBIERNO DE CRISTO, hasta burlescas y satíricas..


POEMAS ESCOGIDOS

 

  CANTO A LAS ESTRELLAS

 

 A vosotras, estrellas,

alza el vuelo mi pluma temerosa,

del piélago de luz ricas centellas;

lumbres que enciende triste y dolorosa

a las exequias del difunto día,

huérfana de su luz, la noche fría;

 

 ejército de oro,

que por campañas de zafir marchando,

guardáis el trono del eterno coro

con diversas escuadras militando;

Argos divino de cristal y fuego,

por cuyos ojos vela el mundo ciego;

 

 señas esclarecidas

que, con llama parlera y elocuente,

por el mudo silencio repartidas,

a la sombra servís de voz ardiente;

pompa que da la noche a sus vestidos,

letras de luz, misterios encendidos;

 

 de la tiniebla triste

preciosas joyas, y del sueño helado

galas, que en competencia del sol viste;

espías del amante recatado,

fuentes de luz para animar el suelo,

flores lucientes del jardín del cielo,

 

 vosotras, de la luna

familia relumbrante, ninfas claras,

cuyos pasos arrastran la Fortuna,

con cuyos movimientos muda caras,

árbitros de la paz y de la guerra,

que, en ausencia del sol, regís la tierra;

 

 vosotras, de la suerte

dispensadoras, luces tutelares

que dais la vida, que acercáis la muerte,

mudando de semblante, de lugares;

llamas, que habláis con doctos movimientos,

cuyos trémulos rayos son acentos;

 

 vosotras, que, enojadas,

a la sed de los surcos y sembrados

la bebida negáis, o ya abrasadas

dais en ceniza el pasto a los ganados,

y si miráis benignas y clementes,

el cielo es labrador para las gentes;

 

 vosotras, cuyas leyes

guarda observante el tiempo en toda parte,

amenazas de príncipes y reyes,

si os aborta Saturno, Jove o Marte;

ya fijas vais, o ya llevéis delante

por lúbricos caminos greña errante,

 

 si amásteis en la vida

y ya en el firmamento estáis clavadas,

pues la pena de amor nunca se olvida.

y aun suspiráis en signos transformadas,

con Amarilis, ninfa la más bella,

estrellas, ordenad que tenga estrella.

 

 Si entre vosotras una

miró sobre su parto y nacimiento

y della se encargó desde la cuna,

dispensando su acción, su movimiento,

pedidla, estrellas, a cualquier que sea,

que la incline siquiera a que me vea.

 

 Yo, en tanto, desatado

en humo, rico aliento de Pancaya,

haré que, peregrino y abrasado,

en busca vuestra por los aires vaya;

recataré del sol la lira mía

y empezaré a cantar muriendo el día.

 

 Las tenebrosas aves,

que el silencio embarazan con gemido,

volando torpes y cantando graves,

más agüeros que tonos al oído,

para adular mis ansias y mis penas,

ya mis musas serán, ya mis sirenas.

ROMANCE

 

Ausente y desesperado

y en poder de tantos males,

más hago yo en no morirme

que hará el desdén en matarme.

 

¿Qué montes no dejan blandos

mis suspiros, cuando nacen

del fuego, que es en amor

dulce martirio de amantes?

 

Con desear me contento:

que en las empresas tan grandes,

honran los atrevimientos

si de tales causas nacen.

 

¡Ay de aquel que sus males

ausente llora en mudas soledades!

 FUGITIVAS SOMBRAS

A fugitivas sombras doy abrazos;

en los sueños se cansa el alma mía;

paso luchando a solas noche y día

con un trasgo que traigo entre mis brazos.

 

Cuando le quiero más ceñir con lazos,

y viendo mi sudor, se me desvía;

vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,

y temas con amor me hacen pedazos.

 

Voyme a vengar en una imagen vana

que no se aparta de los ojos míos;

búrlame, y de burlarme corre ufana.

 

Empiézola a seguir, fáltanme bríos;

y como de alcanzarla tengo gana,

hago correr tras ella el llanto en ríos.

TODO SOY RUINAS

 

Amor me ocupa el seso y los sentidos;

absorto estoy en éxtasi amoroso;

no me concede tregua ni reposo

esta guerra civil de los nacidos.

 

Explayóse el raudal de mis gemidos

por el grande distrito y doloroso

del corazón, en su penar dichoso,

y mis memorias anegó en olvidos.

 

Todo soy ruinas, todo soy destrozos,

escándalo funesto a los amantes,

que fabrican de lástimas sus gozos.

 

Los que han de ser, y los que fueron antes,

estudien su salud en mis sollozos,

y envidien mi dolor, si son constantes

    UN INFIERNO DENTRO DE MI

 

A todas partes que me vuelvo veo

las amenazas de la llama ardiente,

y en cualquiera lugar tengo presente

tormento esquivo y burlador deseo.

 

La vida es mi prisión, y no lo creo;

y al son del hierro, que perpetuamente

pesado arrastro, y humedezco ausente,

dentro en mí proprio pruebo a ser Orfeo.

 

Hay en mi corazón furias y penas;

en él es el Amor fuego y tirano,

y yo padezco en mí la culpa mía.

 

¡Oh dueño sin piedad, que tal ordenas,

pues, del castigo de enemiga mano,

no es precio ni rescate la armonía!

  SONETO AMOROSO

 

Aguarda, riguroso pensamiento,

no pierdas el respeto a cuyo eres.

Imagen, sol o sombra, ¿qué me quieres?

Déjame sosegar en mi aposento.

 

Divina diosa, abrasarme siento:

sé blanda como hermosa entre mujeres;

mira que ausente, como estás, me hieres;

afloja ya las cuerdas al tormento.

 

Hablándote a mis solas me anochece:

contigo anda cansada el alma mía;

contigo razonando me amanece.

 

Tú la noche me ocupas y tú el día:

sin ti todo me aflige y entristece,

y en ti mi mismo mal me da alegría. 

¡AH DE LA VIDA!

 

¡¡Ah de la vida!... ¿Nadie me responde?

¡Aquí de los antaños que he vivido!

La Fortuna mis tiempos ha mordido;

las Horas mi locura las esconde.

 

¡Que sin poder saber cómo ni adónde

la salud y la edad se hayan huido!

Falta la vida, asiste lo vivido,

y no hay calamidad que no me ronde.

 

Ayer se fue; mañana no ha llegado;

hoy se está yendo sin parar un punto:

soy un fue, y un será, y un es cansado.

 

En el hoy y mañana y ayer, junto

pañales y mortaja, y he quedado

presentes sucesiones de difunto.

AL CONDE DE VILLAMEDIANA

 

Aquí una mano violenta,

más segura que atrevida,

atajó el paso a una vida

y abrió camino a una afrenta;

que el poder que, osado, intenta

jugar la espada desnuda,

el nombre de humano muda

en inhumano, y advierta

que pide venganza cierta

una salvación en duda.

    A LA PUERTA DE AMINTA

 

Así, oh puerta dura,

que guardas viva a mi piadoso ruego

la mayor hermosura,

el tiempo no te dé por presa al fuego

y cuando ofensa de hacha, vieja, esperes,

no vengas a ser menos de lo que eres.

Y así el rayo del cielo cristalino,

cuando a Júpiter se huye de la mano,

no ofenda tus umbrales ni este llano,

que para que vea yo mi sol divino

y pruebe lo que pueden mis palabras,

que enmudezcas los goznes y te abras;

que, por poco que sea,

me tiene ya el Amor tan flaco y lacio,

que podré entrar por tan pequeño espacio,

que aun yo de mi esperanza no lo crea.

 SANGRE EN TU LABIO AL MORDER UN CLAVEL

 

Bastábale al clavel verse vencido

del labio en que se vio (cuando, esforzado

con su propria vergüenza, lo encarnado

a tu rubí se vio más parecido),

 

sin que, en tu boca hermosa, dividido

fuese de blancas perlas granizado,

pues tu enojo, con él equivocado,

el labio por clavel dejó mordido;

 

si no cuidado de la sangre fuese,

para que, a presumir de tiria grana,

de tu púrpura líquida aprendiese.

 

Sangre vertió tu boca soberana,

porque, roja victoria, amaneciese

llanto al clavel y risa a la mañana.

CANCIÓN AMOROSA

 

Besando mis prisiones,

de alegre soledad dulces despojos,

te escribo estos renglones,

Amarilis, al tiempo que mis ojos,

para mayor trofeo,

matan la sed con llanto a mi deseo.

 

Escucha mi tormento,

si quieres estimar tu alegre estado,

si no es que tu contento

temes que le entristezca mi cuidado,

pues con mis males puedo

a la misma ventura poner miedo.

 

Oye mis soledades,

que aun de la soledad me siento solo,

y las muchas verdades,

que ha llorado conmigo el santo Apolo,

de aquella misma suerte,

que el juez escucha al que condena a muerte.

 

Mas aunque condenado

a infierno de rigor, señora mía,

en este despoblado,

donde ni alumbra el sol, ni sale el día,

jamás con tanta pena

te maldigo por juez que me condena.

 

Es agravio notable

que, siendo tú la parte, me condenes

a muerte miserable,

aunque por bien perdidos doy mis bienes,

pues al Amor le plugo,

siendo mi juez, que fueses mi verdugo.

 

Y pues te son debidos,

como a ministro hermoso de mi muerte,

recibe mis vestidos,

que, para más dolor, quiso mi suerte

que a mi verdugo fiero,

en paso de matarme, haga heredero.

 

Y como aquel que expira,

vecina la mortaja y sepultura,

tristes visiones mira

en mi muerte. Así ordena tu hermosura

que vea tu enojo eterno

en vez de las visiones del infierno.

 

Sólo estoy temeroso

de que no he de morir eternamente,

hasta que sea dichoso;

pues mientras mi dolor esté presente,

porque, en tristeza viva,

eterno me ha de hacer Fortuna esquiva.

SALMO XXVII

 

Bien te veo correr, tiempo ligero,

cual por mar ancho despalmada nave,

a más volar, como saeta o ave

que pasa sin dejar rastro o sendero.

 

Yo, dormido, en mis daños persevero,

tinto de manchas y de culpas grave;

aunque es forzoso que me limpie y lave

llanto y dolor, aguardo el dia postrero.

 

Éste no sé cuándo vendrá; confío

que ha de tardar, y es ya quizá llegado,

y antes será pasado que creído.

 

Señor, tu soplo aliente mi albedrío

y limpie el alma, el corazón llagado

cure, y ablande el pecho endurecido.

CARGADO VOY DE MI

 

Cargado voy de mí: veo delante

muerte que me amenaza la jornada;

ir porfiando por la senda errada

más de necio será que de constante.

 

Si por su mal me sigue ciego amante

(que nunca es sola suerte desdichada),

¡ay!, vuelva en sí y atrás: no dé pisada

donde la dio tan ciego caminante.

 

Ved cuán errado mi camino ha sido;

cuán solo y triste, y cuán desordenado,

que nunca ansí le anduvo pie perdido;

 

pues, por no desandar lo caminado,

viendo delante y cerca fin temido,

con pasos que otros huyen le he buscado. 

 

AMOR CIEGO

 

Ciego eres, Amor, y no

porque los ojos te faltan,

sino porque a todos cuestas

hoy los ojos de la cara.

 

Lince te llaman las bolsas;

topo te dicen las almas;

las taimadas, trampantojo

de sus antojos y trampas.

 

Mancebito ginovés,

haz tintero de la aljaba,

pues vuelan más escribiendo

tus plumas que no en las alas,

 

La bendición te alcanzó

de quien parece a su casta:

concertáme esas medidas,

madre espuma y cisco taita.

 

Hijo de aquel pescador

que en el golfo de las mantas

con una red pescó güeso,

que es marisco de las camas.

 

La madre, buena señora,

que al pobre herrero descansa,

pues a los armados toma

la medida de las armas.

 

Herreria es de por sí

la diosa hija del agua:

yunque ya de muchos golpes;

horno ya de muchas caldas.

 

Véndanos honra el bribón;

presuma de culto y aras;

déjese de diosear

y arrebate de una carda.

 

Hágase corazonero,

y ¡vive Dios! que es demanda;

para las  nimas pide,

y nos despide las almas.

 

¿Agora se me venía

en figura de beata,

justificada de ojos

y delincuente de faldas?

 

Muy seglar en los deseos

muy religioso de habla,

quiere que le den dineros,

y él quiere dar esperanzas.

 

Vergonzosito de toma,

deshonestico de daca:

¡qué cosa para un devoto

de los ángeles de guarda!

 

¿A mí se viene con eso,

que me hacen, si me tratan,

insolente las de balde,

castísimo las que arañan?

 

Yo me hallo muy grandón

y muy cerrado de barba,

partes para tejedor,

amante de piel y maza.

 

En el tiempo que adoraron

las moscas y las arañas,

dios avechucho sería,

con sus plumas y sus garras.

 

Desde entonces sus tramoyas

silvas de lección son varias,

ya enamorando de brutos,

ya haciendo amantes de estatuas.

 

No hay quien, cual él, dos amigos

un par de güevos los haga,

guisando el uno estrellado,

pasando al otro por agua.

 

Otra vez de tintorero

cobró en el mundo gran fama,

pues, por teñir unas moras,

quitó el color a unas caras.

 

Hizo de otro tonto un día

racimo de uvas colgadas,

y porque almorzarse quiso,

volvió en peñasco a la dama.

 

Pero, Amor, estos poquitos,

por hoy, de tus cuentos bastan:

que querer contarlos todos

fueran historias muy largas.

 

SALMO XIX

 

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!

¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!

¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,

pues con callado pie todo lo igualas!

 

Feroz, de tierra el débil muro escalas,

en quien lozana juventud se fía;

mas ya mi corazón del postrer día

atiende el vuelo, sin mirar las alas.

 

¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!

¡Que no puedo querer vivir mañana

sin la pensión de procurar mi muerte!

 

Cualquier instante de la vida humana

es nueva ejecución, con que me advierte

cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

 

SALMO V

 

Como sé cuán distante

de Ti, Señor, me tienen mis delitos,

porque puedan llegar al claro techo

donde estás radiante,

esfuerzo los sollozos y los gritos,

y, en lágrimas deshecho,

suspiro de lo hondo de mi pecho.

Mas, ¡ay!, que si he dejado

dé ofenderte, Señor, temo que ha sido

más de puro cansado

que no de arrepentido.

¡Terrible confesión, confuso espanto

del que a tu sufrimiento debe tanto!

 

 SUEÑO BLANDO Y SUAVE

 

¿Con qué culpa tan grave,

sueño blando y süave,

pude en largo destierro merecerte

que se aparte de mí tu olvido manso?

Pues no te busco yo por ser descanso,

sino por muda imagen de la muerte.

Cuidados veladores

hacen inobedientes mis dos ojos

a la ley de las horas;

no han podido vencer a mis dolores

las noches, ni dar paz a mis enojos;

madrugan más en mí que en las auroras

lágrimas a este llano,

que amanece a mi mal siempre temprano;

y tanto, que persuade la tristeza

a mis dos ojos que nacieron antes

para llorar que para verte, sueño.

De sosiego los tienes ignorantes,

de tal manera, que al morir el día

con luz enferma, vi que permitía

el sol que le mirasen en poniente.

Con pies torpes, al punto, ciega y fría,

cayó de las estrellas blandamente

la noche tras las pardas sombras mudas,

que el sueño persuadieron a la gente.

Escondieron las galas a los prados

[y quedaron desnudas]

estas laderas, y sus peñas, solas;

duermen ya, entre sus montes recostados,

los mares y las olas.

Si con algún acento

ofenden las orejas,

es que, entre sueños, dan al cielo quejas

del yerto lecho y duro acogimiento

que blandos hallan en cerros duros

Los arroyuelos puros

se adormecen al son del llanto mío.

y, a su modo, también se duerme el río.

Con sosiego agradable

se dejan poseer de ti las flores;

mudos están los males;

no hay cuidado que hable:

faltan lenguas y voz a los dolores,

y en todos los mortales

yace la vida envuelta en alto olvido.

Tan sólo mi gemido

pierde el respeto a tu silencio santo;

yo tu quietud molesto con mi llanto

y te desacredito

el nombre de callado con mi grito.

Dame, cortés mancebo, algún reposo;

no seas digno del nombre de avariento,

en el más desdichado Y firme amante

que lo merece ser por dueño hermoso:

débate alguna pausa mi tormento.

Gózante en las cabañas

y debajo del cielo

los ásperos villanos;

hállate en el rigor de los pantanos

y encuéntrate en las nieves y en el yelo

el soldado valiente,

y yo no puedo hallarte, aunque lo intente,

entre mi pensamiento y mi deseo.

Ya, pues, con dolor creo

que eres más riguroso que la tierra,

más duro que la roca,

pues te alcanza el soldado envuelto en guerra,

y en ella mi alma por jamás te toca.

Mira que es gran rigor.  Dame siquiera

lo que de ti desprecia tanto avaro

por el oro en que alegre considera,

hasta que da la vuelta el tiempo claro:

lo que había de dormir en blando lecho,

y da el enamorado a su señora,

y a ti se te debía de derecho.

Dame lo que desprecia de ti agora,

por robar, el ladrón; lo que desecha

el que invidiosos celos tuvo y llora.

Quede en parte mi queja satisfecha:

tócame con el cuento' de tu vara;

oirán siquiera el ruido de tus plumas

mis desventuras sumas;

que yo no quiero verte cara a cara,

ni que hagas más caso

de mí que hasta pasar por mí de paso;

o que a tu sombra negra, por lo menos,

si fueres a otra parte peregrino,

se le haga camino

por estos ojos de sosiego ajenos.

Quítame, blando sueño, este desvelo,

o de él alguna parte,

y te prometo, mientras viere el cielo,

de desvelarme sólo en celebrarle.

 

TRANSFORMACIÓN IMAGINARIA

 

Cuando al espejo miras

el gesto hermoso, Flori, con que admiras

honra y gloria del suelo

de espejo le haces cielo;

pues siendo como el cielo transparente,

a su luna, creciente

ya de esplendor, añades rayos rojos,

sol con tu cara, estrellas con tus ojos.

 

        CONTRAPOSICION AMOROSA

 

Si fueras tú mi Eurídice, oh señora,

ya que soy yo el Orfeo que te adora,

tanto el poder mirarte en mí pudiera,

que sólo por mirarte te perdiera;

pues si perdiera la ocasión de verte,

perderte fuera así, por no perderte.

Mas tú en la tierra, luz clara del ciclo,

firmamento que vives en el suelo,

no podia ser que fueras

sombra, que entre las sombras asistieras;

que el infierno contigo se alumbrara;

y tu divina cara,

como el sol en su coche,

introdujera auroras en la noche.

 

Ni yo, según mis sentimientos veo,

fuera músico Orfeo;

pues de amor y tristeza el alma llena,

no pudiera cantar, viéndote en pena.

 

SALMO IX

 

Cuando me vuelvo atrás a ver los años

que han nevado la edad florida mía;

cuando miro las redes, los engaños

donde me vi algún día,

más me alegro de verme fuera dellos,

que un tiempo me pesó de padecellos.

Pasa veloz del mundo la figura,

y la muerte los pasos apresura;

la vida nunca para,

ni el Tiempo vuelve atrás la anciana cara.

Nace el hombre sujeto a la Fortuna,

y en naciendo comienza la jornada

desde la tierna cuna

a la tumba enlutada;

y las más veces suele un breve paso

distar aqueste oriente de su ocaso.

Sólo el necio mancebo,

que corona de flores la cabeza,

es el que solo empieza

siempre a vivir de nuevo.

Pues si la vida es tal, si es desta suerte,

llamarla vida agravio es de la muerte.

 

INERARIO DE MADRID A SU TORRE

 

De ese famoso lugar,

que es pepitoria del mundo,

en donde pies y cabezas

todo está revuelto y junto,

 

salí, señor, a la hora

que ya el sol, mascarón rubio,

de su caraza risueña

mostraba el primer mendrugo.

 

Iba en Escoto, mi haca,

a quien tal nombre se puso

porque se parece al mismo

en lo sutil y lo agudo.

 

Llegué a Toledo y posé,

contra la ley y estatutos,

siendo poeta, en mesón,

habiendo casa de Nuncio.

 

Vi una ciudad de puntillas

y fabricada en un huso;

que si en ella bajo, ruedo,

y trepo en ella, si subo.

 

Vi el artificio espetera;

pues en tantos cazos pudo

mecer el agua Juanelo,

como si fuera en columpios.

 

Flamenco dicen que fue

y sorbedor de lo puro:

muy mal con el agua estaba,

que en tal trabajo la puso.

 

Vi, en procesión de terceros,

ensartado todo el vulgo,

y si yo comprara algo,

no hallara bueno ninguno.

 

En fin, la imperial Toledo

se ha vuelto, por mudar rumbo,

república de botargas,

en donde todos son justos.

 

Vi la puerta del Cambrón;

que, a lo que yo me barrunto,

a faltar la primer eme,

fuera una puerta de muchos.

 

Al fin salí de Toledo

para la Mancha, confuso,

cuando la alba lloraduelos

gime los ejidos mustios.

 

En esta tierra, el verano

va hecho un pícaro sucio,

sin árboles y sin flores,

que aún no se harta de juncos.

 

Allí primavera ahorra

lo que en Madrid gasta a bulto;

anda abril lleno de andrajos

y el proprio mayo desnudo.

 

Partí desde aquí derecho,

antes sospecho que zurdo,

a Segura de la Sierra,

que es un corcovo del mundo.

 

Los vecinos de este pueblo

viven todo el año junto;

y un mes batido con otro,

gozan a diciembre en junio.

 

Las viñas, para no helarse,

tienen, los meses adustos,

a las cepas con cacheras,

con tocadores los grumos.

 

Es gusto ver un castaño,

de miedo de los diluvios,

con su fieltro y su gabán

por agosto, muy ceñudo;

 

un peral con sabañones,

cuando en Aranjuez, maduros,

recelando que los rapen,

ya han puesto en cobro su fruto.

 

De aquí volví a mis estados:

éste sí que es lindo punto,

pues me mido como pozo,

y aun de ésos no tendré muchos.

 

Aquí cobro enfermedades,

que no rentas ni tributos,

y mando todos mis miembros,

y aun de éstos no mando algunos.

 

De Madrid salí, y de juicio;

y, sin dinero y sin gusto,

vuelvo triste y enlutado,

como misa de difuntos.

 

SONETO AMOROSO

 

De tantas bien nacidas esperanzas

del doméstico amor y dulce vida,

burlas, ingrata Silvia fementida,

con desdenes, con celos, con tardanzas.

 

No arroje más tu brazo airadas lanzas

del pecho a la pirámide escondida;

que ya no dan lugar a nueva herida

las que en ella te rinden alabanzas.

 

Confieso que di incienso en tus altares

con sacrílega mano al fuego ardiente,

del no prudente dios preso con grillo.

 

Si me castigas dándome esos males,

no me mates, que un muerto no lo siente:

dame vida, y así podré sentillo.

 

SILVA

 

De tu peso vencido,

verde honor del verano,

yaces en este llano

del tronco antiguo y noble desasido.

Dando venganza estás de ti a los vientos,

cuyas líquidas iras despreciabas,

cuando de ellos con ellas murmurabas,

imitando a mis quejas los acentos.

Humilde agora entre las yerbas suenas,

cosa que de tu altura

nunca temer pudieron las arenas;

y ofendida del tiempo tu hermosura,

ocupa en la ribera

el lugar que ocupó tu propia sombra.

Menos gastos tendrá la primavera

en vestir este valle

después que faltas a su verde alfombra.

¿Qué hará el jilguero dulce cuando halle

su patria con tus hojas en el suelo?

¿Y la parlera fuente,

que aun ignorante de prisión de yelo,

exenta de la sed del sol corría?

Sin duda llorará con su corriente

la licencia que has dado en ella al día.

Tendrá un retrato menos

Pisuerga que mostrar al caminante

en sus cristales puros.

Cualquier pájaro amante

desiertos dejará tus brazos duros,

y vengo a poner duda

si, para que te habite en llanto tierno,

a la tórtola basta el ser vïuda.

Y porque tengo miedo que el invierno

pondrá necesidad a algún villano,

tal, que se atreva con ingrata mano

a encomendarte al fuego,

yo te quiero llevar a mi cabaña,

por lo que mi cansancio, estando ciego,

a tu sombra le debe.

Descansarás el báculo de caña

con que mi vida tristes años mueve;

y ojalá que yo fuera

rey, como soy pastor de la ribera,

que, cetro antes que báculo cansado,

no canas sustentaras, sino estado.

 

DE UNA MADRE NACIMOS

 

De una madre nacimos

los que esta común aura respirarnos;

todos muriendo en lágrimas vivimos,

desde que en el nacer todos lloramos.

Sólo nos diferencia

la paz de la consciencia,

la verdad, la justicia, a quien el cielo

hermosa, si severa,

con alas blancas envió ligera

porque serena gobernase el suelo.

Ella asegura el tránsito a la vida.

Feliz el que la cándida pureza

no turba en la riqueza,

y aquel que nunca olvida

ser polvo, en el halago del tesoro,

y el que sin vanidad desprecia el oro.

 

Como vos, ¡oh glorioso

duque, en quien hoy estimación hallaron

las virtudes, y premio generoso!

Ved cuál sois, que con vos se coronaron.

Nunca más felizmente

en la gloriosa frente

de Alejandro su luz amanecieron,

ni en la alma valerosa

de César, que, ya estrella, a volar osa,

mayores alabanzas merecieron.

Ni de Augusto las paces más amadas

fueron: pues, de blandura y de cuidado

vuestro espíritu armado,

haces dejó burladas,

previniendo la suerte, que, enemiga,

al que irritarla presumió, castiga.

 

Por vos, desde sus climas peregrino,

devoto a la deidad del rey de España,

el alárabe vino.

No es poco honrosa hazaña

que, vencido el camino

y perdonado ya del mar y el viento,

por justo y religioso, el noble intento,

debajo de sus pies ponga el turbante

el persa, honor y gloria de Levante.

Por vos, Ingalaterra

descansa y nos descansa de la guerra.

Y Francía, madre de ínclitos varones,

del peso de las armas aliviada,

trae por adorno varonil la espada,

que ya opuso de España a los Leones.

Y las islas postreras,

que, por merced del mar, pisan el suelo,

clemencia nunca vista en ondas fieras,

por vos, por vuestro celo,

admitirán la paz con que les ruega

quien con su voz de un polo al otro llega.

 

Curcio, mancebo fuerte,

con glorioso desprecio y atrevido,

tocó las negras sombras de la muerte,

cuando, de ardor valiente persuadido,

clara fama seguro

buscó en el foso obscuro,

el precio dedicando de su vida

al pueblo temeroso;

y en el horror del cóncavo espantoso,

intrépido, sostuvo en su caída,

como Encélado, montes desiguales,

a quien, premiando el alto beneficio,

hicieron sacrificio

en aras inmortales,

pues, muriendo por dar a Roma gloria,

dio su vida a guardar a su memoria.

 

Vos, del forzoso peso

de tan grande república oprimido,

con juicio igual y con maduro seso,

a Curcio aventajado y parecido,

por darla algún remedio,

arrojándoos en medio

de los más hondos casos y más graves,

de Atlante sois Alcides,

que le alivia en sus paces y en sus lides,

guardándole a Filipo las dos llaves

con que de Jano el templo o abre o cierra.

Vos, con cuello obediente a peso tanto,

compráis el laurel santo

y a vos toda la tierra,

cual Roma sólo a Curcio, que la ampara,

sacrificios dedica en feliz ara.

 

¡Oh bien lograda y venturosa vida

la vuestra, a quien la muerte trae descanso,

cuando ella es parricida,

y en un reposo manso

llegará la partida!

Sueño es la muerte en quien de sí fue dueño

y la vida de acá tuvo por sueño.

Apacible os será la tierra y leve;

que fue larga, diréis, la vida breve,

porque en el buen privado

es dilación del premio deseado,

invidia de la gloria que le espera,

la edad prolija y ]arga. ¡Oh, cómo ufanos

vuestros padres y abuelos soberanos

que España armados vio (de la manera

que a Jove los gigantes,

soberbio parto de la parda tierra,

que, fulminados, yacen fulminantes)

escarmiento a la guerra

darán, de vos, en nietos esforzados,

sus hechos, y sus nombres heredados!

 

EL BIEN QUE PIERDO

 

Dejad que a voces diga el bien que pierdo,

si con mi llanto a lástima os provoco;

y permitidme hacer cosas de loco:

que parezco muy mal amante y cuerdo.

 

La red que rompo y la prisión que muerdo

y el tirano rigor que adoro y toco,

para mostrar mi pena son muy poco,

si por mi mal de lo que fui me acuerdo.

 

Óiganme todos: consentid siquiera

que, harto de esperar y de quejarme,

pues sin premio viví, sin juicio muera.

 

De gritar solamente quiero hartarme.

Sepa de mí, a lo menos, esta fiera

que he podido morir, y no mudarme.

 

CANCIÓN DE AMOR

 

Exento del amor pisé la yerba

que retrata el color de mis martirios;

vestí mis sienes de morados lirios;

mas ya, como la cierva

que, por la herida, sangre y vida pierde,

busco el remedio por el campo verde.

 

Hoy ceñí mí cabeza con laureles,

tejiendo a mi placer una guirnalda:

por calles de jacinto y esmeralda,

envuelto en pobres pieles,

sin yugo de dolor, con pasos tardos,

cortaba flores y arrancaba cardos.

 

Y a la sombra sentado destos pinos,

que parecen copetes deste cerro,

dejando el cetro del ganado al perro,

miraba los molinos

cómo con fuerzas de artificio raras

vuelven harina hasta las aguas claras.

 

Listones de cristal por verdes lazos,

y calles hermosísimas de vidro,

entre los campos que pisaba Isidro,

enturbié con mis brazos;

mas ya, quejoso del Amor, desnudo,

doy lenguas con mi voz al valle mudo.

 

Miraba de los árboles las hojas

entenderse por señas y meneos;

escuchaba del ave los deseos

y las dulces congojas,

quejándose del río en las orillas.

porque no se paraba para oíllas.

 

En las hojas de yerbas y de flores

miraba como en salvas ofrecidas

del aurora las lágrimas vertidas

al sol en sus colores,

como si todas juntas le dijeran

que, a tardar más, en llanto se volvieran.

 

Tan libre de pasiones enemigas

pasé mi juventud entre los mozos,

que me andaba a buscar los calabozos

de las pobres hormigas;

y viéndolas tan sabias, esperaba

que me habían de hablar si las hablaba.

 

Eran todos mis gustos y cuidados

tirar un canto con ventaja mucha;

vencer nadando al pez y al hombre en lucha,

tener en mis ganados

el más valiente y animoso perro

y el mejor manso con mejor cencerro.

 

Ansí que, Amor, en esta prisión mía

sólo te la agradece y te la alaba

el temeroso grillo que cazaba,

el ave que cogía,

la rana con sus voces en el lago,

y el mudo pez en sus corrientes vago.

 

Si acaso de las manos me sacaras

la máquina del mundo y su grandeza;

si dejaras desnuda mi cabeza

de famosas tïaras,

hazaña fuera de perpetua gloria;

mas quitarme un cayado no es vitoria.

 

Perdí mi libertad, y hallé razones

de perder los deseos de buscalla;

perdí la paz, y halléme en la batalla

con mil obligaciones

de no pesarme de mi mal primero.

¡Triste de aquel que muere como muero!

 

                                                       © Javier de Lucas