1
Randall se inclinó ligeramente sobre la mesa y llenó el vaso de aquel turbio licor: tenía los ojos cansados el pobre
Randall miraba sin ver la puerta del indecente tabernucho, el trozo de blanco cielo y el polvo sólido mezclado al aire con pastosa unión, con poblada muestra, cuando, dentro, Randall aún sentía en la garganta el sabor acre del camino.
2
Sin embargo, sentía, como siempre, su mano izquierda elástica, rápida, tensa, y pareció pedirle algo al rudo
Randall, que seguía mirando el ámbar viejo del vaso, estiradas las largas piernas, mientras los tres mejicanos de la barra miraban con miedo, pintaban recelo en sus ojos oscuros, se llenaban con la silueta poco franca, poco honesta, del hombre
Randall.
3
Tenía también un gran revólver de pavonada culata, de cañón reluciente, limada mira y fino gatillo, y era eso precisamente lo que su mano izquierda buscaba, lo que necesitaba aquella rápida mano del hombre alto, seco, de piel curtida, llamado
Randall parecía gustar el aire quieto, tenso, eléctrico aunque aparentemente tranquilo, mientras la puerta quería hacerse marco de otro hombre extraño, fiero, con la muerte colgando a ambos lados de la cintura, con la muerte bailando en los sucios ojos, en la rota risa, en la cruda frente, echando esa muerte hacia delante, hacia
Randall esperaba tranquilo, seguro, indolente, con su famosa mano izquierda sobre el vidrio, sobre el vaso, sobre el licor, bajo
Randall.
4
El trozo de cielo desapareció, el Sol se fue y la puerta fue marco de la muerte bailando en unos ojos, en una risa rota, en una cruda frente cuando
Randall se puso en pie de un salto, miró hacia esos ojos, tuvo miedo y quiso volver...
pero no pudo porque yo no despertaba de aquel sueño que ya no estaba entre mis manos, en mi monótona vida, en mi rutinario ir y venir, en mi oficina, en mi café y en mi búsqueda de salir hacia otro mundo, diametralmente opuesto, peligroso y distinto, violento y rápido, inesperado e inexplicable, al mundo de
Randall tenía tan sólo un revólver, su revólver, a poca distancia de su mano izquierda, y el sudor caía sobre su rugosa piel y le quemaba, y cada vez más cercana, más inevitable le pareció la muerte en los sucios ojos, en la risa rota, en la cruda frente, al pobre
Randall.
© 1967 Javier de Lucas